Semana movida, incluidos los festejos del pasado sábado por el “Día Mundial del Rock” y la supuestamente “sigilosa fuga” de Emilio Lozoya Austin a Europa por el corrupto caso de Odebrecht, la renuncia de Carlos Urzúa a la Secretaría de Hacienda y el nombramiento de Arturo Herrera en el inmediato relevo, sirvió para que los detractores del presidente Andrés Manuel López Obrador atizaran el fuego de la economía.
Empero, todo quedó en el tradicional “parto de los montes”, con los respectivos gritos, sombrerazos y las tradicionales escaramuzas entre los que fueron echados del poder y los que lo poseen.
Momento aprovechado por los especuladores, el peso cayó momentáneamente frente al dólar y luego se recuperó, quedando en 19.11 pesos por billete verde.
Como fue obvio, no hubo fuga masiva de dólares porque nadie es tan idiota, menos el rentismo financiero, como para dejar de acumular las grandes ganancias que implica el hecho de que el Banco de México haya mantenido en 8.25 por ciento la tasa de referencia.
A su vez, desde el exterior la prensa neoliberal no se quedó con los brazos cruzados y aprovechó para lanzar los anzuelos de su tramposa propaganda: sólo nosotros podemos sacar al buey de la barranca (será quizás porque ellos lo metieron), especialmente si se reconsidera en materia económica y se reanudan las obras del Nuevo Aeropuerto Internacional de México (NAIM) en el ex Lago de Texcoco, y si el gobierno desiste de construir su refinería para dejar el millonario negocio a unos cuantos.
Sin duda hay problemas, pero estos no se hornearon el día que se cambió la estafeta en el poder, menos con el relevo en la Secretaría de Hacienda. Se han venido cocinando a fuego lento, desde hace meses, como para cumplir el viejo ritual en cada cambio de sexenio, con sus nuevos héroes y viejos villanos.
Conforme a la filosofía popular de que “no hay borracho que trague lumbre”, es obvio que ni el Presidente ni ningún miembro del gabinete va a salir a decir que la economía está en recesión, o que se va a continuar con la mediocre ruta del crecimiento de 2 por ciento, en promedio, con un año de inicio de sexenio complicado.
Hay problemas, sí. Por ejemplo, desde hace más de 20 meses las ventas de autos han venido en picada; las distribuidoras, además de reducir sus plantillas laborales, han tenido que recurrir a la venta de vehículos seminuevos para evitar una mayor caída.
Esto va más allá del canon tecnocrático de que la economía entra en recesión cuando se contrae dos trimestres consecutivos, porque el sector automotriz ya fue, regresó, y volvió a irse, y los neoliberales ni se enteraron (hasta hace unos días).
Y lo mismo se puede decir del sector de la construcción, que registró un bajón de -6 por ciento y las manufacturas -0.2 por ciento, debido a que el gobierno, y la iniciativa privada también, simplemente no invierten, e igual las actividades industriales.
El gobierno no gasta, menos los empresarios ni los ciudadanos. Con tasas de interés tan elevadas y las amenazas frecuentes de que todo está por irse al diablo, cuando en realidad ya se fue desde hace un buen rato, lo único que queda exigirle al gobierno de la Cuarta Transformación es que verdaderamente la lleve a cabo, con una fuerte sacudida en el ámbito económico y financiero, amén de otros rubros.
Pero si lo único que va a hacer en “nadar de a muertito” y denostar a los fifís mientras negocia con los líderes de éstos, como los Slim, los Bailleres, los Azcárraga, etc., peleándose además con personajes que fueron invitados o se sumaron a su proyecto, estamos en presencia de un capítulo más de la clásica simulación nacional.
Los motores están parados, diría Lord, Keynes sobre el destartalado automóvil de la economía neoliberal, y al parecer nadie quiere echar a andar uno nuevo o no sabe qué hacer en estos momentos presuntamente pos-neoliberales.
Lo cierto es que la desigualdad no se va a resolver con dádivas y la concentración de la riqueza va a seguir su acumulación desbocada, ello mientras no haya creación de oportunidades y agresivas modificaciones en el ámbito fiscal.