Comenzó a finales de 2019, con una señal de alarma desde la distante región asiática. Otro virus; una cepa distinta estaba provocando neumonías atípicas, cuyos pacientes estaban expirando. Luego se reconocería que se trataba de un nuevo virus, pero no igual a sus predecesores.
El 24 de enero de 2020, el mundo conectado y transmediatizado reportaba la existencia de 941 personas infectadas por el Coronavirus SARS-CoV-2. Se trataba de 26 los fallecidos y, se habían curado 36 pacientes. El porcentaje de letalidad del COVID-19 era de 2.7. De los 941 casos, China concentraba 916, es decir, 97 % de los infectados en el planeta. México no aparecía en el mapamundi de la catástrofe; solamente bebíamos monólogos en ayunas y, minutos después, 4 Tamales de chipilín.
Un mes más tarde, había 79,570 sufrientes con COVID-19. Los decesos eran 2,629 y caían densamente esos inefables sufrimientos en cada familia ante la inesperada partida de un ser querido. Las personas repuestas, esperanzas renovadas, sumaban 25, 227. Wuhan, la capital de Hubei, continuaba siendo el epicentro de la pandemia; hacía que China mantuviera el mismo 97 % de los contagiados del orbe, a causa del reciente virus.
Sin embargo, para esa fecha, Italia ocupada un preocupante segundo lugar, con 229 casos. A esa cuna cultural, Japón le pisaba involuntariamente los talones con 159 pacientes.
Esa misma mañana del miércoles 24 de febrero, Día de nuestra enseña nacional, México desayunaba en televisión y pantallas móviles, una meticulosa revisión de los precios al consumidor de la gasolina, el diésel y el gas LP. Segundos después, algunos lisonjeros aplaudían frenéticamente que el sábado anterior el presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) había inaugurado el rebosante puente de Sahuatenipa, para seguir uniendo al estado de Durango con la tierra de los Colhuas, es decir, Culiacán.
Como magnífico cierre, sendos videos “creativos” de los avances sobre el tozudo aeropuerto de Santa Lucía y, los tímidos progresos en la construcción de la Refinería en el Puerto de Dos Bocas, en las consentidas tierras tabasqueñas.
Por su parte, teniendo a su espalda al presidente de la 4T, el Dr. Hugo López-Gatell (súper) Subsecretario de Salud, respondía a una periodista –desde el minuto 30 con 22 segundos de aquella “Mañanera”, que si bien se reconocía la existencia de la pandemia del COVID-19, en realidad el titular de la OMS se había referido a países africanos, quienes no tenían nuestra capacidad. Dijo: “Hay algunos países que tenemos capacidades instaladas, robustas; en vigilancia epidemiológica; en preparación y respuesta ante emergencias y, hay otros que desafortunadamente, no; particularmente el continente africano”. https://www.gob.mx/insabi/videos/el-pulso-de-la-salud-25-de-febrero-2020-235936
Es decir, el mundo se incendiaba con la pandemia del COVID-19 y, nosotros andábamos de paseo, mientras comíamos fritangas en cualquier fondita que se tasara de anti-neoliberal. La peste aún no llegaba a tierra Azteca y, en una de esas, nuestro legado cultural podría ser el refractario idóneo que impediría su arribo; nada más porque somos un pueblo bueno, moral y sabio a rabiar. Por si fuese poco, el sistema de salud mexicano se cocinaba aparte y, por poquito se iguala(ba) al de Noruega. Vamos, tenemos hospitales públicos o del INSABI que ya los quisiera Obama. Para entonces, desde México hasta la tierra del fuego, nadie nos quitaba el sacrosanto sueño.
Treinta días más tarde, el 24 de marzo de este año, de 417,966 contagiados por el coronavirus que nos ponía en las brasas y sin aliento, habían muerto 18,615 personas a causa de este extraño virus, según cifras oficiales de la Johns Hopkins y, aceptadas a escala internacional. Es decir, en dos meses, la tasa de letalidad se duplicaba, en tanto alcanzó 4.4, con respecto al mes de enero.
Nuestro México guadalupano, mientras tanto, se sentía territorio aparte, impoluto, bendecido, tocado por la 4T y, alejado del venenoso neoliberalismo. Ante ello, jamás nos alcanzaría la pandemia, ya que notificábamos 405 enfermos; cuatro recuperados; y, cinco decesos. Como lo dijo un connacional: “Ese virus no está hecho pa’nosotros; somos una raza aparte. Si hemos aguantado tanta contaminación aquí en el DeEfe y, los tacos de perro, nada nos puede hacer ese pinche virus; aquí lo esperamos”. Desde luego, tenía algo de cemento y thinner, entre pecho y espalda.
Hace apenas dos días, a casi cuatro meses de aquel 24 de enero, el pasado 22 de abril, se registraron poco más de dos millones seiscientas mil personas con COVID-19. Se han segado más de 180 mil vidas, dando cuenta de una tasa de letalidad de 6.9. Los países africanos, que ya sufren de calamidades, excepto Sudáfrica, tienen menos casos de esta pandemia que en Europa, Asia, Rusia y América Latina.
México araña los diez mil casos y, casi diez puntos en tasa de letalidad; está por encima de la tendencia internacional. Nuestro sistema de salud, “con capacidades robustas y, preparado para lo que venga”, no da la talla. Es así. ¿Por qué no escribo otra cosa más alentadora?
1) Porque los indicadores no me dan para decir otra cosa.
2) Porque si todo está bajo control, ¿a qué se debe que haya pacientes del sistema de salud pública que están pidiendo su alta voluntaria, para irse a morir en sus casas? Sobre todo, después de ver, al costado, cómo está anegando el sistema de salud en México, a pesar de la 4T; sobre todo cuando el neoliberalismo ya se acabó.
3) Porque el valeroso grupo de médicos y las heroicas mujeres que forman parte del personal de salud en México, salen todos los días a trabajar, sin saber si faltamente regresarán a sus domicilios, cargando el invisible coronavirus; infectando a sus familiares, por falta de insumos de protección o, también debido a un escupitajo de alguna persona que no es atendida.
4) Porque los decesos por COVID-19 suceden a tal velocidad en este México épico y transformador, que no hay tiempo para que cada familia o pareja reciba a su respectivo difunto. Parece que nos dicen: Son detalles menores; no hagas olas. ¿Quieres parecer conservador? Allá tú.
5) Porque parece que su cumple a rajatabla la novela de George Orwell, titulada 1984, en la que anotó: “Los dos objetivos del Partido son conquistar toda superficie del planeta y eliminar de una vez y para siempre el pensamiento independiente”. Quien piensa por cuenta propia, pierde en esta pandemia.
6) Porque no es casualidad que se estén montando amplios espacios, como centros de convenciones, hospitales privados, parques de béisbol, entre otros, para recibir a “posibles pacientes” que quizá necesitarán atención urgente por COVID-19 o, por “otros” padecimientos como inesperadas neumonías atípicas.
7) Porque el abecé del control epidemiológico es que, a mayor número de pruebas de diagnóstico, más casos de la enfermedad que se monitorea. Esos exámenes de laboratorio se están regateando a la población con síntomas y con posible coronavirus; con tal de mantener a raya las cifras a la baja u ocultas.
8) Porque los gobernantes temen quedarle mal a sus electores, mostrando impericia o indefensión. ¡Qué soberbia!
9) Porque varios políticos temen quedar mal con quien ahora está en la silla presidencial. “No vaiga a ser”.
10) Porque el sistema de salud ha inventado un nebuloso “sistema centinela”, para ocultar cifras y personas reales que todos los días veo padecer en clínicas y hospitales públicos. Punto.