Antes de Beethoven, la música servía para el
momento; después de él, se escribe para la
eternidad: Albert Einstein
El 16 de diciembre se celebra el nacimiento de Ludwig van Beethoven, un gigante de la música, un maestro cuyo legado va más allá del tiempo y el espacio. Sus composiciones trascienden las fronteras del gusto musical; sus notas nos emocionan, nos transportan, sin importar nuestras preferencias musicales: salsa, rock, pop, jazz o blues.
Su maestría en la improvisación sigue siendo un referente no sólo de su virtuosismo técnico, sino una demostración de su percepción sobre la libertad creativa y emocional. En el acto de improvisar, Beethoven encontraba un camino hacia la espontaneidad y la autenticidad, permitiéndole comunicar sus emociones más profundas sin las limitaciones impuestas por la rigidez de una partitura escrita.
Aunque Mozart no entabló una amistad con Beethoven, sí reconoció su genialidad musical durante su encuentro en Viena, epicentro de la música europea. Se cuenta que Beethoven, con su juventud y un aire rebelde, presentó algunas de sus composiciones al genio de Salzburgo. La reacción inicial de Mozart, descrita como fría e impasible, parecía desafiar las expectativas del joven talento, quien rápidamente labró su propia carrera y reconocimiento.
La aristocracia lo respetaba, y los editores competían por publicar sus obras. Beethoven, reconocido por su naturaleza introvertida y su temperamento irascible, posiblemente como respuesta a la presión ejercida por su padre para convertirlo en un niño prodigio, vivió una vida marcada por la pasión y la agitación. Este torbellino emocional se vio agravado por el desgarrador diagnóstico de sordera irreversible a los 32 años. Sin embargo, esto no lo detuvo en su camino creativo; compuso su obra maestra más universal, la Novena Sinfonía, aún en estas circunstancias desafiantes.
El crítico musical Jacobo Zabalo dice que "la música es matemáticas, es inteligencia. Los músicos del nivel de Beethoven no necesitan oír los sonidos físicamente, los tienen en la cabeza”. La capacidad de visualizar y crear música en la mente, sin la necesidad de la experiencia sensorial directa, expresa la capacidad innata de Beethoven para trascender los límites físicos y acceder a un reino puramente intelectual y abstracto, donde las estructuras matemáticas se entrelazan con la expresión emocional para dar lugar a obras maestras atemporales.
La Novena Sinfonía ha brillado como un faro de influencia en la historia de la humanidad, simbolizando la posibilidad de reconciliación entre naciones y pueblos. Su resonancia trasciende fronteras: Otto von Bismarck la utilizó para elevar el ánimo de sus tropas; resonó en la proclamación de la Segunda República Española y fue interpretada por los bandos enfrentados durante la Segunda Guerra Mundial.
Las partituras originales de la Novena Sinfonía han sido reconocidas por la UNESCO como patrimonio cultural de la humanidad desde 2001. Además, una sección específica del cuarto movimiento de esta sinfonía ha sido el himno oficial de la Comunidad Europea desde 1985.
La música de Beethoven, con su inconfundible estribillo que puede ser fácilmente tarareado como "La lalalala la lalalala la lalalala la", contiene una simplicidad aparente que oculta la grandeza y el impacto atemporal de uno de los más eminentes compositores en la historia de la música. Estas notas simples son la puerta de entrada a un legado inmenso que trasciende generaciones y culturas, recordándonos la magnificencia de la creatividad humana expresada a través de la música.