Con antiparras “escépticas hay que observar el anuncio de que el Plan Nacional de Desarrollo 2019-2024 (PND) del gobierno encabezado por el presidente Andrés Manuel Lopez Obrador, pondrá fin al período neoliberal aplicado durante los últimos 36 años, el cual se resume en el impulso de la concentración de la riqueza nacional en unas cuantas manos y la supuestamente inevitable miseria de millones de seres humanos, amén de la existencia del gobierno como mero despacho gerencial.
En otras palabras, se dice que se diseñarán y ejecutarán una serie de políticas públicas encaminadas a combatir la “desigualdad”, un término que produce convulsiones en los altos y bajos templos del credo económico citado, casi como de exorcistas.
Además, según se difundió, el PND pretende un “combate frontal a la corrupción, respeto al estado de derecho, seguridad, cumplimiento de la ley y ejecución realista de los recursos económicos, con base en la austeridad, la libertad como centro y prioridad de la educación y cultura”.
Lo anterior se ha escuchado antes de una y mil formas, pero será particularmente interesante esa propuesta de reducir la brecha entre los muy ricos (nuestro “1 por ciento”) y el 99 por ciento restante, sobre todo porque el evangelio que se aplicó a rajatabla, sin debate y con apenas razonamientos, ha desatado a sus pastores en todas las trincheras para intentar crear los escenarios más apocalípticos si se modifica el estado de cosas actual.
Cosas de ver algunos diarios pues para estos curas el paraíso sólo se alcanza si se mantiene esa filosofía del tipo “El Canillitas” (llamado “Félix Vargas”) personaje que según su creador, el cronista, abogado y diplomático Artemio del Valle Arizpe, en la vida poco valen los triunfos y valen todavía menos las derrotas.
De lo que se trata es, simplemente, que los ciudadanos cumplan la tarea de encogerse de hombros ante cualquier situación, de padecer lo indecible, haciendo de la denuncia de lacras y deformaciones públicas un mero instrumento testimonial, donde incluso el propio denunciante termina por acusarse.
Para el fundamentalismo económico, la “receta de rigor” es una vida supuestamente simple, perdida en lo cotidiano, ahí donde las penas aprenden a nadar y “se hacen campeonas de natación”, por lo cual es imposible ahogarlas incluso con bebidas espirituosas, al decir del cronista; ahí en los espacios de la fachada de la inclusión en la que se acepta que “todo mundo tienen derecho a ser feo”, pero se excluye a muchos porque supuestamente abusan de ese derecho.
Lo que resulta de ese credo presuntamente en vías de ser defenestrado es, igual que en “El Canillitas”, una sociedad deshumanizada, poco compasiva, donde el humor y la amargura se alternan entre canallas, víctimas y victimarios, para aceptar el extremo ante lo supuestamente inevitable de una doctrina (la miseria y la pobreza), y terminar los días con el epitafio: “Aquí descansa Félix Vargas, quien siempre descansó”, esto como parte de un insincero recuento funerario en la estadística.
Estamos lejos del establecimiento de “crimen económico contra la humanidad” a toda aquella doctrina inhumana que cause “graves sufrimientos o atente contra la salud mental y física de quien los sufre, cometido como parte de un ataque generalizado o sistemático contra una población civil”, según la definición de la Corte Penal Internacional, aunque el Nobel de Economía, el estadounidense Gary Becker, postuló su teoría del crimen en el nivel microeconómico en la década de los años 50.
Esto es, que sí hay crímenes económicos por parte de financieros, especuladores, demoledores de instituciones que evitaron la regulación del gobierno, calificadoras facilitadoras de burbujas, fraudes y estafas (Fitch Ratings, Moody’s y Standard & Poor’s) y todos esos “inversionistas” que han concentrado la riqueza a partir de estos timos, incluidos rescates con cargo a los impuestos ciudadanos y la conformación de monopolios, duopolios, oligopolios y cárteles bancarios y financieros.
Con esa fauna tendrá que habérselas el gobierno de Andrés Manuel López Obrador si en verdad se pretende cualquier “transformación”, y si se quiere reducir la brecha existente entre ricos y pobres.
Ya se verá si es el adiós al “Canillitas” o si Félix Vargas sólo cambiará de mote.