Estoy leyendo un libro que se llama FACTOR CHURCHILL. La esencia es mostrar cómo la decisión de un hombre marcó la diferencia en la historia de la Segunda Mundial (SGM), y por ende la del siglo XX. Está situada en 1940, justo cuando los avances y triunfos de Hitler ponían contra la pared y en total humillación a Francia.
Recién nombrado Primer Ministro, CHURCHILL debía enfrentar la falta de confianza de su gabinete, las presiones de Chamberlain y Halifax para que “negociara” con Mussolini la oferta que le hacía Hitler. La primera y gran consideración que había que tomar en cuenta es que Gran Bretaña estaba sola. La oferta implicaba que para iniciar la negociación los británicos debían entregar Malta y Gibraltar, así como parte de la administración del Canal de Suez.
¿Debía luchar Gran Bretaña? ¿Era razonable enviar a jóvenes británicos a morir en una guerra que tenía todas las trazas de acabar en una derrota? ¿Deberían los británicos llegar a alguna clase de acuerdos que salvara a cientos de miles de vidas? ¿Recompensar la agresión sentándose a negociar? ¿Regalarle posiciones a Mussolini?
La clase británica estaba plagada de partidarios de la política de apaciguamiento y pronazis, que pugnaban por entrar en razón y aceptar la realidad. CHURCHILL tenía claro que Gran Bretaña estaba en guerra con Alemania y que ésta era una guerra por la libertad y los principios; señaló que toda negociación con Hitler era una trampa. Las posiciones estaban encontradas, la razón había fracasado, así que tocaba llamar a los sentimientos.
“Durante estos últimos días he estado considerando seriamente si no estaría en el deber de plantearme la posibilidad de emprender negociaciones con ese hombre (Hitler). Pero de nada sirve pensar que si intentáramos la paz ahora conseguiríamos mejores condiciones que si combatiéramos. Nos tendríamos que convertir en un estado esclavo. ¿Y en dónde nos encontraríamos al final de todo?
Estoy convencido de que todos y cada uno de ustedes se pondrían en pie y me sacarían a rastras de mi puesto si por un momento considerara la posibilidad de parlamentar o rendirnos. Si la larga historia de esta isla ha de terminar un día, que sea cuando uno de nosotros yazga en el suelo atragantado con su propia sangre".
CHURCHILL tuvo el enorme y casi temerario coraje moral de comprender que el enfrentamiento sería terrible, pero que la rendición sería aún peor. Y tenía razón.