El periodista levanta la mirada al cielo. Parece que recuerda aquel 28 de agosto de 1968, cuando Díaz Ordaz hizo un llamado a sus seguidores, o a la gente que pudiera ser “acarreada”, para tomar el Zócalo capitalino, en una marcha “de desagravio” a la bandera nacional. Su intención era provocar una ola de repudio contra los estudiantes universitarios que marchaban a diario y acusaban represión del gobierno. Era la antesala de lo que ocurriría días después, el 2 de octubre, pero para muchos intelectuales de aquella época, las marchas por miles de estudiantes en las calles de la ciudad, representaban un agravio a la investidura del presidente que, enojado, convocó a sus seguidores, argumentando la defensa de la democracia.
Recuerdo aquella estrofa de Ayala, un cronista del 68: “Entre las ruinas del tiempo, las ruinas de nosotros. Entre las ruinas de nosotros las ruinas de los otros. Eso hemos visto, cuando el crepúsculo es una pantalla de sangre. No hay dioses muchachos, estamos solos en las calles cubiertas de ceniza”. Aquella marcha convocada por “el mangotas” –apodo que odiaba el presidente- concluiría con una represión y disparos de bala contra los universitarios.
Hoy, a 54 años de aquel suceso, un presidente mexicano vuelve a llamar a sus seguidores, o a la gente que pudiera ser “acarreada”, para tomar el Zócalo capitalino, en una marcha, también “de desagravio”, pero en este caso, a su ego e investidura. Lo que quiere ahora es provocar una ola de repudio contra “sus enemigos”, los que él se inventó para victimizarse ante una sociedad que nomás no ve logros ni avances, pero que aplaude la venganza contra aquellos a los que él llama “hipócritas, clasistas y rateros”, y que llenaron las calles por miles y miles y miles. Le lastimó y ofendió la idea de que un grupo que no fuera el suyo, tomara las calles y le generaba una especie de indigestión política, mientras sus “corcholatas” se embelesaban paseándose y recibiendo baños de pueblo.
El flautista
Andrés se sintió derrotado. Los partidos de oposición se mostraron unidos y anunciaron su rechazo a la pretendida reforma electoral. Morena, el partido de AMLO, no tiene los legisladores suficientes para aprobarla y el presidente lo tuvo que admitir. Perdió también su agenda política. Por ello quiere salir a marchar el 27 de noviembre, como lo hacía antes, para ganarse los bonos de manutención que recibía. Ahora ensuciará sus zapatos de choclo lustrados, se arremangará la camisa de satín, se quitará la corbata Scappino Brera y caminará seguido de “sus miles de discípulos”, tal como lo hiciera el flautista de Hamelín, la novela emblemática de los hermanos Grimm, que narra la historia del pueblo de Hamelín, que sufre una plaga de ratas y cuyos aldeanos llaman a un cazador de ratas para sacarlas. Así se verá Andrés tocando la flauta, seguido de sus roedores.
Él asegura que no se trata de mostrar músculo, pero quiere cumplirse el capricho del emperador, para recibir en su palacio los halagos de sus súbditos. Y es que sabe que sólo le queda un año de autoritarismo y está perdiendo apoyo.
Quizá es su marcha del desagravio, también su pretexto para seguir ofendiendo a aquellos a los que llama por apodos, ofensas, amenazas. Al apóstol de su propia democracia le queda un año para recuperar la confianza social, que sigue creyendo está por encima del 60 por ciento de las preferencias de sus propias casas encuestadoras, con sus propios datos y que las urnas podrían mostrarle “otros datos”. La defensa del INE le dolió… Sólo digo. Mi twiter @raulmandujano