Mi formación académica se sitúa en el campo de las ciencias sociales. Crecí en un ambiente en el que se estimulaba el análisis de la realidad social, un contexto en el cual durante la sobremesa familiar se hablaba de lo que pasaba en México y en el mundo.
Siempre me causó asombro ver los rostros de más de una veintena de hombres –todos en color marfil– con delineado perfecto de pelo y barba, aunque sin ojos. Descubrí después que no eran fotografías sino un trabajo escultórico; aprendí también que esos rostros pertenecían a grandes pensadores griegos: Sócrates, Platón, Aristóteles, Demócrito, Pitágoras, cuyas aportaciones transformaron la forma de ver el mundo.
No soy filósofa, ni pretendo serlo, aunque como todos en algún momento he “filosofado” un poco. Una buena taza de café, una copa de vino, una tarde lluviosa, un libro interesante o un amigo sincero, suelen ser el detonador ideal para conversar, incluso con uno mismo, y hacernos preguntas sobre lo cotidiano, poner a prueba nuestros prejuicios y nuestros puntos de vista o simplemente conocer y explorar nuevos temas.
Leía hace poco un breve texto que decía que la filosofía es algo muy abstracto, porque hace referencia al ser, al alma, al sentido de la vida, al bien y al mal, que uno debería ocuparse más de hablar sobre los domingos, las fiestas, la moda, las vacaciones, el amor, los celos, la luna. Me preguntaba entonces si eso no hace referencia al ser, al alma, al sentido de la vida, al bien y al mal. La filosofía toca lo esencial del ser humano, fortalece nuestra capacidad de diálogo y también puede hacernos más críticos y reflexivos.
La filosofía no es nada del otro mundo, nunca sobra y mucho menos en un mundo marcado por cambios vertiginosos, por el consumo sin sentido, por la satisfacción inmediata, el miedo al otro, la permanente conectividad, el “deber” de ser feliz.
Así que una noche de insomnio, una tarde de lluvia, un domingo cualquiera, sin pretender entrar en lo abstracto, se puede disfrutar de “Merlí”, una serie que entreteje lo cotidiano con los postulados filosóficos de Hume, Nietszche, Platón, Aristóteles o Sócrates; la serie plantea una mirada positiva de la juventud, al tiempo que aborda temas cotidianos como la timidez, lo “cachondo”, el jaleo, la sexualidad, los estereotipos, los sueños, el choque generacional, el divorcio, la enfermedad, el desempleo.
Cada personaje tiene un conflicto dramático que obliga a adentrarse en temáticas sociales: la simulación de carencias económicas para lograr pertenecer, el amor secreto que reta la heteronormatividad, el aislamiento que conlleva el bullying, la mirada crítica de la cultura del whatsapp y las redes sociales.
En fin, cosas de la “normalidad” de la vida común y corriente, que –analizadas desde una perspectiva filosófica– cambian no sólo nuestra forma de ver el mundo, sino sobre todo nuestra forma de ser en el mundo.
Si cuestionar es una irreverencia, entonces Merlí es irreverente pues nos lleva a pensar que es posible construir relaciones humanas menos violentas, lo cual sin duda es una gran una irreverencia.
Escribo y mientras escribo, me detengo a pesar hace cuánto tiempo que no deshojo una margarita, que no me detengo a contemplar la caída de las hojas en otoño o a disfrutar la sonrisa de los transeúntes.
Escribo y mientras escribo me pregunto si mi actitud cotidiana está íntimamente ligada a la condición humana, si he aprendido a diferenciar aquello que es verdaderamente valioso para la vida. Escribo y mientras escribo reflexiono sobre la vida, sobre cómo vivir y cómo podemos vivir mejor y qué es vivir mejor, y mejor respecto a qué. Me pregunto sobre la sociedad en la que vivimos, el mundo que compartimos y lo que quiero ser en este mundo y sobre mi forma de ser en el mundo.