Para contrariedad de quienes ya estaban listos para acomodarse en el sillón y saborear palomitas, de momento no se dio siquiera un round de sombra entre los presidentes Andrés Manuel López Obrador y Joe Biden.
El esperado descontón traicionero fue sustituido por despachos “políticamente correctos”, llenos de deseos de cooperación y de trabajo conjunto en problemas comunes y, en suma, los amarranavajas se quedaron con un palmo de narices y tendrán que conformarse, nostálgicos quizás, con alguna función de boxeo sabatina vía Youtube o esperar la próxima actuación del “Canelo” Álvarez.
De hecho, las esperanzas cifradas de los neoliberales domésticos en el presidente Biden para que su doctrina permanezca intocada podrían mutar en nuevas frustraciones porque la expresión “revertir políticas draconianas” de Biden va más allá de sólo muros y fronteras.
Por ejemplo, respecto de que con Biden se obligará a México a cumplir tratados internacionales para impulsar energías limpias en vez de las fósiles, se van a estrellar con la visión del mandatario estadounidense: Estados Unidos va a poner fin a los subsidios a los combustibles fósiles, sí, pero “No vamos a acabar con los combustibles fósiles… No nos vamos a deshacer de los combustibles fósiles durante mucho tiempo ... no van a perder sus trabajos. Además, se van a crear muchos más puestos de trabajo en otras alternativas”, ha dicho el mandatario.
Y es que por más buenas y ambientales que sean sus intenciones, que lo son y deberían empujarse con todo, no parece estar en sus planes bajar a su país del liderazgo que tienen en el mundo en cuanto a producción petrolera.
Si esto ya es una mala noticia para los malquerientes del gobierno de la autodenominada “4T”, en los planes de Biden contra “políticas draconianas” figuran otros en los que seguramente los neoliberales no querrán pronunciar siquiera que son compromisos internacionales de nuestro país:
“Joe Biden luchará por los trabajadores estadunidenses e impulsará una serie de reformas fiscales para detener la subcontratación y promover el regreso de la industria manufacturera a EU”.
Por el contrario, esto seguramente dará armas a quienes desde la “4T” impulsan la desaparición del “outsourcing”, y obligaría a diseñar, por fin, una política industrial local, ausente por calenturas telecianas.
La razones del mandatario estadounidense no forman parte del catálogo lopezobradorista de “Hacia una Economía Moral”, pero como si lo fueran:
“En el sector privado, las corporaciones están utilizando las ganancias para recomprar sus propias acciones y aumentar la compensación de los CEO en lugar de invertir en sus trabajadores y crear más empleos de buena calidad. Los resultados han sido predecibles: aumento de la desigualdad de ingresos, estancamiento de los salarios reales, pérdida de las pensiones, explotación de los trabajadores y debilitamiento de las voces de los trabajadores en nuestra sociedad”.
Según las propuestas contenidas en su página oficial, como Presidente Biden: Detendrá el abuso del poder corporativo sobre los trabajadores y responsabilizará personalmente a los ejecutivos corporativos por las violaciones de las leyes laborales; fomentará e incentivará la sindicalización y la negociación colectiva; y asegurará que los trabajadores sean tratados con dignidad y reciban la paga, los beneficios y las protecciones en el lugar de trabajo que se merecen”.
Y a eso se suma, como ya se anotó en su oportunidad, aumento de impuesto a sociedades -revertir el 21 por ciento que impuso Trump y pasarlo a 28 por ciento- así como al gravamen sobre la renta para los salarios más altos y en el impuesto de sucesiones”.
Hay más, pero de llevarse al terreno de los hechos, estos ejemplos pondrán más contra la pared al populismo draconiano neoliberal antes que beneficiarlo.