Sin duda, haber crecido rodeada de “mujeres fuertes” ha marcado mi manera de ver y relacionarme con el mundo. Me refiero en particular a mi relación con el mundo de los hombres, que más que ser “otro mundo”, es otra forma de concebir el mundo, que siendo el mismo, se advierte como diferente. Nunca he considerado que esas concepciones sean unas mejores que otras, o superiores, ni siquiera las concibo en confrontación. Mi madre me enseñó a ponerme siempre en el mismo plano.
Ello no significa, de ninguna manera, que todos los hombres con quienes he coincidido en los diferentes ámbitos de la vida me hayan colocado en un plano de igualdad. Más bien, mi actitud –que desde su forma de ver el mundo podría ser considerada “irreverente”– en más de una ocasión ha generado tensión, desconcierto, confrontación e, incluso, ha derivado irremediablemente en una necesaria distancia.
Entrada en mi adolescencia, mi madre me instó a traer siempre las monedas suficientes para no depender de nadie; a su manera, me enseñó que la independencia económica era la base de todas las demás independencias.
Recién había cumplido 18 años –sin ser conscientes todos los involucrados de que enfrentábamos, de alguna manera, una pequeña lucha de género–, me incorporé a un trabajo que en principio me dijeron “no era propio para una mujer”. Esto es, las labores implicaban trabajar en medio multitudes, en ocasiones pernoctar, otras más subir a un auto en movimiento, considerar sábados y domingos e incluso salir después de las 11 de la noche.
Desde lo personal, desde lo cotidiano, desde lo profesional, desde mi condición de mujer, he observado, he confrontado, he acordado y paulatinamente he tomado consciencia de la brecha de igualdad que existe entre hombres y mujeres. Desde los estudios de género he aprendido que hablar de mujeres nos permite hacer referencia a lo femenino y a la feminidad, al tiempo que nos remite a la masculinidad, o mejor aún, a las masculinidades, como resultado de las construcciones socioculturales.
Tengo claro que la figura femenina se ha construido a lo largo de la historia de la humanidad de distintos modos y se ha dibujado con diferentes matices, de acuerdo con contextos socioculturales muy particulares.
Las mujeres siempre hemos sido un referente obligado en los procesos de transformación de nuestras sociedades, es sólo que el día de hoy la incidencia de nuestras acciones es mucho más visible, y es nuestra responsabilidad ser conscientes de ello. La actuación de las mujeres dentro de las sociedades se mira cada vez más pública; en las últimas décadas la presencia fuera de casa se ha incrementado, y su influencia en la toma de decisiones fuera del hogar y en asuntos de orden colectivo pesa cada vez más.
Esto de ninguna manera ha sido producto de las coincidencias o de procesos eminentemente evolutivos. Esta nueva coyuntura responde a largos procesos de construcción y reconstrucción de las dinámicas sociales, procesos que por sí mismos han reclamado dinámicas de producción, vinculación, relación y comunicación cambiantes y flexibles.
Mañana es el Día Internacional de la Mujer, con ello se conmemora la lucha por la participación de las mujeres en sociedad y su desarrollo íntegro. Erigir un día para tener esto presente tiene el objetivo no de “celebrar el ser mujer”, eso lo celebramos día con día. No. Lo que se busca es sensibilizar a las instituciones para crear y reforzar políticas públicas que erradiquen la flagrante desigualdad hacia las mujeres.
¿Se han registrado avances en estos aspectos? Por su puesto. ¿Aún falta mucho por construir, muchas mentes que cambiar, muchos caminos por recorrer? No cabe ninguna duda. Hoy las mujeres tenemos plenos derechos en muchos más aspectos que hace unas cuantas décadas; sin embargo, es preciso reconocer que no todos esos derechos son un hecho y eso es lo que no tenemos que olvidar.