Arrogarnos lo creado, lo no construido, lo no hecho por nosotros mismos es frecuente. Funde nuestro ser con el del sujeto de la admiración o vanagloria, de suerte tal que algo nos toca; éste es el caso de Juana Ramírez, mejor conocida como Sor Juana Inés de la Cruz o Juana de Asbaje, poeta (no poetisa por Dios), nacida en la creación y para ésta, ni mexicana, ni mexiquense, universal sí, que vio la primera luz el 12 de noviembre de 1648 en Nepantla.
Integrada al mundo religioso y eventualmente al cortesano, ordenándose como monja jerónima, el convento le favoreció el espacio, las condiciones y los elementos necesarios para estudiar, leer, experimentar, escribir para poder vivir su vocación literaria, si bien no fue libre, sí una mujer liberal hecha a los libros, la ciencia, la cocina, las lenguas y la poesía.
Su lugar en el siglo de oro de la literatura española no lo litigó, lo obtuvo por su talento y su postura dentro de ella, sin concesiones. Precursora de la lucha de género, fue junto con Carlos de Sigüenza y Góngora y Juan Ruiz de Alarcón, exponente notable de la literatura de su tiempo: única, conceptual, como en su obra maestra Primero Sueño, poema de 999 versos de gran complejidad. ¿Sor Juana, mexiquense? Trascendería territorio y tiempo. Se podría decir que fue universal e intemporal salvo por la forma de escritura que define su tiempo.
El altiplano novohispano sin duda tuvo que ver en su carácter y tendencia al ensimismamiento. Su infancia, Ramírez que no Asbaje, también influyeron pero lo cierto es que a ella lo que le importaba era estudiar y saber dónde ello se le facilitara. Fuese el territorio que fuese. Vendría con el tiempo, después de sus éxitos en la corte, los señalamientos y finalmente la prohibición de seguir escribiendo de lo cual dan fé las “Cartas a Sor Filotea” (el obispo). La verdad es que nunca dejó de escribir esta notable mujer de esencia mexicana. Sus dedos ennegrecidos dieron fe de ello.