¿Cómo se vivió la lucha armada en nuestra entidad?
El 20 de noviembre de 1910, conmemoramos en nuestro país el aniversario del inicio de la Revolución Mexicana, una de las fechas conmemorativas más importantes en nuestro calendario cívico. Ese día Francisco I. Madero hizo un llamado a las armas para que el pueblo de México se levantara contra el tiránico gobierno de Porfirio Díaz. Una fecha por demás importante ya que propició uno de los cambios más trascendentales que ha tenido nuestro país a lo largo de su Historia. Sin embargo, cabe preguntarnos ¿cómo se vivió en nuestra entidad este conflicto?
En el Estado de México, el descontento social se hizo presente mucho antes que Madero iniciara sus giras por la república, dentro de este contexto, Andrés Molina Enríquez, célebre abogado nacido en Jilotepec, catedrático en Toluca y colaborador del gobierno estatal, publicó en 1909 el libro Los grandes problemas nacionales, obra donde hizo una crítica demoledora a los terratenientes y al latifundismo. El libro de Molina Enríquez detalló a fondo la cuestión social, por lo que fue la base de muchos intelectuales quienes después se unieron a Madero.
Cuando el conflicto estalló en 1910, el Estado de México, tenía una mayoría de población eminentemente rural, con haciendas y latifundios que daban enormes ganancias económicas pero pocas conquistas sociales. Asimismo, había una pequeña clase media formada por intelectuales, pequeños empresarios, estudiantes, profesionistas y pequeños propietarios quienes veían al régimen porfirista como un enorme Leviatán que no dejaba progresar al país.
Debido a lo anterior, en la entidad se formaron muchos clubes antirreeleccionistas en apoyo a la candidatura de Francisco I. Madero, algunos clubes tuvieron sus sedes en municipios como Tlalnepantla, Toluca y Tenango del Valle, todos ellos alineados al maderismo y a sus propuestas; sin embargo, en el sur el zapatismo cobró más fuerza, sobre todo en la zona de los volcanes, municipios próximos al estado de Morelos. El gobernador Fernando Gonzáles se encargó de acabar y perseguir a los líderes revolucionarios, entre los cuales destacaron Valentín y Heriberto Enríquez, Gabino Hernández y Moisés Legorreta.
Pese a la represión de los contingentes revolucionarios, muchos municipios mexiquenses mostraron su apoyo al maderismo y a los revolucionarios que lucharon contra Porfirio Díaz. La entidad, al ser un territorio cercano a la ciudad de México, no estuvo exenta de la polémica en torno a las bandas de rebeldes que asolaban varias regiones del país. Asimismo, los debates en el congreso estatal mostraron una fuerte preocupación respecto a los avances del maderismo.
El 21 de mayo de 1911, se firmaron los Tratados de Ciudad Juárez, que marcaron el fin del gobierno porfirista después de tres décadas. El maderismo poco a poco sentaba sus bases en todo el país; Se convocaron nuevas elecciones y Porfirio Díaz partió hacia el exilio hacia Paris, Francia. Posteriormente se convocaron a elecciones, las cuales dieron como vencedor a Francisco I. Madero con un apabullante 99% del total de votos.
Aunque el maderismo triunfó en la entidad, para muchos la firma de los Tratados de Ciudad Juárez significó el aplazamiento de la revolución y las reformas sociales. Francisco León de la Barra asumió el gobierno interino tras la caída de Díaz, este antiguo ex porfirista le puso las cosas difíciles a Madero enemistándolo con antiguos aliados como Zapata y dilatando las reformas políticas necesarias. Ante esta situación, Andrés Molina Enríquez lo desconoció mediante el “Plan de Texcoco”, documento donde una vez más se proponía una reforma agraria.
Posteriormente, durante la Decena Trágica, Madero fue asesinado y subió al poder Victoriano Huerta. En un primer momento la entidad se pronunció a favor del usurpador Huerta, sin embargo, con el paso del tiempo la entidad fue mostrando su descontento con el gobierno huertista, quien llegó incluso a disolver el congreso debido a las constantes oposiciones, mientras que el zapatismo recobraba su fuerza en la zona de Amecameca, Tlalmanalco, Ozumba y Tepetlixpa.
Con la caída de Madero y la llegada de Victoriano Huerta al poder, los problemas sociales regresaron al Estado de México. Hubo levantamientos armados que desconocieron a Huerta, sobre todo en la zona sur del estado, destacando los de Temascaltepec y Valle de Bravo. También fue escenario de esta etapa el municipio de Tlalnepantla, en donde fue golpeado y asesinado el diputado Serapio Rendón, férreo opositor y un distinguido crítico al régimen de Victoriano Huerta, en una pequeña celda dentro del antiguo palacio municipal.
Sin embargo, el régimen de Huerta fue efímero, y dos movimientos cobraban mucha fuerza en la entidad: el carrancismo por el norte y el zapatismo por el sur. Poco a poco los poblados iban cayendo y con las constantes derrotas del ejército federal, la derrota de Huerta era inminente. Como era de esperarse Huerta renunció y los carrancistas se apresuraron a tomar la capital del país, y para ello debían pasar forzosamente por el Estado de México.
En agosto de 1914, el gobierno de Victoriano Huerta estaba derrotado, Álvaro Obregón y Lucio Blanco fueron los encargados de firmar los Tratados de Teoloyucan, rubricados sobre las salpicaderas de un automóvil en un punto medio del camino que conectaba a Cuautitlán con Teoloyucan, dos municipios mexiquenses. De esta forma el gobierno de Huerta terminaba e iniciaba una nueva etapa para el país y para el Estado de México.
Los anteriores, son sólo unas cuantas anécdotas de lo que vivió el Estado de México durante la revolución. Como pudimos observar, la revolución no pasó desapercibida para los mexiquenses, al ser una importante entidad agrícola, industrial y empresarial, así como puerta de entrada a la ciudad de México. La entidad mexicana fue pieza clave en un proceso que transformó drásticamente a un país y que terminó con una dictadura de más de 30 años.
Por Juan Manuel Pedraza, Historiador por la UNAM.