Vivimos en la era PosDuchamp, desde que esta extraña persona murió en 1968, un dos de octubre que no se olvida.
Unos dicen que murió de tristeza al enterarse por su amigo el poeta Octavio Paz sobre la matanza de jóvenes en Tlatelolco. Otros afirman que se murió de risa al saber del estreno en 1968 de Hair en Nueva York, un musical sobre la cultura hippie en los Estados Unidos que produjo cierto impacto en la época, incluyendo los desnudos integrales de todos los actores en algunas escenas.
Duchamp pudo haberse muerto de risa porque él ya había escandalizado al salir desnudo en un corto de cine en 1924 en el que representó el papel de Adán, prácticamente desnudo a excepción de una hoja de parra y una barba postiza.
Hoy, los desnudos ya no escandalizan a nadie, como lo saben en Nueva York y hasta en Ecatepec.
Lo más probable es que Duchamp haya fallecido tanto de un súbito ataque de indignación combinado con un exceso de risa, porque se la pasó bromeando toda su vida.
Duchamp se reía porque se adelantó a su época y nos mostró el camino hacia la posmodernidad, que más o menos comenzó allá por 1968 y en la cual estamos instalados, para bien o para mal.
Duchamp se reía más que nada del poder porque se dio cuenta muy pronto en su vida que el poder no tiene más legitimidad que la conveniencia de los poderosos. El poder es un mero acuerdo convencional de conformidad, unas convenciones que se heredan sin pensar.
Empezando con el campo del arte, supo cuestionar los supuestos de la modernidad, al plantear mediante gestos provocadores (como exhibir un urinario como una obra de arte), la pregunta crucial: ¿Qué es el arte? ¿Quién tiene el poder de decir si una obra es obra de arte o no?
En su tiempo, los gobernantes juzgaban sobre el ¨buen gusto o mal gusto¨ de las obras de arte y si se exhibían o no en los lugares públicos. Con el desarrollo del capitalismo, los comerciantes comenzaron a juzgar qué era una bella obra de arte o no y si la compraban o no para revenderla directamente o a través de galerías.
De esas dudas concluyó Duchamp que el arte no es sólo cuestión de estética, sino también de ética, a final de cuentas, del poder político o económico del ¨mercado¨ que se impone a los artistas.
Extrajo Duchamp la conclusión más general de que el mismo pensamiento es una convención, está condicionado históricamente. Y toda su vida dio la batalla para liberarse del pasado, de los juicios y prejuicios. En arte como en el arte de vivir.
El legado de Duchamp nos muestra cómo vivir y sobrevivir en lo que hoy llamamos posmodernidad, un mundo en que es posible convivir con múltiples contradicciones (y no sólo en la contradicción ¨principal¨, que denunciaban los marxistas, sino tomando en cuenta todas las contradicciones ¨secundarias¨ y aceptándolas).
Esta era actual de gran complejidad, con su aceptación de la enorme multiplicidad alimentada por la superabundancia de información, requiere abandonar el pensamiento único y admitir la existencia de realidades, sistemas y pensamientos paralelos, igualmente válidos.
Es en lo que hoy estamos inmersos: una enorme mezcolanza de ideas (e ideologías) en todos los campos, no sólo en el arte, sino en política, en economía, religiones, ciencia, etc.
En arte, el Pop Art con las sopas Campbell de Warhol y otros, recogió la herencia de Duchamp y se burla del poder político pero no ha podido librarse del poder económico convencional del mercado, que sigue comprando y vendiendo sus obras como mercancías a precios inflados, exagerados por su labor de publicidad y especulación.
Tal vez el PosPopArt, que de cualquier cosa hace obra de arte, termine con la dictadura del mercado y el ser humano recobre la capacidad de pensar por sí mismo, como lo hacía Duchamp en medio de las contradicciones. Y disfrutar de la vida, a su manera. Y nosotros, a la nuestra. No se olvide: El Respeto al Pensamiento Ajeno es la Paz.
(Mayo-2018)