El nerviosismo bursátil y cambiario se siente globalmente en los circuitos financieros, a medida que más datos salen a la luz sobre el estado de la economía en el mundo. Las polémicas comerciales y políticas agravan la economía internacional, con epicentro en Estados Unidos y su disputa principalmente con China, pero cuyas ondas hacen temblar a muchas economías periféricas, como es el caso de México y Canadá, cuyo pacto comercial sigue pendiente de aprobación por el Congreso norteamericano.
Algunos Bancos Centrales reducen sus tasas de interés en un intento de evitar el declive económico, pero otros, como Alemania, se resisten a tomar medidas para impulsar su economía. Datos recientes muestran que la economía de Alemania se dirige hacia una posible recesión, pues ya muestra signos de estancamiento, al igual que la mayoría de los países de la Unión Europea. La Gran Bretaña, con su Brexit, está en serias dificultades, ha visto caer a su libra en picada y puede entrar próximamente en recesión.
Japón, a pesar del pasado plan de estímulo presupuestario, la flexibilización monetaria y la reforma estructural, ha desacelerado su crecimiento y la deuda pública sigue siendo muy alta (240% del PIB de Japón en 2018) y como su aparato productivo depende en forma importante del comportamiento de las exportaciones, la desaceleración del comercio mundial lo expone a caer nuevamente en el estancamiento que ha sufrido en las últimas décadas.
Lo mismo vale para la mayoría de las economías de Asia (tal vez la excepción sea India, aunque quién sabe por cuánto tiempo) que miran al mercado chino como tabla de salvación, pero se estremecen ante la desaceleración a una tasa de 4.6% en este año de China, comparado con tasas de 6.5% en los dos años previos, lejos de aquellas tasas de 10% anual en la primera década del siglo actual.
Agravando el ciclo económico están las crecientes dificultades geopolíticas y los errores políticos y de políticos que entorpecen el crecimiento de muchas economías.
El Fondo Monetario Internacional pretendió rescatar a Argentina, tras el triunfo del derechista Macri hace cuatro años, pero el programa ha sido un fiasco y el reciente resultado de las primarias electorales en su contra ha puesto contra la pared a la economía argentina, devaluando su moneda, y teniendo que recurrir al congelamiento de precios de los combustibles y de la canasta básica, por lo pronto. El actual gobierno pone en duda que el FMI quiera seguir desenvainando su espada para apoyar con préstamos anteriormente concertados al peso argentino y Macri ha mostrado su preocupación de qué el Fondo retenga las divisas comprometidas y la moneda argentina siga cayendo en un círculo vicioso de inflación, devaluación y fuga de capitales.
Ante esta situación, Macri ha pegado el grito al cielo advirtiendo que Argentina se podría quedar sin reservas monetarias (tiene una deuda externa de más de 275 mil millones de dólares) y eso podría crear un fuerte sismo financiero con réplicas en otros países, algunos latinoamericanos, como su principal socio comercial Brasil (que tiene una deuda externa de más de 600 mil millones de dólares), y que tiene grandes problemas económicos y políticos.
Turquía, por el contrario, se queja de que el mismo Fondo Monetario Internacional quiera imponerle un programa para obligarlo a poner orden en sus finanzas, que han sido un desastre bajo el gobierno autoritario de Erdogan. En las últimas dos décadas, la economía del país basada en deuda externa e inversiones extranjeras ha sido fundamental para la expansión y consolidación del poder del presidente de Turquía. Sin embargo, la adopción de políticas monetarias populistas y el crecimiento artificial impulsado por la deuda se ha vuelto cada vez más insostenible (Turquía ha acumulado una deuda externa de más de 450 mil millones de dólares).
El problema de la deuda de Turquía, junto con la caída de la lira turca, es posiblemente el factor de riesgo más importante para la economía de ese país. Para empeorar las cosas, lejos de suponer una amenaza sólo para la propia Turquía, también tiene el potencial de infligir un daño significativo en otros lugares, empezando por las economías clave de la zona euro (Alemania, Francia y Holanda son sus principales socios comerciales y financieros).
A primera vista, la situación en Turquía podría parecerse a muchos de los escenarios anteriores de una nación fuertemente endeudada con una moneda que cae en picada, que desciende a una recesión severa y finalmente es medio rescatada, como Grecia. Sin embargo, hay una diferencia clave que hace que el problema de la deuda de Turquía sea mucho más complicado y potencialmente peligroso.
A diferencia de Grecia, Italia u otras economías seriamente endeudadas, el principal riesgo en este caso no es sólo el endeudamiento del gobierno. En cambio, es la deuda corporativa insostenible y cada vez menos financiable lo que convierte a Turquía en una bomba de relojería y hace que la opción de rescate del FMI sea problemática, aunque no se ve cómo podría salir de esa situación sin la ayuda del Fondo.
Es poco lo que quisieran aportarle algunos países individuales, como Dubai, que ya le ha ayudado, pues por añadidura Erdogan se ha enemistado con varios países de la Unión Europea que son sus prestamistas, principalmente los bancos españoles (lo cual podría repercutir en parte del sistema bancario mexicano) y son patentes los desacuerdos y fricciones geopolíticas con Estados Unidos, que en represalia le ha impuesto aranceles al acero y al aluminio turco.
Como corolario, podemos decir que sin tratar de minimizar el enorme reto de México, su economía ocupa un lugar singular en esta constelación económica mundial en problemas. Ciertamente comparte el relativo debilitamiento económico del mundo en general, pero sin problemas graves de inflación o devaluación, esto último gracias a las elevadas reservas monetarias que acumula por valor de 180 mil millones de dólares.
Como miembro del FMI tiene una línea de crédito disponible por 74 mil millones de dólares, que no se ha visto en necesidad de utilizar para respaldar su moneda. Y cuenta con algún apoyo del Departamento del Tesoro de Estados Unidos para lo mismo, en caso de emergencia, por 9-12 mil millones de dólares.
Sin embargo, el país ha acumulado una enorme deuda externa de 456 mil millones de dólares (se triplicó desde 2003), no sólo por el sector público (más o menos 200 mil millones de dólares), sino también por el sector privado. Y acumula rezagos ya muy conocidos en muchos sectores, si no en toda la economía y en su sociedad, en seguridad, en concentración de la riqueza y el ingreso bajo y mal distribuido, en desempleo, en instituciones deficientes de educación, de salud y judiciales.
Además, políticamente el país se halla en pleno despegue de intentar instaurar una nueva gobernanza (gobernanza denomina a la eficacia, la calidad y la satisfactoria orientación de un Estado, hecho que le atribuye a éste una buena parte de su legitimidad, puesto en otras palabras, sería algo así como una "nueva forma de gobernar", que promueve un nuevo modo de gestión de los asuntos públicos, fundamentado en la participación de la sociedad civil a todos sus niveles: nacional, local, internacional y regional).
En suma, ante el desafío interno e internacional México tiene como reto mejorar la Gobernabilidad, es decir, su capacidad de crear condiciones óptimas de aplicación y recepción de los modelos y planes de administración. Y lograr la Gobernanza, lo que significa una nueva forma de gobernar con notable eficacia, eficiencia y una elevada calidad.
Si así no lo hiciere el Gobierno, que la Nación se los demande!
Y que Dios nos proteja!