Premisa básica de un marxismo honrado -o cínico, según la graduación de los espejuelos- en relación con la gran industria del crimen: la actuación del delincuente es una “compensación natural” en la sociedad porque contribuye a restablecer el equilibrio adecuado y, sobre todo, “abre toda una perspectiva de ramas “útiles” de trabajo”.
De lo primero habría que expresar algunas dudas. Es cierto que, como dijo el “Doctor Terror Rojo”, “el crimen descarga al mercado de trabajo de una parte de la superpoblación sobrante, reduciendo así la competencia entre los trabajadores”. Esto aparentemente sucede en el ámbito formal y pacífico, aunque nunca falta el “jefe” con cerebro Nazi que hace competir a sus trabajadores entre ellos para no para lograr una mejor producción, sino para despedazarse.
Empero, se equivocó al afirmar que la descarga de la “superpoblación sobrante” (el tristemente célebre “excedente de mano de obra”, de jerga tecnocrática) pondría “coto hasta cierto punto a la baja del salario” ya que, profeta y todo, nunca atisbó siquiera una reforma laboral de confección neoliberal, de esas “flexibles” que permiten ciertamente un paisaje lleno de personas, hombres y mujeres, en el paraíso: cubiertos sólo con una bíblica hoja de parra y/o haciendo fila en los muy celebrados “comedores populares” de recientes gobiernos.
En cuanto al impulso de “ramas útiles de trabajo”, específicamente en el caso de nuestro país, no hay dudas de la enorme aportación, tanto, que hasta se “dobletea” y hay desempeños en ambos bandos. Para efectos de una suerte de honradez (o cinismo, como se quiera ver) económica, democrática, republicana y harto justiciera, es preciso reconocer que buena parte de lo que mantiene en pie a todo el aparato policiaco, instancias judiciales y ahora hasta las fuerzas armadas, millonario presupuesto incluido, es justo la infrenable cuota de productividad del sector criminal nacional, cada vez más echado pa´lante e innovador, precisamente lo que se requiere en un mercado de alta competencia.
Los resultados de ese aporte al desarrollo productivo del país son más que elocuentes: miles de cadáveres desde que se declaró la guerra al narcotráfico con Felipe Calderón (104 mil, en el lapso 2006-2012), seguida por Enrique Peña Nieto (125 mil, en 2012-2018) y “matizada” pero con ganas de superar a los anteriores, por parte de Andrés Manuel López Obrador (2018-), con todo y la intención de “abrazos, no balazos” que, evidentemente, los productores de delitos entendieron a la inversa, según los saldos funerarios del primer trimestre del 2019.
De paso, no hay que olvidar que un economista egresado del ITAM, ex senador y ex diputado panista que ocupó una cartera en la secretaria de Agricultura con el ex presidente Felipe Calderón Hinojosa (Jeffrey Max Jones), recomendó incorporar los métodos empresariales del narcotráfico para impulsar el desarrollo del campo, porque “produce lo que demanda el mercado y usa tecnología, y si hay alguien que sabe de mercado son ellos” (28-10-2009, El Universal-Milenio).
(Como era de esperarse, más por hipocresía que por desviaciones doctrinarias de “libre mercado” -porque si de algo sabe el neoliberalismo es precisamente del narcotráfico como negocio- el hombre terminó despedido y la propuesta desechada).
Pero a estas alturas, ante la hemorragia transexenal, hay que tomar posturas y definirse: o se continúa con la filosofía a la “Filiberto Garza” (sí, el del “Complot Mongol”, de Rafael Bernal, en un “remake” que evidencia lo vigente de lo podrido de la política y, en general, de la vida pública) en el sentido de autoproclamar sin sonrojo a México como un “fabricante de muertos”, o se hacen a un lado hipocresías y titubeos y se promueve que nuestro país sea un gran “fabricante de mota” (ya encarrerados, quizás una potencia económica en la producción de otras drogas no en laboratorios clandestinos, sucios y malolientes, sino en naves industriales, debidamente equipados con tecnología de punta y con personal altamente especializado).
“México debe moverse con rapidez para pasar a la vanguardia, entonces si México aprueba esto rápidamente -la despenalización de la mariguana-; México y Canadá será los dos líderes mundiales como ya lo es Canadá ahorita, y México puede exportar y convertir esto en un producto de exportación” sugirió el ex presidente Vicente Fox Quesada, además de que, refirió, ayudaría a disminuir la violencia.
Esto parecería locuaz, desleal y generaría incluso alguna acusación de “conflicto de interés” por parte de Fox Quesada pues, como se sabe, una firma canadiense productora de mariguana, “Khinos", lo hizo embajador y representante en América Latina, además de que ya anunció que quiere tener sus propios plantíos en el Centro Fox.
Pero esta propuesta, que había anunciado el nuevo gobierno como parte de la “Cuarta Transformación”, ha sido eliminada de la discusión pública y sustituida por sermones clericales mezclados con lemas hippies, (“abrazos, no balazos”, “amor y paz”, etc.,), amén de programas sociales y acciones de seguridad, en concreto la salida a las calles de la Guardia Nacional, todo como una forma, se dice, de intentar recomponer el muy canceroso tejido social y cerrarle al paso al crimen organizado y frenar la hemorragia nacional.
Lo anterior exhibe que no se ha entendido que el espeso recuento mortuario no es producto propiamente de la falta de apoyos sociales ni de la desigualdad, ni de nada parecido, sino el saldo de una competencia salvaje por el mercado de las drogas, los territorios y su clientela.
Y que igual que en el sector financiero y sus estafas cíclicas, se hace indispensable contener los ímpetus de los “inversionistas”, no tan anónimos ni tan clandestinos, en ese enorme negocio, so pena de seguir produciendo más cadáveres.