Inventario
El Laberinto de la Soledad es un libro que forma parte del imaginario colectivo de los mexicanos y se ha constituido como una de las obras más significativas de la literatura latinoamericana y universal, fue escrita por Octavio Paz, ganador del Premio Nobel, cuya pertinencia precisa en uno de sus apartados denominado “Máscaras mexicanas” lo siguiente: “en un mundo hecho a la imagen de los hombres, la mujer es solo un reflejo de la voluntad y querer masculinos”. Estas palabras escritas hace más de 50 años definían al feminismo como una de las grandes revoluciones culturales del siglo XX a la par de que recordarlo precisa debatir, considerar y discernir sobre lo determinado por la Corte Suprema de Estados Unidos de revocar el derecho constitucional al aborto en días pasados.
Este debate debe animarnos a reflexionar una vez más, sobre lo que hablamos en este mismo espacio hace una semana acerca de la maternidad voluntaria y consciente, porque nos referimos a un derecho por sobre todas las cosas. No estamos hablando de estar a favor o en contra de la vida -el hecho de hacerlo sería situarnos en un punto redundante y que no ha hecho más que detener y en su caso retroceder nuestra sociedad con miras hacia un estado progresista- nos referimos a esa prerrogativa intrínseca de las mujeres a decidir si quieren o no ser madres. Hace falta mucha honestidad respecto a este tema, sinceridad para no desestimar que existe un tema de salud pública evidente que necesariamente debe ser regulado utilizando el Derecho como forma primaria de nuestra existencia, siguiendo la máxima de Jorge Carpizo: “coordinando la acción humana” de forma sistemática y recurrente a la par de la evolución social e intelectual del ser humano.
Desde luego que jurídicamente no se prohíbe de forma definitiva la protección de este derecho en Estados Unidos, pero sí anula el fallo que la propia Corte determinó en 1973 con relación al caso Roe v. Wade que garantizaba el derecho al aborto, ello quiere decir que transfiere la potestad a cada estado de legislar sobre la materia, lo cual trastoca lo que la marea verde del feminismo ha señalado desde siempre, al hecho de someter a una sociedad multicultural y con distintas ideologías a una sola visión de las cosas desde un enfoque eminentemente contrario a lo que tanto han manifestado reprimiendo así la libertad de decisión de las mujeres a elegir sobre su propio cuerpo. Caben las palabras de Elena Poniatowska al respecto: “el aborto forma parte del derecho de las mujeres a disponer de ellas mismas, de sus vidas. No es que la práctica sea aconsejable ni que sea moralmente neutra, sino que es bárbaro castigarla. Bárbaro y socialmente inútil”.
Un sinnúmero de consideraciones se ha suscitado al respecto de esta polémica decisión que, a todas luces, solo provocará que un tema de salud pública evidente quede desprotegido, dejando al desamparo a miles de mujeres que al decidir practicarse un aborto recurran al horror de la clandestinidad, arriesgando sus vidas e incentivando un negocio irregular con innumerables consecuencias.
Fernando Savater nos dijo que las palabras importan, ya que estas en su justa medida pueden arrebatar inclusive la propia vida. La decisión de la Corte Suprema de Estados Unidos tiene secuelas indirectas al reforzar la narrativa de países como Nicaragua, El Salvador y algunos estados de nuestro país que siguen desestimando proteger en su totalidad la esfera de derechos de las mujeres bajo una óptica contraria a la liberación de la mujer.
Desde luego que proferir una opinión sesgada por un sentido u otro seria tanto como desestimar los recursos de una parte u otra, lo cierto es que a sabiendas de que existe un serio problema de salud pública y social que involucra a millones de mujeres resultaría más sensato, pertinente y lógico recurrir a hacer valer ese derecho cuando una mujer se encuentre en un determinado supuesto a no estar protegida y peor aún, criminalizada y estigmatizada por un Estado que en su origen es laico y progresista.
Así lo ha asentado la Declaración de Derechos de la Mujer y de la Ciudadanía, escrita en 1791 por la escritora francesa Olympe de Gaouges: “Mujer, despierta; el rebato de la razón se hace oír en todo el universo; reconoce tus derechos. El potente imperio de la naturaleza ha dejado de estar rodeado de prejuicios, fanatismo, superstición y mentiras. La antorcha de la verdad ha disipado todas las nubes de la necedad y la usurpación. El hombre esclavo ha redoblado sus fuerzas y ha necesitado apelar a las tuyas para romper sus cadenas”. Debemos resignificar los derechos y deberes de la mujer, no hablamos de una visión particular de las cosas, es un acto de justicia social que exige ser regulado, con ello no habrá más o menos abortos, pero si habrá menos mujeres violentadas, juzgadas y estigmatizadas.