Hace unos días se cumplieron 40 años de la guerra de las Malvinas, un conflicto breve entre el Reino Unido y Argentina que cobró la vida de más de 600 soldados argentinos. Su testimonio, vulnerabilidad y patriotismo siguen presentes en la conciencia colectiva de la sociedad argentina.
En el año de 1982 Argentina estaba gobernada por una dictadura militar bajo el mando del teniente general Leopoldo Fortunato Galtieri, el cual determinó, un dos de abril de aquel año el desembarco de fuerzas armadas en un territorio que históricamente ha sido motivo de pertenencia, propiedad y orgullo por parte del pueblo argentino. Las crónicas de aquella época, relatan que fue una guerra corta de apenas setenta y cuatro días. Al termino de esta, miles de soldados argentinos regresaron a sus provincias, salvo excepciones, de soldados sin nombre, de aquellos “descamisados” como decía Eva Perón, de los cuales no existe dato alguno de su rastro, testimonio o constancia de donde se encuentran sus restos.
A la fecha existe un cementerio en el archipiélago argentino donde es posible encontrar en las lapidas de aquellos que no han sido identificados, a manera de epitafio, la leyenda: “soldado argentino solo conocido por Dios”.
En Argentina existe un sentido de pertenencia pocas veces visto en el mundo, tienen un orgullo tan propio que reflexionar acerca de este conflicto va más allá de atender las cosas por sus causas. Este acontecimiento que marco la vida de millones de personas nos recuerda lo difícil que debió ser para los jóvenes argentinos que el general Galtieri mandó a luchar de manera criminal y suicida a las trincheras de la inhumana y trágica guerra de las Malvinas.
Aquellos combatientes se sienten tan héroes como olvidados por el paso del tiempo, que con frecuencia relatan pasajes como este: “Éramos pibes que no sabíamos disparar, vivíamos en pozos, moríamos de frio y enfrentábamos a un enemigo de mucho potencial como Inglaterra” refiere Luis Escobedo, ex futbolista y combatiente de las Malvinas.
Fue una guerra declarada por una dictadura que mandó a una generación de jóvenes valientes, héroes, a combatir en situaciones de mucha desigualdad con el contrincante, un pensamiento generalizado en el corazón de la sociedad argentina es que “los que comandaron la guerra fueron genocidas, pero los que murieron en Malvinas fueron héroes”.
“Recordemos a los que sufrieron y perecieron, que cayeron con armas en sus manos, que murieron con oraciones en sus labios, a los que no tienen tumbas: nuestro corazón sigue siendo su cementerio” dice una frase del escritor estadounidense, Ellie Wiesel. La guerra de las Malvinas fue la crónica de un cementerio que no debe volver a repetirse porque los combatientes fueron, finalmente, junto a las madres y abuelas de la plaza de mayo las que parieron la democracia y fue Malvinas la que terminó y puso punto final a la historia del partido militar en la Argentina.
“Qué me importa que las Malvinas sean de quién sean si mi hijo se me murió en la guerra… Cuando se te muere un hijo vos sabes que la bandera es un trapo de color atada a un palo. Y que el orgullo por la patria, el amor a los símbolos, el himno y el escudo, los honores y la gloria son palabras y nada más”. Nada importa cuando la vida de una persona muere, la muerte de uno fue la muerte de todos, la guerra de las Malvinas fue un conflicto que por momentos unió a los argentinos pisadores y a los argentinos pisados.
Imposible de olvidarse, difícil de recordar, por suerte existe la memoria que nos recuerda a menudo que los soldados y los héroes no mueren en las batallas, mueren cuando el pueblo los olvida.
Hoy, mañana y siempre: “Las Malvinas son argentinas”.
