El Hermano mayor de la Casa de los 100 arcos, para el último estadista: Adolfo López Mateos

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Publicado en Opinión

El Hermano mayor de la Casa de los 100 arcos, para el último estadista: Adolfo López Mateos

Miércoles, 28 Septiembre 2022 01:10 Escrito por 
Jorge Olvera García Jorge Olvera García Inventario

Con acierto, el célebre primer ministro británico Winston Churchill dijo: “El político se convierte en estadista cuando comienza a pensar en las próximas generaciones y no en las próximas elecciones”. Eso fue lo que precisamente significó el que nació en Atizapán de Zaragoza para convertirse en una virtud, en el último estadista mexicano convertido en presidente, quien nos enseñó “la veneración y el acendrado amor por nuestra alma mater, en las que se conjugan el respeto a los hombres de su pasado luminoso y la esperanza de un fecundo futuro que se afirme en la base de su laborioso presente”. El más pertinente de todos, cuya humanidad incomparable se convirtió en la más grande de las posibilidades. Hombre fue, a la altura de los más sublimes, de elocuencia incomparable, afable y elegante, de fina metáfora y lengua de bronce, donde se configuró y multiplicó la inteligencia de Horacio Zúñiga Anaya, la poesía de Sor Juana Inés de la Cruz, la estética de Laura Méndez de Cuenca, la nobleza de Enrique Carniado, la cúpula gallarda del maestro y poeta jurídico Ignacio Ramírez Calzada, la obra y genialidad de Ignacio Manuel Altamirano y la sensibilidad infinita de Leopoldo Flores.

Decimos estadista porque López Mateos tuvo una visión de estado para satisfacer a las colectividades más allá de un sexenio; es inevitable que en pleno 2022 cuando se hable de industria eléctrica se hable de López Mateos; es inevitable que cuando se hable del oriundo de Atizapán sobre instrucción se piense en los libros de texto gratuitos; es inevitable no evocarlo cuando se hable de política exterior al recordar que fue él, quien logró recuperar el Chamizal; es inevitable no decir Adolfo López Mateos cuando hablamos del último estadista al cual le tocó coincidir en el contexto de la guerra fría y estar en diálogo con John F. Kennedy y Lyndon B. Johnson quienes impulsaron las leyes de derecho civil en Estados Unidos, y que además fueron hijos de la educación pública universitaria; es inevitable no venir a Toluca y ver su esfinge que corona todo el valle de la ciudad con su figura egregia; es impensable no ver C. U. y pensar que fue él quien gestionó y fundó Ciudad Universitaria. Es impensable no pensar en el gran bibliotecario, humilde, sencillo que llegó a presidente de la república; es impensable hablar hoy, del bloqueo económico a Cuba y no hacerle un homenaje digno a Adolfo López Mateos quien se opuso a la determinación de la OEA y decidió apoyar a la isla en esta determinación.

Es inimaginable reflexionar sobre el rescate de la cultura mexicana y no nombrar al museo de antropología e historia, al museo de arte moderno, a todo ese circuito cultural que edificó y que hoy está más vivo que nunca; es impensable no recordar a López Mateos y su papel en materia económica al evocar al milagro mexicano.

 

Eso, señoras y señores: es un estadista.

El que, en 1943, fue director de talleres gráficos de la nación y por vez primera se imprimió el “Canto General” de Pablo Neruda, que a la postre sería Premio Nobel en gran parte por esa gran obra y que como gesto de agradecimiento acudiera a su encuentro para conocerse. Es preciso decir que cuando fuí rector de nuestra Casa Verde y Oro, tuve la intención de imprimir y editar en coordinación con la fundación Pablo Neruda, pero el tiempo –que nos hizo ganar y perder muchas cosas- ya no me alcanzó. Eso, amigos míos: es un estadista.

Con orgullo, me he sentido siempre un hijo más de nuestra alma mater, un vástago crecido al amparo del árbol de la mora, producto de esta alba casa que soñó, edificó y construyó Adolfo López Mateos, el estadista, el orador, ícono de la universidad del pueblo, que paga el pueblo, que vive del pueblo, porque para el pueblo es; donde se recrea la convivencia social, donde lo mismo estudia el hijo de un campesino que el de un intelectual, es la casa del hombre, palacio de los 100 arcos magnánimo, templo donde se resguardan enormes y grandilocuentes columnas de pensamiento, filosofía, bondad, dignidad, convicción y ejemplo de la lengua de bronce, del último estadista.

La UAEM es un ente aspiracional de sueños y metas de millones de jóvenes mexiquenses que, al igual como lo hizo el expresidente de México, han puesto sus más elevadas expectativas en su educación, labrando con esfuerzo su presente y futuro. Dedicar este espacio a uno de los más notables intérpretes de ese anhelo es ser un hijo suyo para siempre, es amar a la Universidad, es respetarla, engrandecerla, como sólo se puede hacer con la institución que nos formó, la que educó nuestro carácter, moldeó nuestra voluntad y nos transmitió valores humanos esenciales y profundos, porque como decía el creador de este caserón de piedra: “la juventud es vida, proyección al futuro que al hombre en tanto es proyecto, es un hacer y un deshacer, y que el maestro, por ello, no debe solo ser el transmisor del acervo cultural del pasado, sino sugerir metas, delinear horizontes… en la juventud que mañana formará la legión de los que luchan por arrancar a lo desconocido una verdad, a la justicia un sentido más amplio, a la virtud un contenido más valioso y a la belleza una función más trascendente para volcarlo todo  la humanidad”.

Venerada sea la universidad pública que nos mantiene y nos proyecta, nos impulsa y nos motiva a la acción, entregándonos su sabia, la esencia nata del pensamiento y la razón. Su prestigio cimbra orgullo pues al igual que él: “abrigo la convicción de que, vencidos los obstáculos iniciales, la vida de esta universidad habrá de desarrollarse vigorosamente y que a ello contribuiremos todos los hijos del Estado de México y, más que ningunos otros, todos los hijos de nuestro Instituto y de nuestra universidad (…) porque ha sido creada por la recia voluntad de los mexiquenses para convertirse en una de las columnas de cultura patria y de nuestra universidad nacional”.

Llegué con su ejemplo y me fui recordándolo a manera de homenaje, ya que mi último acto como rector de la Universidad, fue el día 13 de mayo del 2017, fecha en la cual tuve el honor de inaugurar el “Centro de Documentación Presidente Adolfo López Mateos”. Acervo dedicado a la gestión de Adolfo López Mateos como Presidente de la República (1958-1964). Lugar donde se pueden encontrar documentos históricos, públicos y personales donados por la familia del creador de ese olimpo llamado Ciudad Universitaria, espacio ubicado en el edificio central de rectoría que durante mi administración se planeó, se diseñó y se edificó como una consideración al hermano mayor. “El esfuerzo del hombre no es inútil, el hombre pasa, pero la obra queda”.

Su labor representó el más alto honor, la más elocuente virtud, el gesto más maravilloso, siempre tuve su palabra, su sonrisa, personalidad y voz de fuego fundida en bronce: “Puedo únicamente asegurarles que mi modesta obra fue una entrega total de mi pensamiento, de mi voluntad y de mi emoción, para hacer de nuestra vieja casa de estudios, un instituto siempre renovado como un impulso hacia la cultura, siempre acendrado en las viejas esencias que en estas aulas, desde estos arcos, por estas calles de nuestra ciudad difundieron, desde 1828, todo lo que era enseñanza y ejemplo, lo que ha llegado a nosotros, como la universidad, la más noble y firme tradición cultural de nuestro estado”.

 

Patria, Ciencia y Trabajo.

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