Acostumbrados a la actuación de “gerentes” en el papel de gobernantes durante los últimos casi 40 años, apenas un acto de autoridad -embozado en una consulta pública, resumida en el “1 por ciento” contra el otro “1 por ciento”, según sesudos análisis- ha desatado el coro mediático que anticipa, no el fin del mundo, sino algo peor: la pérdida de su credo neoliberal como riel conductor hacia horizontes felices, nunca imaginados por nadie y, quizás por ello, tampoco alcanzados por millones de seres humanos.
Después de que el presidente electo, Andrés Manuel López Obrador, echó por tierra la nave del proyecto portuario en Texcoco, ha quedado claro que intentar debatir con un neoliberal resulta tan complicado, que es como pretender razonar o hablar de Dios con un creyente.
Porque con excepción del “1 por ciento” que concentra la riqueza mundial, y entre los cuales hay destacados “inversores” locales, la narrativa de las grandes hazañas y episodios edénicos que le esperan al pueblo bajo su manto protector ha estado sustentada más en sentimientos y emociones que en hechos, por eso es inútil pretender alguna linea razonable.
Durante casi 40 años hemos estado padeciendo una creencia más que una idea o un modelo y aquí, como aseguró Ortega y Gasset, no es la falta de ideas sino estar en las creencias, “habitarlas”, lo que ha llevado a actuar en forma por demás irreflexiva.
Como es de sobra conocido, en el catecismo neoliberal resulta igual que los autores religiosos: fuera de esa iglesia no hay salvación. Y así se ve la fe, la doctrina y la “moral” (para el caso, inexistente), iluminadas por una serie de disparates que van de la pretendida “autoregulación” hasta incorpóreos agentes llenos de benevolencia, todo para abonar al saldo permanente de autoengaños y engaños, con sus timos en menoscabo de los contribuyentes y de la hacienda pública.
Así fue con el Ficorca, con el Fobaproa (hoy IPAB), “salvatajes" de consecuencias de muy largo plazo con cargo al progreso, especialmente de esa mal llamada generación de los “millennials”, hijos de la especulación, el fraude y el saqueo, que hoy deben conformarse con empleos precarios y sueldos de miseria luego de habérseles prometido momentos de bonanza si se empeñaban en prepararse.
Así ha sido también con la ganada autonomía del Banco de México (Banxico) un tanto presente a veces para contener la inflación, pero más al servicio de la depredación local e internacional, paraíso de la especulación, arrojando millones de reservas de dólares en “los portafolios de los inversionistas” (especuladores) en forma por demás inútil para supuestamente evitar la devaluación del peso.
Breve apunte al respecto: del 2012 a septiembre del 2018 nuestra moneda perdió casi el 50 por ciento al pasar de 12.93 pesos a 19.13 pesos por dólar, es decir, antes del “texcocazo” los “inversores” venían actuando, aunque llegó a picos irracionales como ese de 21.93 por dólar antes de que Donald Trump asumiera como presidente de los Estados Unidos.
Tras el simplón “error de octubre”, como se dice en la narrativa neoliberal sobre el “texcocazo”, el peso se ubicó cerca de las 20 unidades “la peor caída del año”, “algo no visto antes de la elección del 1 de julio”, soltó el coro al borde de la histeria.
Y entonces, según la galería, los cuatro jinetes cabalgaron de repente en el país cuando la moneda alcanzó los 20.36 pesos (sólo Trump puede dispararla a 21.93, muy a pesar de la presunta amistad con Enrique Peña Nieto y de Luis Videgaray, y de que los “mercados” estadounidenses, entre ellos el especulador Warren Buffet y su firma Berkshire Hathaway, han sido favorecidos por ese terrible empresario metido a político con la quita de impuestos).
El “texcocazo”, además, ha dado pie a otros delirios neoliberales: AMLO prepara extender su mandato -reelegirse-, según UBS, banco suizo que, como se ha mencionado, “gestiona la riqueza” de todos aquellos que evaden al fisco en sus países.
Horror: el nuevo gobierno quiere modificar la Ley del Banco de México para manejar las reservas internacionales (más de 170 mil millones de dólares), y que esa sola posibilidad debilitaría al peso y contribuiría a su alta volatilidad (por lo menos Trump dejó de ser el culpable de ello, dirán con desgano los asesores del lenguaraz mandatario estadounidense sobre un nuevo capítulo de la neurosis de la ficción, que no quiere perder una de sus más jugosas fuentes de juego financiero irracional).
Visto así, al final tienen razón en sus preocupaciones y son justificados los gritos de “su regreso a las cavernas” porque ya no habrá gerentes ( o eso es lo que se presume).