¿Será verdad que de repente en el verano de 2018 desapareció en México la mafia del poder? Lástima, mexicanos, son !Fake News!, !Noticias Falsas!
Cuando México despertó a la nueva alternancia que dio la victoria electoral al candidato de MORENA, oficialmente registrada ante el INE como partido de Izquierda Nacional, los más destacados representantes del ¨Establishment¨ (vulgarmente conocidos antes como la mafia del poder por ya saben quién) estaban ahí, felicitando y concertando con el ¨virtual¨ Presidente Electo (antes conocido como el ¨peligro para México¨ y otros epítetos).
Virtual quiere decir que tiene existencia aparente y no real. ¿Será casualidad que se usó este adjetivo para referirse al ganador de la elección presidencial Andrés Manuel López Obrador? Porque el poder está también en otra parte...
El ¨Establishment¨, término que fue acuñado en 1955 por el periodista británico Henry Fairlie, definió a la red de personas prominentes y bien conectadas como no sólo los centros oficiales de poder, sino a toda la matriz de relaciones oficiales y sociales dentro de la cual se ejerce el poder.
En México podría entenderse como un grupo de poder establecido o élite dominante, y se refiere a un cerrado grupo social que selecciona a sus propios miembros de entre un conjunto de personas, instituciones y entidades influyentes en la sociedad que procuran mantener y controlar el orden establecido que les beneficia.
Esta élite representa el intento por parte de grupos poderosos de “gestionar” la democracia, para asegurarse de que no amenace sus intereses; tiene una mentalidad según la cual quienes están en lo más alto de la cúpula social se merecen el poder real y mantener invocadas sus fortunas, ¨haiga sido como haiga sido¨que las hicieron (en México, frecuentemente a la sombra proteccionista del Gobierno).
Es la mentalidad que trata a los antaño poderosos sindicatos como si carecieran de sitio legítimo en la vida pública (en México se les integró al Establishment, al menos a sus líderes), que permite a los políticos gastarse un dinero robado, a los empresarios a no pagar sino pocos impuestos y a los banqueros a exigir unos ingresos cada vez mayores, aunque sigan empujando a los países a catástrofes recurrentes.
Esas mentalidades derivan de la ideología común del Establishment, denominada neoliberalismo, que se basa en la creencia en los llamados mercados libres: transferir recursos públicos a unos negocios que buscan las ganancias máximas posibles; hostilizar el papel activo del Estado en la economía, excepto cuando los beneficia directamente.
La novedad después de la elección presidencial en México ha sido la rapidísima mutua adaptación de las élites empresariales y del ¨virtual¨ Presidente Electo. Una especie de gatopardismo a la mexicana (cambiar algo para que en lo importante todo siga igual, paradoja expuesta en la novela El Gatopardo, del escritor italiano Lampedusa).
Al parecer, a cambio de algunas promesas económicas de los empresarios sobre proyectos prometidos por el candidato presidencial, el nuevo líder político les promete amarrar al tigre de sus electores, que se ha convertido en un manso gatito que ronronea feliz el triunfo electoral y un amansado gabinete de derecha.
Al mundo neoliberal le repugna el Gobierno, pero ciertamente depende de él para prosperar. Bancos rescatados, infraestructura financiada por los gobiernos, protección estatal de la propiedad privada, subsidios, exención y rebaja de impuestos y el mantenimiento de unos salarios de verdad mínimos.
Está por verse cuánto durará esta luna de miel entre los que Don Jesús Reyes Heroles llamaba los ¨económicamente poderosos¨ y el nuevo partido en el poder a partir del primero de diciembre.
Los compromisos de no endeudar más al gobierno, no elevar impuestos, no subir el precio de la gasolina e incluso de bajarla en la segunda mitad del próximo sexenio, dejar de importar gasolina, y tantos otros onerosos proyectos pueden resultar utopías irrealizables.
No se está considerando la herencia nefasta que va a recibir el nuevo gobierno como finanzas públicas, sobre todo una deuda pública interna de más de diez billones de pesos que representa ya la mitad del producto interno bruto. Esta enorme deuda exige del presupuesto nacional más de medio billón de pesos anuales en pagos de intereses a las tasas actuales, que tienen visos de seguir aumentando y requerir recursos financieros que no podrá el nuevo gobierno destinar a cumplir con todas sus promesas electorales.
(Julio 2018)