En su memorable pero casi olvidado libro “El crac del 29”, ese episodio de orgías especulativas que hizo saltar por los aires la economía mundial en el Siglo XX, el economista John Kennet Galbraith observó que “en los meses y años siguientes al crash del mercado de valores, los honorables consejos económicos de los profesionales cargaron hacia el tipo de medidas más apropiadas para empeorar las cosas”.
Narra, por ejemplo, que el presidente estadounidense Herbert Clark Hoover “anunció una reducción de los impuestos”, y que “en las grandes conferencias improductivas que siguieron, el presidente pidió a los hombres de negocios y sus empresas que mantuvieran el nivel de sus inversiones de capital y de salarios”.
“Estas medidas pretendían aumentar la renta disponible, aunque desgraciadamente quedaron sin efecto apreciable. Las reducciones fiscales fueron insignificantes excepto en las capas de renta más alta; los hombres de negocios que prometieron mantener la inversión y los salarios, de acuerdo con una convención bien entendida, consideraron que la promesa sólo les obligaba durante un período en el cual fuese financieramente desventajoso hacer lo contrario”, afirma Galbraith.
Luego, refiere que “El resultado fue que los desembolsos en inversión y salarios no se redujeron hasta que las circunstancias hicieron prácticamente insoslayable, a juicio de los hombres de negocios, su reducción”.
Algo muy parecido, sino es que hasta igual, ha sucedido en cada estafa especulativa, en particular el crac que este mes de septiembre cumplió diez años como consecuencia de las hipotecas Subprime en Estados Unidos.
Como se recuerda, esos derivados-basura que los adictos al neoliberalismo llamaron “instrumentos innovadores” y que nunca detectaron las calificadores de riesgos (Standars & Poors, Moody’s y Fitch Ratings), fueron lanzados por las empresas de capital abierto garantizadas por el gobierno de esa país, la Federal Home Loan Mortgage Corporation (Corporación Federal de Préstamos Hipotecarios, “Freddie Mac”), y la Federal National Mortgage Associatión (Asociación Federal Nacional Hipotecaria, Fannie Mae), como parte de las políticas populistas de George Walker Bush para otorgar créditos de vivienda a mansalva, incluso a aquellos ciudadanos que no contaban con trabajo ni nada.
Una vez que la sangre fue echada al mar, el olfato de los depredadores se activó de inmediato y los bancos de gestión de activos financieros y de inversión Lehman Brothers Holding (el cuarto más grande, detrás de Goldman Sachs, Morgan Stanley y Merril Linch) y The Bear Stearns Companies Inc., con actividades en el mercado de capitales y otros, se entregaron de lleno al deporte favorito de las finanzas: la especulación con la colocación de títulos en bancos internacionales (también ansiosos por la ganancia rápida y fácil), respaldados por las citadas hipotecas, las cuales “fueron renegociadas de mano en mano entre los sectores financieros hasta 35 veces la misma hipoteca”, dando paso al estallido, según investigaciones tras el fraude.
El resumen de esta historia, cíclica y muy conocida, es que el “mercado” se “autoreguló” cuando el gobierno de los Estados Unidos inyectó 700 mil millones de dólares para rescatar al sistema financiero con dinero de los ciudadanos (como sucedió con el Fobaproa-IPAB en el diciembrazo Salinas-Zedillo en nuestro país, en 1994).
“Se rescató a la industria financiera de las consecuencias de su propia codicia”, según el Nobel de Economía Paul Krugman, aunque Lehman Brothers y The Bear Stearns tuvieron que ser vendidos.
¿Se ha transformado el sistema financiero a pesar de la dura lección? la respuesta es “no”.
Por el contrario, el auge del neoliberalismo rapiñero y sus ciclos especulativos ha contribuido, por ejemplo, a hacer más compacto el club del “1 por ciento”, a que más millones de personas sobrevivan en la miseria y a un mayor endeudamiento de las naciones (nuestro país, en el sexenio que está por terminar, es ejemplo de ello, al duplicarse la deuda hasta superar los 10 billones de pesos).
Reunión tras reunión y “cumbre tras cumbre” de los “jefes de las naciones” (el G-20, etc., etc.) para atender las consecuencias de la crisis de las hipotecas y lo demás, no ha habido un desplazamiento de las clases dirigentes ni un nuevo proyecto político, según la sugerencia de Ortega y Gasset en casos de hecatombes, menos normas de contención contra la irracionalidad financiera.
Además del rescate del odiado gobierno intervencionista, sólo se ha dejado constancia cumplida del peor de los “ritos” de la vida americana (ahora mundializado), descrito por Galbraith tras el crac del 29: “el rito de las reuniones, el cual se celebra no para realizar alguna actividad sino para no realizar ninguna en absoluto”.