No soy espantado. Es más, me considero bastante abierto, progresista y he mantenido posiciones en defensa de las minorías; sin embargo, no puedo dejar de opinar sobre la actitud de Paco Ignacio Taibo II, en la Feria Internacional del Libro en Guadalajara hace unos cuantos días.
Para cuando estas líneas sean publicadas, es probable que el personaje haya sido nombrado encargado del despacho del Fondo de Cultura Económica, principal editorial del Estado mexicano, después de la Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuito. Advierto que he sido de los que he apoyado abiertamente el derecho de “Paco” para ser nombrado titular de ese órgano. He sostenido públicamente que resulta anacrónico el requisito que se impone para que ese espacio lo ocupen solamente los “mexicanos por nacimiento”.
Siempre he sostenido que nacer es un accidente de la vida ajeno a la voluntad y, por el contrario, tiene mil veces más mérito adquirir la nacionalidad por elección, convicción y corazón.
Sin embargo, no comparto la expresión utilizada por Taibo en la principal feria de la literatura del país. No me espanta la ahora famosa pero vetusta frase: “se las metimos doblada”, porque en realidad ésta se refiere a una situación de engaño, de ocultamiento; meter algo doblado para que no sea descubierto.
Pero en la muy particular picaresca mexicana del albur, del doble sentido, de la sagaz inteligencia de los que habitamos estas tierras también tiene una significación sexual.
De tal suerte que quienes lo critican efusivamente incurren exactamente en lo mismo que acusan: dar a la frase el contenido sexual que la picaresca le otorga y no el verdadero sentido que tiene. Así los acusadores; aquellos que han dirigido el dedo flamígero y el juicio precipitado contra Taibo II, se están dando un balazo en el pie. Ellos mismos debieran autoanalizarse para descubrir su propio cochambroso pensamiento.
Yo prefiero analizar la situación desde una óptica distinta y permítaseme utilizar respetuosamente la figura bíblica del pecado para explicarla. Para mí, el escritor mexicano tiene dos pecados: el primero es el pecado venial, es decir, de la mancha original. Es el pecado de origen ajeno a la voluntad del pecador. En este caso se ha señalado a Taibo de no poder acceder al cargo por su origen, por ser de donde nació, por no pertenecer originariamente a la nación mexicana. Desde mi punto de vista, este “pecado” debe ser perdonado por la renuncia que ha hecho a la devoción de otra nacionalidad, al saberse y conducirse como “más mexicano que las enchiladas”.
El senado mexicano ya estaba dispuesto a limpiar ese pecado venial y se alistaba para reformar las disposiciones legales para que el requisito de nacionalidad por nacimiento no fuese obstáculo para ocupar el cargo.
Sin embargo, Taibo en su muy particular forma de ser y expresarse pecó de soberbia, pecado capital o mortal, que sólo puede ser perdonado mediante la confesión y el arrepentimiento.
“Se la metimos doblada” no es una frase ni sexista ni machista, sino una expresión de soberbia impropia de quien pretende ocupar el servicio público. Soberbia porque que se le olvidó al escritor que debe de dejar de ser activista de morena para ser siervo de todos los mexicanos. Se olvidó el historiador que una cosa es la plaza pública y el mitin y, otra muy diferente la festividad editorial más importante de nuestro país.
El contenido festivo y estridente de “se las metimos doblada”, configura pues, el pecado de soberbia que por ser capital obtiene el perdón celestial mediante la confesión y el arrepentimiento. En este sentido, Paco Ignacio Taibo II ha confesado públicamente su actuar y ha expresado su arrepentimiento. Toca a quienes se sienten dioses perdonar o no. Yo creo que no fue correcto su actuar pero no caigo en exageraciones.
Creo que se está juzgando con rencor e ira que, por cierto, es otro pecado capital. A esos que hoy lanzan la primera piedra les recordamos que con la vara que miden serán medidos.