Ciudad de México
“Aquí no creíamos que el coronavirus fuera una amenaza, hasta que la gente comenzó a morir”, dijo un antiguo vendedor de tomates, de 57 años, Anastasio. Son docenas de personas, de los pasillos de vegetales y legumbres, que han perdido la vida.
Dolor de cuerpo, secreción nasal, dolor de garganta, “pensamos que estaba resfriado, y siguió trabajando, pero después comenzó a jadear y a los pocos días estaba muerto”, comentó Rubén el hijo de Carlos, un trabajador que vendía tomates en el mercado más grande de América Latina.
A este, le siguieron decenas de tomateros infectados, al menos 10 han muerto desde mediados de mayo; entre ellos estaba el primo de Aurelio, Mateo, un vendedor en un puesto de libros, y Paco, un señor calvo al que apodaban “El Peluche”. Entonces, la Central de Abasto de la CDMX, ya lucía unos grandes letreros amarillos que indicaban “zona de alto contagio”.
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Se dice que el virus ingresó al país gracias a la clase alta, ese es el pensamiento, que lo importó en sus viajes de negocios o placer; pero se ha extendido rápidamente entre los trabajadores de bajos ingresos quienes se han vuelto vulnerables por problemas relacionados con la pobreza, la necesidad de seguir trabajando, desconfianza hacia el gobierno y enfermedades crónicas.
Lo anterior aunado a una escasa atención médica adecuada, altos niveles de hipertensión, diabetes y obesidad. Alrededor de la mitad de los trabajadores en México tienen empleos informales y no cuentan con un seguro o servicio médico.
“Si no trabajamos no tenemos dinero”, dice Alberto, joven que siguió los pasos de su padre en la venta de tomate.
Los funcionarios de la Ciudad de México han enviado a la Central de Abastos, tardíamente, trabajadores de la salud para controlar el uso de gel antibacterial, mascarillas y tomadores de temperatura.
El 26 de Abril, el gerente de la central de abastos Héctor García, dijo a los periodistas que habían detectado el virus en el mercado; noticia alarmante ya que suministró alimentos a 22 de los 32 estados de México. Familias, restaurantes y supermercados dependían de sus noventa mil trabajadores.
Pedro, que sucumbió el 18 de Abril, era un elemento fijo en el pasillo de verduras, prestaba a otros su camión, siempre tenía una sonrisa y podía trabajar durante diez horas seguidas. “Fue realmente muy bueno con nosotros”, dijo su hermano Mauro. Tenía hipertensión.
Mateo, del mismo pasillo, con 50 años y padre de dos hijos, tenía diabetes, murió a mediados de Abril “todo sucedió muy rápido”, dijo su compañero de trabajo Roberto.
Ricardo, de otro pasillo, con diabetes y 46 años, contrajo algún tipo de resfriado, su jefe lo intentó enviar a descansar a su casa, pero no quiso, necesitaba dinero, jadeaba mientras subía las escaleras. Murió el 21 de Abril.
Pedro, otro hombre, comenzó a alarmarse pues él también tenía diabetes; decidió dejar de ir a trabajar, se veía bien, dijo el compañero Alberto Garza; pronto fue intubado y murió a principios de mayo.
Doce de los treinta trabajadores de un puesto de los más grandes, enfermaron “nos quedamos indefensos”, dijo el administrador; los mandaron a clínicas privadas a realizarse pruebas, pero muy pocos negocios lo hicieron. Las autoridades del gobierno de México han dicho que no es práctico un programa de pruebas masivas y rastreo de contactos en una población de 128 millones.
Las muertes por coronavirus involucran afecciones como hipertensión o diabetes, particularmente en las zonas pobres, la obesidad y otras enfermedades crónicas han aumentado, “sabemos que pagaremos el costo de 30 o 40 años de deterioro en la salud”, dijo Hugo López-Gatell a finales de marzo.
En los pasillos de verduras se corrió la voz de que los hospitales eran lugares peligrosos en donde estaban matando deliberadamente a los pacientes. Las historias que se divulgaron eran absurdas, pero muchos las creyeron.
Antonio y Martín fueron diagnosticados con resfrío, y enviados a descansar a su casa, murieron el mismo día, dijo su primo Carlos; Carlos y su tío Alfredo fueron infectados, pero se recuperaron.
Es así como el virus ha alcanzado a viejos compañeros de trabajo, amigos y familias. No se sabe cuántos trabajadores del mercado han muerto, unos dicen que cientos, otros que miles, lo cierto es que no hay estadísticas precisas de los estragos que ha causado en esta pandemia en un lugar donde dejar de trabajar para ellos, no es la opción, pues deben llevar el sustento diario a sus familias.