La reciente asunción de Donald Trump en su segundo mandato como presidente de los Estados Unidos marca un hito en la historia contemporánea del país más poderoso del mundo. Es innegable que su liderazgo polariza, pero también subraya algo que en México aún es una aspiración: la capacidad de cerrar filas en torno a los intereses nacionales.
Estados Unidos tiene una cualidad que resulta envidiable desde este lado del Río Bravo: una sólida unidad política que, si bien no está exenta de tensiones, logra preservar una agenda común ante los desafíos internos y externos.
El sistema de contrapesos y su dinámica institucional garantizan que el poder, incluso en manos de una figura tan controvertida como Trump, no se desvincule de los objetivos estratégicos del país.
Este fenómeno debería ser un aprendizaje clave para México, donde la política sigue atrapada en el pantano de la polarización extrema y la descalificación entre actores, lo que provoca el debilitamiento de las instituciones, el retroceso en las políticas públicas y una sociedad cada vez más fragmentada.
Sin embargo, no todo es digno de admiración en la agenda trumpista. Su segundo mandato inicia con una propuesta tan explosiva como preocupante: recuperar el control del Canal de Panamá, una postura que revive viejos fantasmas del imperialismo norteamericano.
Este movimiento, si bien busca reafirmar la hegemonía estadounidense en el comercio global, amenaza con desestabilizar las relaciones internacionales, especialmente en América Latina, donde las heridas del intervencionismo histórico aún no cicatrizan del todo.
El retorno de este tipo de narrativas pone de relieve los riesgos de una política exterior que prioriza los intereses de una potencia sin considerar las consecuencias para el equilibrio global. Trump parece estar apostando por una confrontación que inevitablemente avivará tensiones en foros multilaterales y podría convertirse en el germen de un nuevo conflicto de escala internacional.
Será necesario observar cómo los países afectados, especialmente en América Latina, articulan sus respuestas frente a esta nueva amenaza a la soberanía regional. Será interesante observar con el paso del tiempo las implicaciones de este escenario, así como las posibles alternativas para los actores internacionales.
Mientras tanto, el contraste entre la unidad política de Estados Unidos y la fragmentación de México es un llamado urgente a la reflexión.
Aprender de los aciertos y errores de nuestros vecinos no solo es prudente, sino necesario si queremos construir un futuro con instituciones fuertes y un espíritu verdaderamente democrático.
Estados Unidos, con su unidad política, nos muestra el poder de la cohesión interna, pero también nos recuerda que el liderazgo global no debe basarse en la imposición sino en el respeto mutuo. En México, debemos mirar hacia dentro para fortalecer nuestras instituciones y hacia fuera para alzar la voz en defensa de la soberanía de las naciones. Solo así podremos construir un camino que honre la paz y la justicia en un mundo cada vez más complejo.
