Parte III
El matrimonio civil y/o religioso, para la mayoría de los contrayentes, constituye la coronación de un deseo espiritual. El enamoramiento que muchas veces enmarca a las bodas, así como determinadas convicciones y no pocos cálculos de distinta naturaleza, impulsan a la pareja a celebrar tan cotizada unión frente a la sociedad. También se nutre de una cándida esperanza de que, después de firmar el contrato civil o de unirse frente a la mirada omnipresente del Creador, vivirán en inquebrantable amor concupiscente y beatitud.
Pronto se deslavan tales ensoñaciones al volver de la luna de miel –si la hubo– y darse cuenta de que hay que enfrentar el cotidiano y rudo mundo del trabajo, para mantener el hogar en pie y para que arriben los satisfactores que la existencia exige, cuando no para satisfacer los más acariciados lujos o caprichos que impone esta sociedad devotamente consumista. ¿Cómo está el asunto del empleo entre quienes se casan heteronormativamente? ¿Hay semejanzas o diferencias con quienes contraen homo-nupcias en asuntos laborales? Veamos algunas cifras que corresponden al periodo 2010-2016 en México.
Ha de recordarse que entre todos los masculinos que se casaron en el periodo de referencia, 95 % tenían empleo, en tanto únicamente 42 % de sus esposas laboraban. ¿El casorio las extirpa del empleo, o es que no tenían cargo desde antes de esta unión angélica? Los varones se desempeñaban mayoritariamente como empleados (58 %) seguidos como obreros, jornaleros o peones, a partes iguales (12 %). Las tres ocupaciones anteriores concentraron a ocho de cada diez maridos. En calidad de patrones o de empresarios, como en el resto de México, apenas figuró 2 % del total. La faena por cuenta propia, siempre arriesgada y, a ratos impredecible, alcanzó siete de cada cien esposos. A sobrevivir con tales condiciones en la mar del amor y de la vida.
Ellas, las cónyuges femeninas hetero, aunque participan menos que sus consortes hombres a la hora de ganarse la vida económicamente, se nota que entre las que tienen dicha condición, siete de cada 10 se mantuvieron ocupadas; una rebanada 12 % más grande que sus consortes hombres, por lo que corresponde a la ocupación «empleada». Vean gráfica superior. Apenas 2 %, pero con diferencias cuantitativas, hay tantos patrones o empresarios como capitanas o empresarias. El trabajo por cuenta propia reporta los mismos porcentajes (7 %) en cónyuges heterosexuales. En el caso de la ocupación de obrero (a), quizá por razones de género, porcentualmente sea el doble en varones que, en féminas, pues va de 12 a 6 %, respectivamente; lo mismo sucede con el puesto de jornalero y jornalera, solamente que de manera más palpable pues 12 % de los masculinos se dedican a dicha actividad y menos del uno por ciento son mujeres. Desde tales ocupaciones, esposos y esposas hetero mantienen y sortean su vida conyugal. Veamos qué sucede con las homo-parejas.
Mientras que en las hetero-parejas se aprecian claras diferencias porcentuales (58 vs 74) en el tipo de ocupación «empleado», a partes iguales y por encima de lo conseguido en los matrimonios convencionales, las homo-parejas masculinas se colocan como empleados en el entorno laboral, en 84 % de los casos. Dado que existen mayores niveles educativos entre quienes han optado por el homo-matrimonio igualitario en México, el trabajo por cuenta propia y la posición de patrón o empresario es ligeramente superior a lo que se registra en esponsales tradicionales. La ocupación de jornalero es prácticamente inexistente en ambos maridos y, por lo que toca a la ocupación de obrero, se observa un porcentaje (de 1 a 2 %) considerablemente menor que el de sus pares hetero, quienes alcanzan de 6 a 12 %, en mujeres y hombres, respectivamente.
Lo mismo ocurre con el caso de las mujeres que se han casado con personas de su mismo sexo. Con las mismas cifras (85 %) su ocupación es como «empleadas». El trabajo por cuenta propia, en ambas maridas, es casi igual, al reportar 8 y 9 % en una u otra. En el caso de la labor de patrona o empresaria logran los mismos porcentajes (2 %) que el de los matrimonios típicos.
Diferencias etarias a la hora de contraer nupcias, de escolaridad, de empleo y ocupación, entre cónyuges homo y hetero, las hay. La figura jurídica del «matrimonio igualitario» abre posibilidades para que aquellas personas para las que tiene un cierto sentido de felicidad inscribirse en esta vieja institución, lo puedan hacer. Todo ello, independientemente de en qué desemboque la historia conyugal; sea en una eterna felicidad, el aburrimiento y la desidia, en la separación o el divorcio.
Ahora sí, la próxima semana concluyo este abordaje.
Coordinador Red Internacional FAMECOM