En su tiempo Sócrates alcanzó gran popularidad social por su viva inteligencia y su agudo sentido del humor. El filósofo pasó la mayor parte de su vida de adulto en los mercados y plazas públicas de Atenas, iniciando diálogos y discusiones con todo aquel que quisiera escucharle, y a quienes solía responder mediante preguntas. Un método denominado mayeútica, o arte de alumbrar los espíritus, es decir, lograr que el interlocutor descubra sus propias verdades.
Convencido de que la verdad se encuentra en el interior de cada hombre, Sócrates se había propuesto la tarea de ayudar a sus interlocutores a "darla a luz". Por eso decía que su oficio se parecía al de su madre, que era comadrona: mientras ella ayudaba a las mujeres a parir niños, él ayudaba a los hombres a parir verdades. Para eso se valía de la ironía, método por el que hacía tomar conciencia a su interlocutor de que en verdad no sabía tanto como creía.
Una vez que la persona reconocía su ignorancia, mediante preguntas la guiaba hacia la verdad. La ironía y el diálogo eran así las dos partes de su método, la "mayéutica".
La Humanidad griega no estaba preparada para reconocer a un irreverente Homo Ironicus como Sócrates que consideraba que Virtud y Razón no son contradictorias y la filosofía no es una mera especulación intelectual, sino una forma de vida. Desde entonces, el poder no entiende de ironías y fue condenado a muerte, aunque la sentencia sólo logró una escasa mayoría. Cuando, de acuerdo con la práctica legal de Atenas, Sócrates hizo una réplica irónica a la sentencia de muerte del tribunal proponiendo pagar tan sólo una pequeña multa dado el escaso valor que tenía para el Estado un hombre dotado de una misión filosófica, enfadó tanto al jurado que éste volvió a votar a favor de la pena de muerte por una abultada mayoría. Los amigos de Sócrates planearon su huida de la prisión pero él prefirió acatar la ley y murió por ello en 399 antes de Cristo. Pasó sus últimos días con sus amigos y seguidores, como queda recogido en la obra Fedón de Platón, y cumplió su sentencia bebiendo una copa de cicuta siguiendo el procedimiento habitual de ejecución de aquellos tiempos.
Poco parecido con Sócrates tiene el ficticio Homero Simpson, excepto que es el principal protagonista de las caricaturas de televisión muy popular por sus sátiras sociales y que son una forma posmoderna de ironía. Los Simpson hacen, como Sócrates, pensar al espectador. Las sátiras de Homero y la familia Simpson ayudan - en una especie de mayéutica posmoderna -, al espectador a racionalizar un tema que conoce, pero no con la profundidad adecuada. Parece muy sencillo, pero le ha tomado un largo tiempo a la Humanidad llegar al punto en que la práctica de la ironía y la sátira se acepten sin riesgo de perder la vida aunque no ha desaparecido totalmente la censura en muchos países.
En la ironía socrática lo que se dice es contrario a lo que se entiende y la verdadera intención se puede inferir por el contexto. La ironía retrata lo opuesto a la verdad sobre algo, para exponerlo ante el público y hacerlo que tome conciencia para producir un cambio, un cambio moral, interior del individuo que, como vimos en el caso de Sócrates, no siempre acepta la sociedad de su tiempo.
En la sátira simpsoniana no hay necesariamente efectos moralizantes, sin embargo, tiene consecuencias en su entorno y es censurada con frecuencia en algunos países porque su sátira obliga a reconocer los discursos, a desentrañar los mecanismos de autoridad y a cuestionarlos racionalmente.
Del diálogo irónico del Homo Sapiens Ignorante de Sócrates, ejemplar cuestionador callejero (yo sólo sé que no sé nada...) a la sátira del nada ejemplar Homero Simpson poco pensante, nada caminador Homo Videns, repantigado en su sofá viendo televisión, tomando cerveza (yo sólo sé que no sé cómo vivir... sin cerveza), va la peripatética Humanidad tropezando en su caminata hacia una forma de vida racional, que incluya una convivencia razonable, so riesgo de convertirse en una patética caricatura troglodita de sí mismo.
(Enero-2018)