En el año 2007, el actor, director, y productor Denzel Washington dirigió la película “The Great Debaters”, producida por Oprah Winfrey. En ella, se narra parte de la historia del profesor Melvin B. Tolson, quien fuese piedra angular del desarrollo de las ideas del movimiento por la conquista de derechos civiles para la comunidad afroamericana en los Estados Unidos. Poseedor de gran elocuencia, cultura, y educación, Melvin motivó a cientos de jóvenes afroamericanos a utilizar el debate como una herramienta para transmitir la realidad a la que se enfrentó esta comunidad durante gran parte del Siglo XX. Su huella puede verse reflejada en la oratoria de James Bevel, Hosea Williams, y por supuesto Martin Luther King Jr., portavoces de la lucha por el derecho al voto de los afroamericanos, e íconos de las marchas ocurridas en Alabama, cuyo sello inconfundible fueran la oratoria y el debate libre de las ideas.
Así como Tolson, podríamos documentar centenares de movimientos civiles cuyo eje fundacional ocurrió al calor de la oratoria de una persona, y su coraje por debatir las ideas. Los grandes movimientos libertarios del mundo, desde la revolución francesa, hasta los movimientos de independencia que ocurrieron en todo el continente americano, llevan la impronta del debate en su ADN.
Las razones para que esto ocurra así son evidentes. Bien refería Norberto Bobbio en “El futuro de la democracia”, que la falta de discusión de las ideas y alternativas de gobierno es uno de los retos más complejos a los que se enfrentan las democracias contemporáneas. En la tendencia ideológica del “neorrepublicanismo” de Philip Petit, Michael Sandel, y Quentin Skinner, se promueve la existencia de un sistema de representación popular cuya base es el debate libre de las ideas, tal y como lo escribe Gerardo Laveaga en “Hombres de Gobierno”: “un sistema donde los miembros de una comunidad se involucran en las decisiones colectivas; donde críticas y propuestas, donde la evaluación constante, no tienen que ceñirse al voto de cada 3 o 6 años”.
Al permitir el contraste de propuestas y de ideas, no sólo se presume de elocuencia como superficialmente se juzga a menudo por quienes desdeñan el debate, sino que en voz de quienes defienden sus propias ideas, se produce un choque de realidades cuyo resultado no puede ser otro que una ruta más digna y representativa para el progreso de los pueblos.
No importa si se trata de los derechos de la comunidad afroamericana, o si hablamos de los derechos de las mujeres, de las comunidades latinas en Estados Unidos, o de las minorías en el África. Lo mismo las revoluciones rusa, francesa, o mexicana, que la resistencia contra las dictaduras en Argentina, Chile, Uruguay, Brasil o Nicaragua. El epicentro de todo movimiento social que haya logrado conquistar algún derecho para las minorías, en beneficio de la humanidad, es y ha sido siempre la libre discusión de las ideas, es decir: el debate.
La realidad mexiquense no está exenta de ello, pues a lo largo de la historia de nuestra Patria chica, hemos gozado del privilegio de contar con grandes mujeres y hombres de ideas que han aportado, desde el debate, un gran legado para los derechos que hoy tenemos como mexiquenses. Lo mismo Sor Juana Inés de la Cruz, luchando por los derechos de las mujeres desde la elocuencia de su poesía, o Ignacio Manuel Altamirano defendiendo al liberalismo con su prosa. Ignacio Ramírez desde el aula, o Clara del Moral desde la primera curul para las mujeres mexiquenses; la huella de sus debates es profunda en la historia del Estado de México y de su gente.
Defendamos la libertad de poder debatir nuestras ideas, de exponer y contrastar nuestras realidades, de esculpir con nuestra voz el amor por nuestra tierra, y los anhelos de quienes en ella vivimos.
Del debate depende el futuro de las generaciones por venir, pues es sin lugar a dudas el debate, la llave para el progreso de los pueblos.