Joseph Heller, escritor norteamericano, decía: “En esta vida algunos hombres nacen mediocres, otros logran la mediocridad y a otros la mediocridad les cae encima”. Lo mismo les sucede a diversos actores políticos, muchos identificados (o de plano partícipes) con el actual gobierno. Mientras vivimos la incertidumbre por la crisis constitucional, en la que ellos nos metieron, a través de la cual el régimen pretende imponer su voluntad sin respetar la ley, Luisa María Alcalde, dirigente nacional de Morena, nos ha dejado claro que buscan perpetuarse en el poder por el poder mismo y que “va por todo y con todo” en los estados que hoy no gobiernan.
La dirigente nacional del partido gobernante declaró en su llamada “asamblea informativa”, aquí en Toluca, que no son un gobierno autoritario porque “pudiendo designar a todos los jueces hemos querido que los elija el pueblo”. Personalmente, considero que este tipo de declaraciones darían risa, si no se tratara de una horrible realidad. El problema no es que lo diga la Sra. Alcalde, el problema real es que hay quienes la siguen y, peor aún, quienes verdaderamente le creen todos sus dichos. Justo esta disposición a declarar cualquier cosa para manipular a la opinión pública se constituye como una prueba de la mediocridad intelectual de quienes hoy dirigen el gobierno.
Alain Deneault, en su libro Mediocracia, cuando los mediocres toman el poder, nos describe cómo podemos reconocer a un mediocre. Dice que se juntan para rascarse las espaldas y asegurarse de devolverse favores. Cimientan un clan para crecer y buscan la manera de atraer más semejantes, eso sí, saben que tienen que guardar las apariencias, adornar sus pretensiones y lograr que parezca que quieren el progreso. Eso se observa en varios políticos y tienen un orden estándar, como impuesto, que debemos de acatar los simples mortales.
La mediocracia, según Deneault, es la conformidad de actuar a nivel medio, lograr un cierto compromiso, en ocasiones deshonesto y que ninguna obra ni acción relevante pueda tener lugar. El mediocre no está sin hacer nada, en realidad, sabe esforzarse en su trabajo. En la vida real, los medios de competencia que tenemos ascienden a posiciones de poder tanto a los súper competentes como a los incompetentes.
Por su parte, Enzensberger, poeta alemán, define al analfabeto intelectual como una persona que se considera bien informado (según sus fuentes), puede modificar instrucciones (según lo cree conveniente) y puede moverse en su mundo desafiando su confianza en sí mismo. La mediocracia establece como modelo un orden mediocre, tiene como norma desarrollar una imitación del trabajo que propicia la simulación del resultado. Finge ser conveniente como un valor en sí mismo y por lo mismo la mediocridad subordina cualquier tipo de deliberación. Este último fenómeno lo vemos en las cámaras de diputados y senadores, donde no hay debate, hay mayoriteo como norma, sin que se escuche a los disidentes y otras opiniones divergentes.
En este tipo de gobierno sus partidarios optan por seguir el juego. Juego de vaguedad con un pensamiento medio que cree que su propósito es ocupar una posición relevante en el tablero social. Esto lo consideran como un bálsamo para la conciencia de todo actor fraudulento. Bueno, están incluidos hasta los periodistas que siguen y reproducen el leguaje tendencioso de notas de prensa, difundidas desde el poder, que eligen seguir nadando a ciegas.
Todo ello significa comportarse como si no importara jugar con ello a la ruleta rusa. Total, tarde o temprano los ciudadanos terminaremos pagando las consecuencias, es más un simulacro con sonrisa perfecta, por supuesto estas personas odian las palabras asociadas de innovación, participación real ciudadana, mérito y compromiso, características de las sociedades modernas que buscan gobiernos de excelencia.
Nuestro deber, entonces, es ocuparnos de no ser parte de la mediocracia. Exigir servicios de mejor calidad, contribuir, en la medida de nuestras posibilidades, a tener una sociedad crítica, que exalte valores de respeto a la dignidad humana, de servicio al prójimo, de exaltar a las personas servidoras públicas que hacen bien su trabajo (que también los hay) y privilegiar a quien aporta su talento y conocimiento en aras de construir una sociedad donde tengamos lugar todos, como seres humanos iguales, independientemente de nuestra condición social, intelectual o económica.
*El autor es Maestro en Administración Pública y Política Pública por ITESM y Máster en Comunicación y Marketing Político por la UNIR.
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