En efecto, en primerísima instancia, más allá de las implicaciones sociales, culturales, educativas o familiares, cuando una mujer se embaraza antes de los 20 años de edad, las repercusiones biológicas, fisiológicas y neurológicas revisten considerables riesgos para la salud y la vida, tanto de la madre como la del bebé.
En otro tiempo no importaba demasiado porque las distintas sociedades y países estábamos acostumbrados a que se reportaran altas tasas de mortalidad materno-infantil sin que ello sorprendiera demasiado; en parte, debido a los pocos conocimientos que teníamos acerca de las ciencias biomédicas, la genética, el desarrollo y la nutrición y su impacto en la salud reproductiva.
Para decirlo de manera cáustica: Todavía no habíamos madurado y, también debemos reconocer que “la adolescencia”, como etapa intermedia de vida --entre la infancia y la adultez—simplemente no existía social, cultural ni demográficamente.
Aunque la resignificación de la infancia y la aparición de la adolescencia data de al menos de dos siglos atrás, básicamente después de la II Guerra Mundial varios países occidentales comenzaron a valorar con mayor claridad la importancia de que los y las adolescentes dedicaran gran parte de su tiempo dentro del seno familiar, a permanecer en la escuela, a capacitarse para el trabajo, a explorar su mundo erótico-emocional, antes de lanzarse al torbellino de la procreación, la crianza y hacia la edificación de su propia familia.
En México, cual subdesarrollados, católicos, guadalupanos y neoliberales, tardamos un pelín más, pero llegamos a la compleja fiesta de las adolescencias posmodernas. Hoy sabemos que si una chica experimenta un embarazo antes de sus 20 primaveras, lo que probablemente le ocurrirá, será:
Anemia. Es uno de los primeros y más claros problemas de salud tiene que ver con la chica adolescente gestante. Una joven que tiene 19 años o menos, está frecuentemente alejada de un buen estado nutricional, en tanto que su condición etaria le ayuda a transitar por periodos muy irregulares de ingesta y por formas de consumo poco saludables, sin padecer grandes efectos en su estado de salud. Pero estando en dicha condición, cuando sobreviene un embarazo, la deja en indefensión nutricional para responder a las demandas que imponer el desarrollo de la gestación.
Bajos o nulos cuidados. Los estudios de caso dejan claro –casi por antonomasia-- que la gran mayoría de los embarazos adolescentes que llegan al parto, carecieron de las forzosas atenciones prenatales requeridas. Consecuentemente, sobrevenderán otro tipos de problemáticas de salud. Enseguida los más recurrentes:
Pre-eclampsia. Especialmente en las menores que tienen entre 13 y 16 y años de edad. Es decir, hipertensión arterial y exceso de proteínas en la orina (proteinuria).
Eclampsia. Convulsiones que pueden manifestarse a partir de la semana número 20 de gestación.
Síndrome de HELLP. Ruptura de glóbulos rojos, elevación de las enzimas hepáticas y bajo recuento de plaquetas.
Infecciones. Recurrentes contaminaciones en vías urinarias.
Nacimiento anticipado. Parto antes de los nueve meses (pre-término), con las implicaciones respectivas.
Cesárea. Aunque por otras razones de cultura comodina de los médicos, los partos por cesárea han crecido durante las últimas décadas; en las madres adolescentes se observa una tasa más alta de este tipo de partos.
Bajo peso al nacer. Los bebés reportan un peso medio inferior a lo normal, aunque es cierto que con mayor prevalencia en las madres que tienen entre 15 y 17 años de edad,
Problemas respiratorios en el neonato. Lo que en el argot médico se conoce como SDR (Síndrome de Dificultad Respiratoria) por ejemplo apnea, se presenta con mayor frecuencia en los nacimientos procreados por madres adolescentes.
Mayor frecuencia de hipoglicemia. El o la bebé, al estar por debajo de la glucemia requerida, tendrá un impacto desfavorable en su desarrollo neurológico y puede provocar efectos nocivos en su desarrollo ulterior.
Muertes perinatales. Lamentablemente se reportan hasta 50 % más casos de decesos en los recién nacidos, procedentes de madres adolescentes, en comparación con las de mayor edad.
Riesgo de trastornos generalizados (TGD) en el recién nacido. A la postre, los estudios demuestran que presentan retraso en las habilidades para usar la imaginación, socializar o para comunicarse.
Con base en este perfil biomédico que exhibe la natalidad en madres adolescentes, la política pública debería destinar más recursos humanos calificados, a la prevención del embarazo adolescente. Desde luego, más clínicas, hospitales, centros de salud, medicamentos, equipamiento para diagnóstico y monitoreo, tratamientos y atención de la más alta calidad para reducir el impacto biomédico y social que reviste la natalidad específica en madres adolescentes.
Un desafío que involucra al Gobierno del Estado de México en su conjunto, al Sistema de Salud nacional y estatal, al Poder Legislativo, tanto local como nacional, a la todavía autodenominada Estrategia Nacional para la Prevención del Embarazo Adolescente (ENAPEA), al Sistema Educativo, a las familias, a las chicas y chicos adolescentes y, sin lugar a dudas, a los medios de comunicación públicos y privados.
Esperamos que la denominada 4T encare este problema de salud pública de una vez por todas, de manera palpable, evaluable y sistemática.
Referencias consultadas
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* Red Internacional FAMECOM