Dos maestras y 19 niños asesinados, cien cartuchos de alto calibre, decenas de llamadas al 911 realizadas por las niñas y los niños que se encontraban en el tiroteo, son cifras del cruento crimen perpetrado por Salvador Ramos, el asesino que protagonizó la barbarie ocurrida en una escuela primaria de Uvalde, Texas.
Un doloroso acontecimiento, injustificable, triste, de muy lamentables consecuencias y en cuyo origen multifactorial convergen el abandono emocional de un menor, el libertinaje, la pírrica legislación que supuestamente regula la distribución y venta de armas y, especialmente, la falta de compromiso en el núcleo familiar.
Lo ocurrido en Texas reaviva el debate que nace y muere de forma recurrente cada vez que sucede una tragedia como esta. Seamos claros, centrar la discusión regulación de armas en los Estados Unidos es desestimar otros aspectos igualmente importantes, como el hecho de que una sociedad armónica y ejemplar se compone de un tejido familiar amoroso y comprensivo, donde la comunicación y el apoyo mutuos son la base indispensable de todo.
La dinámica mundial de este siglo nos ha demostrado que las redes sociales se han convertido en un elemento democratizador, pero también en una herramienta peligrosa cuando es usada de forma irresponsable para influir en jóvenes en edad escolar, usuarios recurrentes de un infinito universo cibernético donde la libertad se convierte en libertinaje, donde su inocencia es abatida por ideas perniciosas y prácticas abusivas sin cortapisa ni resistencia alguna, en un fluir de contenidos el que los padres suelen estar ausentes o simplemente ser permisivos.
El asesino es un lastimoso ejemplo de ello. Salvador vivía con su abuela -a quién también asesinó- y se dice que era adicto a las drogas. Sus padres, refieren, no estaban presentes en su vida, lo abandonaron a su suerte; este caso evidencia cómo la ausencia y el menosprecio lastiman el alma, duelen en la mente, aniquilan el espíritu, laceran la humanidad y la dignidad de una persona.
Quien suscribe esta columna ha sido testigo de terribles y lamentables consecuencias de estos daños. Siendo rector de nuestra Máxima Casa de Estudios, me correspondió conocer de un crimen sucedido en el plantel Nezahualcóyotl, donde un alumno agresor atentó físicamente en contra de sus compañeros.
Entonces se supo que el joven había actuado por influencia de una ideología que circulaba en redes sociales y que fue copiada en Monterrey, Nuevo León, por un niño, replicador de la misma, que se suicidó luego de asesinar a sus compañeros de clase. El Estado humano está siendo defenestrado de nuestra existencia y no debemos permitirlo.
Es difícil imaginar cómo una pequeña comunidad, solidaria y de gente trabajadora -en su gran mayoría hispana- podrá seguir adelante luego de la tragedia vivida, viviendo cada día, en el corazón de su ciudad, la escena de un crimen atroz que ha estremecido al mundo entero.
Algo anda mal en el vecino país del norte cuando por cada cien habitantes existen 120 armas de fuego. Insisto, algo anda mal cuando la edad mínima para comprar cigarros en Texas es de 21 años, pero para adquirir un arma es de 18; ejemplos de este tipo hay muchos, lo sustancial es ver esa realidad como uno de los factores que concurren en estos eventos, sin dejar que reconocer que no es el hecho en sí de poseer armas y tenerlas en casa, sino la cultura de violencia entraña.
Este trágico acontecimiento nos llama a reflexionar más amplia y profundamente acerca de las expresiones de violencia, del odio, la intolerancia, la indolencia y de la transmisión de ideologías entre quienes son tremendamente influenciables como nuestras niñas, niños y jóvenes.
Hoy, más que nunca, los padres y los círculos cercanos debemos estar atentos a la revisión de contenidos y la formación de criterios; la realidad nos ha demostrado que esto no es un hecho aislado ni propio de Estados Unidos; es una alerta de que esto puede suceder en cualquier parte del mundo.
Ya lo dijo la poeta chilena y ganadora del Premio Nobel Gabriela Mistral: “muchas de las cosas que nosotros necesitamos pueden esperar, las niñas y los niños no pueden, ahora es el momento, sus huesos están en formación, su sangre también lo está y sus sentidos se están desarrollando, nosotros no podemos contestarles mañana, su nombre es hoy”. Existe un principio acuñado en la psicología que dice: origen es destino, por ello eduquemos, reeduquemos, transformemos y definamos nuestro papel y el quehacer de una sociedad que está cubierta de luto y duelo, de tragedia, pero también de presente y, sobre todo, de futuro.