Lo sucedido en el Capitolio, en Estados Unidos, retrata fielmente a la derecha conservadora que, bajo cualquier bandera o pretexto, es capaz de todo con tal de conseguir sus propósitos.
Nada más faltó que, como parte de una maniobra, la sede del Poder Legislativo estadounidense fuera incendiada por los propios partidarios y después responsabilizar a los adversarios. Si esto suena conocido, en efecto, sucedió cuando Hitler utilizó el incendio del Reichstag (curiosamente, también morada parlamentaria) para afianzar el nazismo en Alemania y culpar de conspiración a los comunistas.
Supongamos que ambos asaltos son mera coincidencia histórica, pero ese tipo de derecha conservadora, nacionalista y fascista, lo ha hecho otra veces, tanto en Chile para asesinar a Salvador Allende, como en Bolivia más recientemente, si bien éste caso ofreció “carnita” para el motín.
Los conservadores no han podido hacerlo en Venezuela pero sí han patrocinado presidencias paralelas, muy débiles, e incluso llevando caravanas artísticas y de apoyo supuestamente democráticas, pero no quitan el dedo del renglón: hacerse de las riquezas petroleras de ese país por los siguientes 300 años.
Por el lado que se vea, fue grave lo que hicieron el todavía presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y sus seguidores, porque pretendieron forzar, por la vía de la abierta violencia (previos amagos) los resultados de una elección que, si bien apretada, no dejó dudas respecto del ganador: Joe Biden.
Lo sorprendente, además del asalto al Capitolio, fue que se dejó crecer la bola conservadora desde que llegó al poder. Un mensaje del ex presidente Bill Clinton resume la situación:
“Hoy enfrentamos un asalto sin precedentes a nuestro Capitolio, nuestra Constitución y nuestro país. El asalto fue alimentado por más de cuatro años de políticas envenenadas que difundieron información errónea y deliberada, sembraron desconfianza en nuestro sistema y enfrentaron a los estadounidenses entre sí”.
En el señalamiento va una especie de mea culpa porque, en efecto, durante cuatro años, y sobre todo en las últimas fechas, Donald Trump no tuvo contrapesos efectivos. Goebbels en el espejo, Trump es el inventor de las “realidades alternativas”, es decir, si la teoría no se ajusta a los hechos !peor para los hechos!, y todo le pasaron por alto, incluidas las racistas e injuriosas expresiones contra migrantes y otros.
Trump perdió la elección pero cualquiera mínimamente enterado sabe que aunque un candidato haya ganado la elección, es preciso que él mismo y todo su equipo salga al debate pos-elección a defender su victoria, sobre todo si se generaron o sembraron dudas, como fue el caso.
En el colmo de la poca pericia de sus adversarios, aunque Trump nunca presentó pruebas del supuesto fraude se hizo dueño del micrófono y no tuvo enfrente a nadie, ni al mismo vencedor, para que le hiciera contrapeso.
Es de las pocas veces, si no es que la única, que el candidato ganador pierde una elección en el debate. Y tan la perdió que, según encuestas difundidas, el 39 por ciento de los ciudadanos a nivel nacional se tragó el cuento de que Trump fue víctima de un fraude.
Peor: 17 por ciento de los demócratas también cayeron en el garlito trumpista y poco más de 31 por ciento de ciudadanos sin partido creyeron que, en efecto, fue una elección desaseada para perjudicar a Trump.
Esto evidencia que los rétores demócratas, jubilosos por el triunfo de su abanderado o arrogantes, se fueron de vacaciones. Quizás ni cuadros tenían.
Por eso fue necesario “bajar” al autogolpista mandatario de las redes sociales y quitarle todos los altavoces, lo que constituye un ataque a la libertad de expresión tan burdo y nefasto como las mentiras de Trump y sus sediciosas maniobras.
No se puede dejar de decir que esto sienta un precedente peligroso pues los propietarios de las redes sociales asumen, de facto, el papel de santos inquisidores, sumándose así a la incapacidad para poner en su sitio al conservadurismo embaucador, no obstante contar con todos los elementos de prueba para hacerlo.
Esta lección y muchas otras no deben pasar alto: los conservadores son capaces de cualquier cosa (y cualquier cosa incluye asonadas y asesinatos) con tal de salirse con la suya.
Pero eso sucede también cuando hay ausencia de rétores, mucha soberbia o cuando no se tiene nada qué ofrecer y se deja a los de enfrente toda la iniciativa.
Eso pasa cuando no hay partidos políticos opositores con ideas ni programas y sólo se busca el poder por el poder mismo; sucede cuando intelectuales, opinócratas, periodistas y demás son incapaces de crear contrapesos creíbles al margen de ideologías fracasadas y de sus propios intereses.