Desde hace mucho tiempo, estudiosos serios del capitalismo o del libre mercado hicieron ver que el adversario no estaba cobijado por ninguna bandera rojilla comunista, socialista o populista, sino justo en las propias entrañas de lo que luego, en décadas recientes, degeneró en “neoliberalismo”.
La llamada “ciencia lúgubre” (Carlyle, dixit), esa que condenó al rico a ser más rico y al pobre más miserable, al parecer se está dando cuenta de que no puede seguir estirando la liga y, al menos en el discurso, ha venido expresando dudas hacia la fe ciega que había mostrado hasta hace poco.
Ahora, el mundo egoísta llevado al poema-manifiesto de Ayn Rand (“La Virtud del Egoísmo” y el himno de rigor) parece que quiere verse menos antisocial de lo que ha sido y, por ejemplo, ya es común el estribillo de la “empresa socialmente responsable”, algo que ni el propio Marx podría haber profetizado.
A manera de guisa, Bill Gates, además de estar distribuyendo parte de su fortuna, afirmó el pasado 17 de septiembre que el mundo necesita avanzar más rápido en el tema de la desigualdad, según el Financial Times, medio informativo donde previamente, la periodista Gillian Tett, presidenta del Consejo Editorial y editor general en Estados Unidos del Financial Times Británico, escribió un artículo titulado ¿“El capitalismo necesita salvarse a sí mismo?”, el cual sin duda leyeron no sólo comentaristas adictos al neoliberalismo en medios informativos de nuestro país, sino también en Wall Street y otros templos.
Luego de asegurar que “la crisis financiera de 2008 había socavado la fe en los mercados libres sin restricciones” y puesto contra la pared la doctrina que sólo persigue “métricas financieras para los accionistas” (puras ganancias, pues), la periodista hizo referencia al factor político que significó a la estafa con las hipotecas Subprime, incubada en bancos estatales pero potenciada por bancos privados de varios países del mundo, en un cóctel más devastador que Mijail Bakunin y su doctrina de la destrucción por el placer de la destrucción:
“La crisis de 2008 desató una ira popular contra la élite corporativa y política de Estados Unidos. Y aunque la mayoría de los ejecutivos inicialmente asumieron que esta ira desaparecería cuando terminara la recesión, ocurrió lo contrario: incluso después de que se reanudó la recuperación, el resentimiento creció”.
En esas estamos no sólo en Estados Unidos, sino en todo el mundo, México incluido, porque en vez de cárcel o de una sanción, los estafadores fueron (y han sido siempre) premiados con “liquidaciones millonarias” después de haber llevado a las firmas bancarias o empresas a la ruina, teniendo que ser salvadas estas con impuestos ciudadanos (¿de dónde más?), y condenando a muchas generaciones a condiciones complicadas y hasta infrahumanas, de auténtica sobrevivencia.
Podría tratarse de un embeleco más de un pretendido “neocapitalismo” y buscar tomar nuevos impulsos o uno de tantos actos de contrición falsos y tratar de conmover. No se sabe.
El caso es que a once años del penúltimo “crac” financiero con las tramposas hipotecas Subprime que estallaron en la cara al libre mercado o neoliberalismo, no se ven mejores de condiciones y poco o nada se ha hecho por revertir la situación, especialmente la que priva en el ámbito financiero y su característica irracionalidad. La “ira social” (encabronamiento colectivo, pues) no es cualquier cosa.
Al respecto y a la Monsiváis, es necesario “documentar nuestro pesimismo”: gracias a los estudios del filósofo y abogado austriaco Karl Polanyi (adversario intelectual de Hayek y Mises, padres del neoliberalismo) se sabe que el capitalismo desbocado no sólo genera pobreza y desigualdad, sino que es capaz de engendrar cosas peores:
“La sociedad de mercado nació en Inglaterra, pero fue en el continente donde sus deficiencias engendraron las complicaciones más trágicas. A fin de comprender el fascismo alemán, debemos volver a la Inglaterra ricardiana.” (La Gran Transformación”).
El enemigo está a la vista.