Noviembre es un mes de contrastes, el olor a cempasúchil y a pan de muerto con azúcar se mezcla con el aroma a chocolate y al sabor del mole que siempre acompañan a esta significativa tradición mexicana que es identidad y colorido para todos nosotros, nos reímos de la muerte y brindamos con ella. un regalo de nuestros ancestros, de nuestros pueblos, legado y cultura de México para el mundo que es identidad y pertinencia. Una celebración a la memoria y un ritual que privilegia el recuerdo sobre el olvido.
Celebrar el Día de muertos es una utopía, porque no muere quien deja de existir en esta dimensión. Muere quien culmina en el olvido, fallece quien no permanece en la memoria de quienes amó en vida. Como dice García Márquez: “La muerte no llega con la vejez, sino con el olvido”. Estas fechas nos permitan dialogar con ellos, no de forma verbal, pero sí de forma espiritual, somos energía y esta vibra con más intensidad en estos días. Como dice el escritor Mariano Gistaín: “Hablamos con ellos, inventamos sus respuestas, les pedimos perdón por no haberles hecho ni caso en vida, les echamos de menos, los vemos por la calle de repente y cuando vamos a comprobar que son ellos se desvanecen, se transforman en otras personas”.
Muchas veces el cariño es tan intenso y tan inmenso que no es suficiente en vida, es por ello que apelamos con frecuencia a la memoria que, reconforta y es una suerte de caricia al alma en momentos de añoranza. Da la sensación de que convivimos más con nuestros muertos casi más que con los vivos. Les pedimos cosas, les damos explicaciones, les pedimos disculpas o les achacamos errores.
Los citamos, los recordamos, los recreamos, reconocemos sus frases, gestos porque los vivos estamos de manera física aquí, pero el alma no se encuentra aquí, la tecnología nos ha “acercado”, pero también nos ha alejado. No se conversa, se contesta sin sentido. No valoramos, señalamos.
Es por eso que la conexión con los que se fueron es tan grande y maravillosa porque es la relación que no permite interrupciones, es tan profunda y generosa, pero a la vez tan injusta, tan maldita “que no nos mata a nosotros, sino a los que amamos” como diría el gran Carlos Fuentes.
Esta fecha es soneto, copla y verso corto, es poesía, vivacidad, misticismo y colorido, es México en todo su esplendor, un canto regional que se interpreta en Durango y Michoacana, Nuevo León y Chiapas, que me hace recordar miles de vivencias y enormes recuerdos, así como giras, grabaciones, convivencias, música, trova, teatro, charanda con el grupo Kutzi.
Mi recuerdo hasta donde estés, si es que estas querido Mike, nuestro director artístico y a Laura con quienes reí, departí y canté a la manera del Caifán Mayor, el gran Óscar Chávez, quien cantaba esta canción denominada: el pájaro y el chanate, que representa la lucha entre la vida y la muerte, letra que interpretaba solo con su guitarra, dándole un tinte bravío y, lo más valioso, la ejecutaba con la maestría y el tono de aquellos que no necesitan de nada más que su voz cantante:
El pájaro y el chanate
Jugaron una partida
El pájaro y el chanate
Jugaron una partida
El pájaro está en Durango
El chanate en la otra vida
El pájaro está en Durango
El chanate en la otra vida
Se canta así, sin, sin instrumento a pura voz, por eso la canté así
Canción que he tenido la oportunidad de interpretarla en reiteradas ocasiones como la que comparto a continuación para todos aquellos que tengan el interés de conocer a lo que me estoy refiriendo: https://fb.watch/gx29imrNFO/?mibextid=vilDUR
Celebremos con respeto y cariño a todos aquellos que tenemos a alguien desde el más allá que nos cuida y protege de nosotros, porque al final de cuentas y como diría el genio Benedetti: “Después de todo la muerte es sólo un síntoma de que hubo vida”.
