Decenas de analistas y periodistas han, desde el pasado domingo, vertido su opinión y/o posturas sobre el más reciente debate presidencial; abonaremos una más.
Dudo mucho que ese intercambio de agravios ausente de propuestas específicas haya servido en algo para cambiar las tendencias o preferencias del electorado mexicano.
Pese a que Meade mejoró en comparación con el ejercicio anterior, desenvolviéndose como pez en el agua, dado que los temas de migración y relaciones diplomáticas son su fuerte, el estigma del PRI así como su defensa al gobierno actual, son los principales factores que no lo dejan despegar en los aires de la popularidad.
Anaya, pese a su ya acostumbrada elocuencia, demostró sin decoro su cinismo y lo sobrado de sí en su mirada desdeñosa y burlona al expresar algún ataque a sus adversarios. En pocas palabras, denotó desconfianza.
El caso de López Obrador está por demás señalarlo; salvo el par de veces que reaccionó o cayó en las provocaciones de Anaya, manejó el discurso de siempre, con enunciados simples, sin análisis; lamentable que no pueda siquiera ofrecer dos argumentos contundentes para que demuestre por qué está como puntero en las encuestas.
El Bronco, simplemente fue el Bronco. Era el espacio para que el televidente fuera al sanitario o por algo al refri. Sabemos de sobra que su “estrategia” es empatar con el argot del mexicano, pero le ganan la ocurrencia y la informalidad, dos características que no son deseables en un presidente.
En suma, el amplio porcentaje de electores indecisos siguen en las mismas: no quieren que repita el PRI, no confían en Anaya y dudan del buen desempeño de AMLO. El debate sirvió para lo mismo que sino hubiera ocurrido y dudamos que el tercero sea diferente.
Ojalá no gane el abstencionismo, porque entonces quedará demostrado que el activismo político en redes sociales solo sirve para el desahogo social pero luego se convierte en desecho al no convertirse en acción: algo así como dice el famoso dicho de "perro que ladra no muerde".
