Esta semana se cumplieron 54 años del movimiento estudiantil de 1968 ocurrido en la plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco, un hecho que nos llama a proteger el derecho a la libre manifestación y expresión de ideas. El color de la sangre no se olvida, porque como decía mi tutor, el padre Pedro Montes, teólogo de las libertades: “hombre no es hombre el que lucha no sabe, pues nació para volar el ave, como nació para luchar el hombre”.
El movimiento estudiantil de 1968, se ha convertido en un ejercicio que nos hace estimular la memoria histórica de México y nos da la oportunidad de reflexionar y comprender que dicho suceso marcó un antes y un después en la vida política, democrática y social de nuestro país. “El Movimiento lo traemos dentro desde hace muchos años. ¡Aquí no hay improvisación, «ni puntada», «ni buena onda», ni nada! No se trata de eso. Se trata de defender todo aquello en que creemos”. Dice Raúl Álvarez Garín, físico matemático de la ESFM. Profesor de la Escuela Nacional de Ciencias Biológicas del IPN, delegado ante el CNH, preso en Lecumberri.
Este tipo de pensamientos nos obligan a pensar y repensar sobre la determinación mostrada por todo el gremio estudiantil, porque nada ni nadie puede proscribir, quitar o suprimir aquella conquista de los estudiantes universitarios. Como decía el general Omar Torrijos: “El rango se da por decreto. La jerarquía se conquista con actos ejemplares”.
La universidad une, no separa, conoce y reconoce. Los estudiantes dichosos caminaron con valentía, se abanderaron a una causa: la de defender su libertad y autonomía. Actuaron conforme a lo que dictó su conciencia, sus valores y principios, avanzaron con gallardía, porque como dice Benito Juárez: “los hombres no son nada, los principios lo son todo”.
La plaza de las tres culturas debe ser un monumento a la tolerancia, a la libre manifestación de las ideas, caminar por el concreto que cubre toda su extensión es retroceder en el tiempo, su explanada nos remonta a otras épocas, a una etapa de efervescencia estudiantil que nos recuerdan la heroicidad y valentía que avivan y refuerzan la identidad universitaria, de cientos de jóvenes que en el 68 eran estudiantes pero que después fueron artistas, escritores, músicos, filósofos, literatos, abogados, médicos, magistrados y líderes que fueron y siguen formando parte de la sociedad mexicana a la cual nos debemos y pertenecemos.
Es oportuno recordar a manera de homenaje a otro personaje histórico de aquel entonces, me refiero a Javier Barros Sierra, quien encarnó una figura inusual en nuestra historia: fue un líder cívico. No tenía poder político: tenía autoridad moral. Convocaba un respeto extraordinario y fiel a su investidura de Rector de la Universidad Nacional Autónoma de México conjugaba el respeto por su trayectoria, su clara inteligencia y al unísono de los estudiantes proclamaba el derecho a disentir. No era sencillo, nunca lo ha sido ser distinto a los demás, su acto encarnó a la discrepancia el 1 de agosto de 1968, en su legendaria marcha por Insurgentes, cuando encabezó a un contingente de estudiantes universitarios de preparatoria y sentenció:
"En la medida que sepamos demostrar que podemos actuar con energía, pero siempre dentro del margen de la Ley, afianzaremos no sólo la autonomía y las libertades de nuestra Máxima Casa de Estudios Superiores, sino que contribuiremos fundamentalmente a las causas libertarias de México". Ese fue justamente su legado: ensanchó nuestras libertades. Su voz habría vuelto a resonar, como al final de su rectorado, cuando rubricó su obra con una frase: "¡Viva la discrepancia!". La sangre no se olvida, el 2 de octubre, tampoco.