La sucesión presidencial, por obra y voluntad del presidente Andrés López Obrador se adelantó inusualmente. A la mitad de su administración, el tabasqueño empezó a mover sus piezas para el 2024, en ese momento parecía demasiado pronto, o, la jornada electoral que habrá de definir al que ocupará su cargo, parecía demasiado lejana.
Para nadie puede ser ajeno que desde el inicio ha manejado insistentemente como su favorita a Claudia Sheinbaum, actual jefa de gobierno de la Ciudad de México, por encima de Marcelo Ebrard Casaubón, secretario de Relaciones Exteriores y de Adán Augusto López Hernández, exgobernador de Tabasco. Aunque la lista se ha incrementado recientemente, pero más parece que se hizo con la intención de mantener bajo control a dos desesperados: el senador Ricardo Monreal Ávila y el diputado José Gerardo Rodolfo Fernández Noroña.
Lo anterior, ha generado la sospecha que el haber adelantado los juegos de la sucesión presidencial, fue para ocultar lo mal que ha gobernado el oriundo de Macuspana, que, sin ir lejos, se puede observar un cruento aumento de la violencia en el país; homicidios dolosos, desplazados, cobros de piso, etcétera. Además, de un sistema de salud en ruinas; la economía y empleos formales viniendo a menos. Casi en cualquier rubro el gobierno está reprobado.
¿Entonces, en qué se apoyarán los candidatos (aspiracionistas) para buscar la gracia y favor del único votante que tiene en sus manos la decisión de colocar al candidato de Morena?
Bueno, hemos visto una cantidad exorbitante de desfiguros por parte de cada uno de ellos, con el único afán de atraer la atención del tabasqueño. El espectáculo que han ofrecido ha sido lamentable, de pena ajena, porque no ha sido para mostrar aptitudes, conocimiento, logros, propuestas o visión. No, todo se reduce a una descarada competencia para presentarse como el más servil y despojado de voluntad propia para ganarse la voluntad de López.
En cuanto a presentar una plataforma en la cual apoyar su aspiración presidencial no es necesario. En los últimos cuatro años se ha gobernado, o, al menos eso descubren, con puros discursos, en ellos no pueden faltar las eternas promesas de campaña que, a estas alturas, aún se siguen ofertando como si nunca hubiesen sido gobierno.
Conscientes que para ser candidatos únicamente requieren de la voluntad del titular del ejecutivo, sin detenerse mucho en reflexionar en los logros del sexenio para presumirlos y apoyar sus posibles candidaturas con estos, pues simplemente, no los hay; por consiguiente, es de esperarse que habrá muchos señalamientos en contra del periodo neoliberal, aunque nunca han explicado qué entienden por periodo neoliberal, o qué han ofrecido en su lugar, presentando además, pruebas inobjetables que lo que intentan con su cuarta transformación, es mejor.
Aunque, para ser francos, ninguno de los posibles aspirantes de Morena para suceder a López Obrador presenta un perfil de gran impacto, aquel que, con su sola presencia o nombre, represente tal reconocimiento y admiración como para que no pueda caber la menor duda que es el más idóneo, por contar con esas grandes virtudes y reconocimiento, dando por asentado, que tienen la calidad con las que los presenta exageradamente su mentor.
Las figuras de los insistentemente presentados por López, y sus correligionarios, y, también comprada por la oposición, como “las corcholatas”, no impresionan, son tan parecidas unas de otras, y de cualquier época con la que se guste comparar, que realmente no significan gran cosa por sí solos.
Entonces, ¿qué los hace competitivos?, bueno, de manera particular no lo son, tal vez Ricardo Monreal que cuenta con carrera propia, pero del resto no se puede pensar lo mismo, menos aún de Gerardo Fernández Noroña; a la fecha, aún muchos se preguntan ¿qué lo hace considerarse con alguna posibilidad para suceder al cargo de presidente de la República?
Todo se concentra en la imagen de López Obrador, como consecuencia lógica que no ha permitido que ningún perfil crezca y se presente con capacidad y aspiración real, todo está debajo de su manto protector; el presidente ha sido el único al que lo han enfocado las cámaras, es dueño de la única voz que se escucha y que dispone de la agenda diaria.
Sin embargo, las encuestas, las serias, dicen que su popularidad va en picada. Normal, el ejercicio de gobierno desgasta, más aún, cuando no se tienen logros qué presumir, porque todo lo que le ha dado por arrogarse no son conquistas propias. Las remesas, por ejemplo, son una muestra de ello, o la idea de hacer pasar como triunfo de la 4t al “súper peso”.
Nada hay como para lanzar las campanas al vuelo; más bien, parece que la intención es dejar en suspenso la promesa de un mejor porvenir, de una condición incomparable de superación con la bandera de: “primero los pobres”, como para entender un franco inicio de una época de igualdad y progreso. A menos que tal igualdad vaya en el sentido de colocar a la mayoría en la franja de pobreza.
Es previsible que cualquiera de las “corcholatas” sea cual sea, se apoyará en el carisma del presidente, por eso pegaron de gritos cuando se les prohibió utilizar el muñeco conocido como “amlito” porque, además, deben tener por descontado que López Obrador no será candidato, aunque esté detrás de cualquiera de ellos, pero capitalizar su imagen, es básico para su cometido.
¿Por qué?
Porque para que el mandatario se decida por alguna “corcholata”, debe, en primer lugar, garantizarle la continuidad de su proyecto. No es opcional, pues de no cumplir con ello, siempre estará rondando encima de sus cabezas la posibilidad de utilizar la movilización social para solicitar el proceso de la revocación de mandato, para determinar la conclusión anticipada en el desempeño del cargo de Presidente de la República por pérdida de la confianza.
Por lo anterior, es fácil entender porque no es necesario que “las corcholatas” no tengan necesariamente un crecimiento personal, o que sean funcionarios exitosos con propuestas para darle solución a los problemas que enfrenta el país; pues esa no es su tarea, sino tal condición estará definida de acuerdo a lo emprendido por el tabasqueño con su cuarta transformación.
No existe un fuerte candidato en el partido oficial, y aún no se ve en la oposición uno con el arrastre y proyección como para convencer a la mayoría de los posibles votantes que son mejor opción, lo que sí se espera, es una guerra sin cuartel por el poder, y si la ciudadanía no se involucra, quedará de nuevo marginada y sometida; tendrá que conformarse con lo que les quieran dar.