Un día cualquiera, y otro también, una amiga me dice que “está hasta la madre” de escuchar en la calle lo que les provoca a los hombres y, además, tener que optar por el silencio ante la justificación de tratarse de “simples piropos”.
Un día cualquiera, y otro también, algún compañero de trabajo me comenta que alzó la voz, hizo comentarios fuera de lugar, desacreditó o ignoró el trabajo de otra compañera, al punto de hacerla sentir incómoda o menospreciada.
Un día cualquiera, y otro también, escucho la voz de alguna mujer hablando del “supuesto” engaño de su pareja, del desencanto y del dolor. Las escucho preguntar si acaso yo sabía algo, suplicando internamente que nadie conteste las preguntas. Mucho menos él.
De algo así hablaba con Débika, nacida y criada en la India, le aseguro que soy una ferviente defensora de la igualdad de género, sin que ello implique asumirme como feminista. Ella me recrimina un poco, me señala que todo aquel que promueve la igualdad de género –de una u otra manera– comparte los ideales del feminismo. Me hace reflexionar acerca de quienes compartimos esa visión pero que, quizá en el fondo, tememos a la desacreditación social generada por la propia cultura machista.
En el último año me han invitado a dar una serie de cursos sobre igualdad y violencia de género, lo que me ha permitido reflexionar más allá de la violencia directa, que si bien se ha visibilizado no está resuelta ni en México ni en el mundo. Las cifras siguen siendo alarmantes, tanto como el cuestionamiento moral de las víctimas: #LadyCarolina #Mara #Lesvy #Daphne
Cada caso tiene su propia historia, cada quien la cuenta a su manera, cada uno tiene su propia versión de la violencia y del feminismo. En la historia de la humanidad la relación entre hombres y mujeres tiene una historia de dominación y subordinación. La construcción social que hemos hecho ha definido los roles de género.
Hace poco más de dos décadas que el mundo hizo una pausa para quitar el modo automático a la relación desigual que históricamente se ha dado entre hombres y mujeres. Desde 1995 a la fecha, en los ámbitos nacionales e internacionales, se han delineando temáticas, clasificaciones, modelos de intervención y objetivos precisos.
Se habla de cambios normativos, de políticas públicas y de empoderamientos; se decretan y se extienden días para trabajar en la toma de conciencia de lo que implica la desigualdad y la violencia.
En el marco del DÍA INTERNACIONAL DE LA NO VIOLENCIA CONTRA LA MUJER, hago votos porque no necesitemos de un día especial para expresar repudio por quienes violetan a la mujer; porque seamos capaces de no reducir nuestras acciones a la mera negación de la violencia en el discurso; porque seamos capaces de crear marcos de acción efectivos que permitan visibilizar las violencias sutiles y normalizadas, esas que de tan presentes ya no somos capaces de advertir, esas que sin dejar rastro humillan, hostigan, discriminan.
Hago votos por una sociedad que no requiera de un día o de un color para recordar que nadie tiene derecho de violentar a nadie, por una sociedad que no termine por normalizar el discurso contra la no violencia, al tiempo que violenta en su cotidianidad con acciones que se expresan en violencia física, sexual, patrimonial, económica o psicológica.
Hago votos porque cada mujer y cada hombre haga una pausa y quite el modo automático a sus relaciones. Se auto observe y se pregunte si la forma en que se relaciona con las mujeres de su entorno, puede darse de manera más solidaria, más armoniosa, más igualitaria. Hago votos porque la normalización no sea el tranquilizante.
También –en el fondo de mí, y a mi pesar– espero algún día lograr desentrañar estos siglos de dominación que me impiden reconocer que en más de una ocasión he percibido en colegas, en amigas e incluso en mí misma, diversos rasgos de misoginia, de maltrato y de menosprecio por parte de hombres cercanos, casi siempre hombre con algún tipo de poder. Sí, hablo de ti y también de mí.