Hace unos meses, 33 años para ser exacta, me incorporé como estudiante de licenciatura en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales. Desde el inicio, una pregunta resonó en las aulas, planteada por nuestros profesores: ¿qué quieren ser cuando egresen de la Facultad? La mayoría de nosotros respondió con respuestas vagas y cargadas de idealismo, expresando deseos utópicos de cambiar el mundo. Sin embargo, hubo una excepción notable. Uno de mis compañeros respondió con una determinación inusual para nuestra edad y contexto: "Yo quiero ser alcalde de Toluca". Años más tarde, logró cumplir exactamente ese objetivo.
Hoy, desde la academia, he tenido el privilegio de recibir a una nueva generación de jóvenes, hijos del siglo XXI, una era marcada por una aceleración vertiginosa en el ámbito tecnológico y un panorama político y cultural en constante cambio. La mayoría de ellos nació en un momento de transformaciones globales significativas, como el debut de Twitter, que revolucionó la forma en que nos comunicamos y compartimos información. Como nativos digitales, están profundamente inmersos en el mundo de las redes sociales. Para ellos, todo su mundo parece caber en la palma de la mano, a través de sus teléfonos celulares, que se han convertido en una extensión esencial de su vida cotidiana.
No les pregunté qué quieren ser cuando egresen de la Facultad. En su lugar, quise profundizar en el significado y propósito de formarse en una Universidad Pública. Desde el día uno, me parece fundamental que comprendan que su educación universitaria va más allá de obtener un título, conseguir un empleo o mejorar su calidad de vida. Es importante que vean su educación como una oportunidad para construirse a sí mismos, tomar decisiones conscientes y no ser indiferentes ante sí mismos ni ante el mundo.
El reto que tenemos desde el aula es lograr que los estudiantes comprendan que la tecnología no es un fin en sí mismo, sino una herramienta poderosa para fortalecer y expandir su perspectiva crítica. Sin embargo, este desafío se complica por la brecha digital que existe entre profesores y estudiantes. Muchos de nosotros, como docentes, aún nos esforzamos por mantenernos al día con los recursos tecnológicos adecuados para la educación. Nuestro enfoque tiende a ser predominantemente análogo, y nuestras herramientas digitales se limitan a presentaciones en PowerPoint, el uso de plataformas como Teams o Zoom, la bibliografía en formato electrónico, y la comunicación a través de grupos en WhatsApp. Estos recursos, aunque útiles, representan un vínculo relativamente limitado con el vasto mundo digital.
Los estudiantes de hoy están inmersos en un entorno digital mucho más avanzado y diverso. Utilizan aplicaciones móviles sofisticadas, redes sociales con algoritmos complejos y herramientas de colaboración en línea que les permiten interactuar de maneras que van más allá de nuestras prácticas docentes tradicionales. Para ellos, la tecnología no es sólo una herramienta de apoyo, sino una parte integral de su vida cotidiana.
Se hace necesario acortar esta brecha digital, adaptar nuestras metodologías, fomentar un diálogo abierto con los estudiantes para entender mejor sus hábitos digitales y cómo podemos aprovechar estas herramientas para enriquecer su experiencia educativa, de tal manera que podamos ofrecer una formación que prepare a los estudiantes para los desafíos que les toca enfrentar en este mundo globalizado e interconectado.
Al igual que hace décadas, cuando algunos de nosotros soñábamos con cambiar el mundo, estos jóvenes tienen el potencial de impactar significativamente en la sociedad. Nuestra tarea es guiarles y proporcionarles las herramientas necesarias para que sus ideales se traduzcan en acciones concretas y conscientes, capaces de hacer una diferencia real en un mundo en constante evolución.