De acuerdo con los datos hasta del propio presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, en materia económica no hay nadie que pueda festejar nada a un año de gobierno, y esto se explica por el simple hecho de que los nudos del Ogro Salvaje permanecen todavía en espera de lances algo más que “mañaneros”.
Salvo el magnate Carlos Slim, quien consideró que México “es un paraíso que se puedan tener tasas de interés de 8 por ciento en Cetes”, cuando en Europa, Suiza y Japón es negativa, mientras en Estados Unidos es de 1.5 por ciento, y sin duda otros fieles de las finanzas hiperespeculativas, no se asoma de manera generalizada el optimismo rebosante -nada fingido- del tipo del personaje en cuestión. No todos están de plácemes.
Es normal que nadie quiera hablar del rentismo especulador que elogió y del que tanto gusta Slim, esto gracias a la tasa de referencia del Banco de México, y menos refutar un hecho a ojos vistas que ha puesto patas pa´rriba a las finanzas nacionales, la venta de bienes y servicios y el consumo en general.
Que los sondeos de opinión indiquen que el presidente Lopez Obrador parece estar blindado hasta de sus propias pifias, no quiere decir que, en efecto, sobre la economía se esté horneando una “revolución” que va a modificar las cosas, si bien las políticas asistencialistas están bañando de beneficios a sectores como los jóvenes y adultos mayores.
De hecho, debe resultar más que preocupante el tono tanto de Slim como del dirigente del Consejo Coordinador Empresarial, Carlos Salazar, luego de un acuerdo mediante el cual el país supuestamente se va a ahorrar más de 4 mil millones de dólares con el acuerdo alcanzado por la Comisión Federal de Electricidad (CFE) con la mayoría de las empresas constructoras de los gasoductos que le suministrarán el combustible; acuerdo que, se dijo, se sustentó de manera primordial en la modificación del esquema tarifario, que pasó de ser un pago por financiar los ductos a un precio por el transporte del gas.
De esa manera, se estableció que se logró una reducción de 28 por ciento, en promedio, que permitirá a la CFE reducir la erogación proyectada de 12 mil millones de dólares a 7 mil 500 millones, ahorrándose también un pleito en instancias internacionales por varios millones de dólares.
“México tendrá acceso al mercado de gas más barato del mundo, que permitirá sustituir el uso de diésel y el combustóleo, con un costo de entre una cuarta y una tercera parte del precio que se paga actualmente por éstos, además de ser mejor para el medio ambiente”, según Slim.
Por si alguien no se acuerda, algo similar se deslizó respecto de las tarifas telefónicas cuando el multimillonario obtuvo, a precio de tianguis, la empresa Teléfonos de México (Telmex), monopolio que ha hecho y deshecho durante las últimas tres décadas con el apoyo del aparato institucional supuestamente antimonopolios que se diseñó, pero que sigue protegiéndolo.
A final de cuentas, Slim y compañía lo saben: los acuerdos de un sexenio a otro pueden variar, y mientras haya un paraíso del “8 por ciento” no hay nada qué temer.
Eso por un lado. Por el otro, el hecho de que ahora ni a Slim ni al dirigente empresarial mencionado les preocupe el estancamiento económico característico del neoliberalismo, y se trepen al carruaje del “desarrollo” (social) tripulado hasta ahora por el Presidente.
Pensadores antineoliberales son los que han venido defendiendo la idea de que el desarrollo es un derecho ciudadano, por eso resulta más que sospechoso que estos neoliberales hayekianos a ultranza ahora se muestren partidarios incluso de eso que se conoce como “estructuralismo latinoamericano”, con el caribeño William Arthur Lewis y el argentino Raúl Prebisch como principales ideólogos, según diversos estudiosos.
Más sospechoso todavía: que las agencias de opinión de la economía (mal llamadas “calificadoras de riesgo”) se hayan mostrado de plácemes por el acuerdo logrado.
Todo el regocijo del Ogro Salvaje va más allá del “cordial acuerdo”: quizás a regañadientes, pero al final los inversionistas están incursionando en la industria energética, no conforme a la “Cuarta Transformación”, sino a las supuestamente vilipendiadas “Reformas Estructurales”. Por eso el regocijo.