A pesar de que es un derecho humano el libre tránsito, como lo es también a la vida y a la seguridad de las personas, diversos grupos de connacionales han mostrado un rostro xenófobo, similar al del gobierno estadunidense, contra los miles de centroamericanos, principalmente hondureños, que han llegado a México huyendo de la crisis y la violencia en sus países de origen.
Así como los mexicanos, que abandonan nuestro país en busca de una mejor alternativa de vida, los centroamericanos hacen lo propio, y es reprobable que se les etiquete simple y llanamente como “criminales”, tal y como lo hace el mandatario estadounidense, Donald Trump, con nuestros compatriotas.
En estos desplazamientos el origen del problema se encuentra en las secuelas que han dejado gobiernos corruptos, guerras provocadas y una vergonzante miseria en que vive la mayoría de los habitantes del planeta, que no tiene más opción que abandonar su tierra para poder alcanzar una vida digna.
Sin duda, las migraciones internacionales que vivimos hoy en día son un efecto de la crisis del neoliberalismo y muestran la necesidad de buscar nuevas formas de abordar el fenómeno, de manera que se pueda obtener el mayor beneficio de estos desplazamientos humanos.
El fenómeno de la migración es más viejo de lo que parece y sin duda ha dado origen o muerte a grandes civilizaciones. La propia Unión Americana construyó su riqueza económica y multicultural gracias a los flujos migratorios.
Por ello, resulta reprobable que una vez más Donald Trump utilice la caravana hondureña con fines políticos, justo cuando se acercan las elecciones intermedias para renovar el Congreso de los Estados Unidos, en noviembre de 2018, y en momentos en que los republicanos van muy por debajo en las preferencias electorales.
Trump pretende seguir el mismo modelo que lo llevó a triunfar en las elecciones presidenciales, desacreditando a los migrantes, esta vez centroamericanos y acusando al gobierno mexicano de ser incapaz de detenerlos. Ni esas medidas, ni las conductas racistas contra los mexicanos o los centroamericanos, resuelve el problema de fondo de los flujos migratorios.
Lamentablemente, el gobierno saliente de Enrique Peña Nieto le ha hecho el juego a su similar norteamericano, al enviar decenas de elementos de la Policía Federal a la frontera sur del país, para supuestamente “exhortar” a niños, mujeres y hombres de la caravana hondureña a que legalicen su estancia en territorio nacional, algo que evidentemente no ocurrirá por la desconfianza que existe hacia las autoridades mexicanas. Si por algo vienen en grupo, es para defenderse y no ser presa ni de autoridades, ni del crimen organizado, como ya ocurrió en Tamaulipas.
Lo cierto, es que el anuncio de Peña tuvo un efecto contraproducente, porque se puso al nivel del gobierno norteamericano que, a su vez, aplaudió la decisión de su homólogo mexicano, el mismo que se supone tendría que reclamar un trato digno a los migrantes y a los miles de mexicanos repatriados.
Por ahora, los migrantes centroamericanos han logrado su cometido de cruzar la frontera sur con México, alcanzar territorio chiapaneco y continuar hacia los Estados Unidos. No hay visos de que intenten regresar a su país, azotado por la guerra, el crimen y la miseria.
Por su parte, el presidente electo, Andrés Manuel López Obrador, ha declarado que dará asilo político y visas a los centroamericanos que lleguen al país; incluso, que les garantizará un empleo, cuando ni siquiera los propios mexicanos tienen la oportunidad de ocupar una plaza laboral que les ofrezca una vida digna. Por lo menos, en el corto plazo se ve muy lejano que el político tabasqueño pueda cumplir con su promesa o tenga la capacidad de resolver esta otra papa caliente que le hereda Peña Nieto.
Sin duda, la única alternativa que se dibuja es la de promover una debate internacional sobre este fenómeno de magnitud mundial, y establecer reglas claras.
Podrían argumentar que es atribución de cada nación determinar cómo proteger sus fronteras; sin duda. Pero no se pueden seguir construyendo enormes muros, ni responder con tropas ni fusiles contra cientos de miles de niños, jóvenes, mujeres y hombres que sólo luchan por ganarse el pan y la vida donde les sea posible.
Es necesario un nuevo pacto a nivel mundial, para definir nuevas reglas que garanticen la protección de los derechos humanos de los migrantes, fenómeno que ya es de alcance internacional.
Según la ONU, en el mundo existen 250 millones de migrantes que representan un 3,3 por ciento de la población mundial y contribuyen con nueve por ciento del PIB mundial, es decir, con casi 7 trillones de dólares al año. El fenómeno es de grandes dimensiones y obliga a tratarlo con soluciones en que todas las naciones colaboren.