Gran expectación, a nivel nacional, causó, la semana anterior, el atentado contra la vida del Secretario de Seguridad Pública del Distrito Federal.
En un ataque cobarde y con toda la fuerza posible de la delincuencia organizada, intentaron eliminar a Omar García Harfuch, sin lograr su cometido, pero acribillando sin recato a dos de sus escoltas, quienes perdieron la vida en cumplimiento de su deber, y a una mujer inocente que solo pretendía ganarse la vida como todos los días.
Pero la idea no es hablar de los detalles del hecho en sí, porque esos ya han sido expuestos en más de una ocasión por los medios de comunicación, habrá que analizar los antecedentes y las consecuencias de esta acción que no solo atenta contra una persona, sino que ataca al Estado Mexicano y por Estado Mexicano debemos entender al Gobierno y a la ciudadanía.
Las instituciones gubernamentales no son propiedad del gobierno pues surgen de la democracia y tienen un fin común, servir a la sociedad y, por lo tanto, son de la sociedad. Los servidores públicos, como tanto se ha dicho, son parte de estas instituciones creadas para servir a los ciudadanos, por lo tanto, cualquier ataque a éstos es una afrenta a la misma sociedad. Debemos insistir en que cuando una turba destruye bienes del gobierno, no está más que acabando con su propio patrimonio.
García Harfuch, viene de una estirpe de servidores públicos dedicados a la seguridad, su abuelo, Marcelino García Barragán, fue Secretario de la Defensa Nacional y su padre, Marcelino García Paniagua, dirigió las fuerzas policiales federales. Pero no es en sí solo la persona ni su familia quienes fueron agraviadas, es el Secretario de la Policía más grande del País, de la Policía que vela por la seguridad de millones de Mexicanos en la ciudad donde se encuentran asentados los poderes federales y conforma en conjunto con el Estado de México la metrópoli más importante del país. Si este ataque no es una afrenta al Estado no sé qué lo sería.
Afortunadamente, en esta ocasión, la delincuencia falló en su intento de acabar con el jefe de la Policía capitalina, no sé si por la reacción inmediata de las fuerzas policiales o la falta de experiencia de los sicarios y la mala planeación de la acción, pero fallaron y fueron detenidos y esto, queridos lectores, fortalece al Estado, sin embargo, la muestra de falta de respeto e irreverencia debe tener mayores consecuencias y no me refiero a que habrá que declarar una guerra, ni vulnerar los derechos humanos de nadie, solamente hay que aplicar la ley y no permitir que la delincuencia organizada pase sobre las instituciones y la ciudadanía, sean quienes sean, los de Jalisco, los de Tijuana, los de Michoacán o los de Sinaloa.
Espero que pronto, el jefe de la Policía de la Ciudad de México se recupere y los de los Estados y Municipios, tomen precauciones, ya vimos de lo que es capaz la delincuencia organizada, ya vimos los recursos con los que cuentan, aunque esto, las áreas de inteligencia lo tienen bien estudiado y ya observamos que no se van a detener, y el Estado en sus tres niveles de gobierno debe estar alerta.
Por cierto: no solo la pandemia amenaza a la humanidad y ya lo vivimos con un fuerte temblor hace unos días, estemos preparados, la prevención es básica para salvar vidas.
