En el mundo del arte mexicano del siglo XX, mujeres como María Izquierdo, Frida Kahlo, Nahui Olin, Lilia Carrillo, Aurora Reyes, Leonora Carrington, Remedios Varo, desafiaron valientemente las convenciones sociales. Superaron las normas restrictivas que limitaban su independencia; luchando para encontrar su lugar y trascender en un universo cultural patriarcal que delineaba sus vidas.
De esas grandes artistas, hay una mirada enigmática que siempre me ha cautivado, no por el color de sus ojos, sino por la fuerza que transmite: Nahui Olin.
Su nombre de pila: Carme Mondragón Valseca, hija del general contrarevolucionario Manuel Mondragón. Nació para ser princesa, aunque ella decidió ser dueña de sí misma y de su destino artístico y sexual. Su pasión: las bellas artes, en las que destacó como musa, pintora y poeta. Y a pesar de que contamos con el testimonio de su obra, sigue siendo en la improta de la historia una artista relegada y una intelectual olvidada.
A los diez años, ya tenía plena conciencia de la desigualdad entre mujeres y hombres, como lo evidencia su diario, donde escribió: "¡Protesto! A pesar de mi corta edad, por quien está bajo la estricta tutela de sus padres y, posteriormente, bajo la de algún esposo." Desde temprana edad, comprendió que la situación de la mujer constituía un problema social aún no resuelto, moldeado por las conveniencias gubernamentales y las costumbres arraigadas. Cuestionaba el porqué la libertad y las aspiraciones eran privilegios de cualquier hombre pensante, mientras ella se veía privada de esos derechos fundamentales. ¿Por qué había nacido con conciencia de lo que le era negado?
Se definía así misma como un ser incomprendido, llena de deseos, de pensamientos y de creaciones. Consciente desde muy pequeña de su condición de mujer, de la ausencia de libertad y la carencia de ilusiones que les tocó vivir a las mujeres de su época. Formó parte del movimiento cultural del México posrevolucionario que encabezó José Vasconcelos en la década de los veinte; pugnó por la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, empezando por el derecho al voto y el acceso a la educación.
La gran Nahui Olin admirada y respetada por artistas e intelectuales de su época, como: Diego Rivera, Tina Modotti, José Clemente Orozco, Aurora Reyes, David Alfaro Siqueiros; ese portento de artista, con quien José Emilio Pacheco soñó que llegaría la “nahuimanía”.
Una mujer con voz propia y pensamiento crítico; poseedora de un alma libre, apasionada, desprovista de prejuicios, desafió los cánones de su época. Contrajo matrimonio en dos ocasiones: primero, siguiendo los dictámenes tradicionales, con Manuel Rodríguez Lozano, de quien se separó no debido a su orientación sexual, sino por haber encontrado una pasión y filosofía de vida compartida con Gerardo Murillo, conocido como el Dr. Atl. El destino le privó del matrimonio con su capitán, Eugenio Agacino, quien le había impregnado de alegría y tras un largo periodo de soledad.
El talento de Nahui Olin prevalece por encima de su extraordinaria belleza y de la enigmática profundidad de sus ojos verdes. Destaca también por sobrepasar las limitaciones impuestas por la sociedad tradicional y conservadora de su tiempo. Nahui Olin se caracterizó como una mujer íntegra, siempre consciente de su valía sin depender de la compañía masculina. Audaz, talentosa, culta y transgresora, como musa y artista, exploró con atrevimiento su faceta erótica, desafiando los límites de la moral imperante hasta generar incomodidad.
Su confianza en sí misma la etiquetó socialmente como "loca", un término conveniente para desacreditar la capacidad de una mujer de definir su propio destino, insinuando un desequilibrio mental.
Escribe Nahui Olin: ¡Qué me importan las leyes y la sociedad, si dentro de mí hay un reino donde yo sola soy!
