¿Celebramos que tenemos patria? País si tenemos, muy rico en tradiciones, cultura, gastronomía, turismo, recursos naturales. Sólo que tenemos una pandemia feroz, de la cual no hemos salido desde que los gobernantes pusieron su talento y fuerza en obtener poder y dinero a través de la gente.
Así que como dice Octavio Paz en su genial libro “El laberinto de la soledad” que “cada año, el 15 de septiembre a las once de la noche, en todas las plazas de México celebramos la fiesta del Grito; y una multitud enardecida efectivamente grita por espacio de una hora, quizá para callar mejor el resto del año”. Callamos todo después del grito, alabamos a nuestros héroes por una semana, después caen en el olvido.
Por una noche todo parece tener sentido, preparamos comida genial, nos reunimos alrededor de un buen plato de pozole y nos saboreamos un buen tequila. Todo a nuestro alrededor se llena de color y parece un buen romance con nuestro país, lleno de fuegos artificiales y música de mariachi.
Y la fiesta termina. Queda el suelo manchado de confeti y harina. Nuestros bolsillos vacíos. Es momento de volver a la realidad. Afuera está lleno de personas que tienen que viajar en un camión atestado de gente, porque tienen que volver a trabajar, no hay sana distancia y el gel escasea.
Los sueldos son pírricos porque la crisis no ha permitido un aumento, muchos tienen que ir a trabajar enfermos y posiblemente contagiados de COVID-19, pero temen decirlo en su trabajo, porque saben que son días menos de sueldo.
Y es que, a pesar de la celebración, estos días se han tornado en una avalancha de tragedias, primero no dejó de llover y las inundaciones cobraron vidas. Muchos se quedaron sin casa, sin auto, sin pertenencias. Después vino el deslave que arrasó con toda una familia, luego el temblor. Parecía una película de desastres naturales, donde nunca llega el héroe.
Somos un país que celebra a pesar de la adversidad, eso no lo podemos cambiar. Creo que lo que tendríamos que modificar es nuestra forma de prestarle poca importancia a la prevención de siniestros. Quizá si tuviéramos un protocolo y reglas duras contra los asentamientos en lugares peligrosos, no lamentaríamos la perdida de vidas humanas.
No tendríamos que celebrar, no hay motivos. A donde quiera que usted vea siempre hay más preguntas, dudas, quejas, desaparecidas, muertas, muertos. En cuanto a gobernabilidad tampoco tenemos nada que mencionar. Muchos municipios incluso no han pagado nóminas completas y hay descontento general.
Sin embargo, festejamos, porque así somos. En nuestra sangre la algarabía corre por nuestras venas, no podemos pararla, porque vivimos bajo el mantra de “Ay, ay, ay, ay, canta y no llores, porque cantando se alegran cielito lindo los corazones”. No puede ser de otro modo.
No hay razones para celebrar. Es cierto. Si vemos nuestra cruda realidad nos dirige un hombre que vive para adorar su figura; nos estamos acabando los recursos del mundo, no apoyamos a las culturas indígenas ni afrodescendientes, no reconocemos la labor titánica de las mujeres y hombres que han salvado a este país de morir en una camilla por un virus extraño.
Vivimos al día, luchando contra las ratas de dos patas que deambulan por las calles. Somos una población que ha demostrado que la resiliencia es su segundo don, el primero es la fiesta. Aprendemos a no llevar cosas de valor para que no nos roben, aprendemos a decir que sí al político aunque sepamos que todo lo que dice es mentira. Pero no hemos aprendido a cambiar nuestra historia, seguimos en guerra, seguimos buscando la independencia. Sólo que nos quedamos atorados en la fiesta.