Durante la guerra de intervención norteamericana de 1846-47, existió un grupo de soldados inmigrantes europeos, una gran parte de ellos irlandeses, quienes desertaron del ejército norteamericano para tomar las armas mexicanas y defender un país tan lejano como ajeno al suyo. Este grupo de hombres recibió el nombre de Batallón de San Patricio, y sus hazañas ocupan una de las proezas más memorables de la historia mexicana.
Todo comenzó en 1845, en ese año Texas se adhería a los Estados Unidos como una estado más después de diez años de infructuosa vida como república independiente. La anexión de Texas provocó el enojo y la indignación de políticos mexicanos, quienes aún no se resignaban a la pérdida del estado fronterizo. Ese mismo año comenzó en la unión americana, un reclutamiento intensivo de voluntarios en aras de una probable confrontación con México, gran parte de esos reclutas voluntarios eran inmigrantes de nuestro vecino país del norte, quienes habían llegado a Norteamérica en busca de una mejor calidad de vida.
En 1846, la guerra estalló entre los dos países, Estados Unidos tenía la ventaja militar y superioridad armamentística que aprovechó en todo momento de la confrontación. Entre los contingentes norteamericanos se encontraban ciudadanos irlandeses, polacos, ingleses, escoceses, canadienses, franceses e italianos, todos ellos inmigrantes y en su mayoría católicos. Uno de esos ciudadanos era el soldado John Patrick Riley, también en algunas crónicas conocido como John O’Riley para acentuar su origen irlandés, aunque no hay ningún documento que corrobore el “O’Riley” como apellido.
Riley fue el encargado de liderar el grupo de los “San Patricios”, no obstante los orígenes de este son un tanto inciertos, una versión alude a que el gobierno mexicano, sabiendo la cantidad de católicos inmigrantes que tenía el ejército norteamericano, inició una campaña de convencimiento y publicidad para que dichos soldados se pasaran al bando mexicano, esto debido a la afinidad con la religión católica, la persecución política y el racismo que ellos recibían en sus regimientos estadounidenses.
En otra versión, el historiador norteamericano Robert Miller encontró evidencia documental que afirma que John Riley fue capturado por soldados mexicanos y estos lo amenazaron y convencieron de formar un batallón de desertores estadounidenses, en su mayoría católicos, para ayudar al ejército mexicano. De esta forma, ya sea motivado por las amenazas o el sentido de pertenencia a un país católico, oprimido y en desgracia como el nuestro, Riley se dio a la tarea de formar su escuadrón. También cabe señalar que el gobierno mexicano ofreció tierras a los soldados extranjeros que defendieran la causa mexicana.
Sea como fuere, desde el mes de abril de 1846, el Batallón de San Patricio comenzó a constituirse, y muy pronto su número de integrantes aumentó de forma considerable. Los “San Patricios”, participaron activamente en las batallas de Monterrey, La Angostura y Cerro Gordo. Pero su momento más apoteósico fue en la heroica defensa del convento de Churubusco comandada por el general Pedro María Anaya, en dicha defensa se logró mantener a raya a los norteamericanos, y solamente la falta de municiones obligó al general Anaya a rendir la plaza y entregarla al general David E, Twiggs.
La batalla de Churubusco significó la captura y el fin del heroico batallón de irlandeses y extranjeros, quienes para agosto de 1847, sumaban más de 400 efectivos. La mayoría de los sobrevivientes del batallón fueron condenados a muerte por alta traición, se les dieron 50 azotes y se les marcó a fuego una letra “D” de deserter o desertor en el cuerpo. Riley y otros más consiguieron el indulto bajo diversos argumentos jurídicos. Los “San Patricios” fueron ejecutados en la Plaza de San Ángel en la ahora Ciudad de México, lugar donde hoy en día existe una placa conmemorativa en honor a su hazaña.
En cuanto al fundador John Riley, se sabe que tuvo que cumplir un año de trabajos forzados durante la ocupación norteamericana, cumplida su condena, se retiró a la vida privada, y tanto el gobierno mexicano como sus ex compañeros de batalla no supieron qué fue de él. Por más de un siglo la vida de Riley posterior a 1847 fue objeto de misterio, eso hasta 1989, cuando Robert Miller en su libro Shamrock and Sword, descubrió en la ahora catedral del puerto de Veracruz, el acta de defunción de John Riley, donde se aseguraba que falleció “de resultas de embriaguez, sin sacramentos”.
La historia del heroico batallón de inmigrantes católicos, desertores y extranjeros, es una hazaña fascinante, pero que aún deja muchas interrogantes las cuales aún no tienen suficiente evidencia documental. Empero, es innegable que el nombre de John Riley y su batallón quedó grabado en la memoria histórica de nuestro país. El batallón no sólo defendió la soberanía mexicana ante una intervención infundada e injusta, también auxilió a un país en desgracia y logró conectar cierto tipo de identidad. Su legado hasta el momento representa la solidaridad y justicia internacional.