Hablar de democracia únicamente cuando conviene es prostituir el concepto. Lo han hecho los gobernantes populistas a través del tiempo; éstos (los populistas) apoyan su discurso en la mentira para darle sentido a sus determinaciones, en un supuesto mandato del pueblo, para decidir por él. Desafortunadamente para ese pueblo, aquél que presume ser portador de su voluntad termina por imponer la suya, aunque suele utilizar frases como: “es instrucción del pueblo…”.
Sobre ese soberano engaño construyen su reinado, haciendo acopio de tanto poder como sea posible; mientras más tienen, más quieren, y son enemigos férreos de cualquier instancia que pretenda llamarlos a cuentas, porque no les conviene, y se pierden del mejor sentido de coherencia para entender que los límites son necesarios para todos, también para ellos; imponer su razón solo porque sí desliza la posibilidad de cometer graves errores.
Es precisamente este punto el más preocupante, ya que evita proyectar el crecimiento sostenible para alcanzar un desarrollo competitivo con la participación de todos los sectores, sin dejar a nadie atrás. Así funciona el desarrollo democrático; no se puede esperar que se tenga una sola visión, una sola razón, por la comprensión de que existen diferentes criterios, niveles de educación, de lengua, de costumbres y, como consecuencia, de oportunidades.
México iba camino a consolidar su incipiente democracia con la construcción de instituciones que colocaban límites al gobierno y daban aliento a los ciudadanos comunes; pues debe considerarse trascendente señalar que el primero, por razones obvias, representa el poder y, sin un dique, se va convirtiendo poco a poco e irremediablemente en una dictadura, que es lo opuesto al concepto que se señala.
Todo se ha venido abajo, empezando por la destrucción de las instituciones independientes creadas para garantizar la sana convivencia social, al sufrir duros embates desde el más alto cargo del sexenio que recién terminó. El nuevo, a cargo de Claudia Sheinbaum Pardo, no halla la forma de cómo corregir o, siquiera, por dónde empezar. Peor aún, el anterior gobernante le respira insistente a las espaldas. No la deja desempeñar la función que debería. Haya sido limpia o no su elección, no es el tema, ya está instalada en Palacio Nacional.
También tiene que ver el comportamiento distraído que caracterizó al expresidente Andrés López Obrador, a diferencia del que tiene Sheinbaum, quien aparenta un poco, al menos, de mesura; de entendimiento; de reflexión. Ofreciendo menos gritos, sombrerazos e insultos, que con el anterior se disparaban sin recato alguno, independientemente de que tampoco es precisamente un ejemplo de paciencia.
Cargar con las consecuencias de todo un sexenio lleno de ocurrencias; malas decisiones; indiferencia para quienes se dedican al estudio y preparación; descalificando la opinión de expertos, como ocurrió con Carlos Urzúa, primer secretario de Hacienda de López, quien le presentó, a petición del entonces mandatario, el Plan Nacional de Desarrollo, es catastrófico. López Obrador “corrigió” por completo el proyecto de Urzúa y, en su lugar, ofreció un mamotreto sin pies ni cabeza, con una fuerte carga ideológica que no le ayudó en nada a lo que requería el país.
Sheinbaum presenta moderadamente cierta independencia al legado de López Obrador, quien la presiona todo el tiempo, entendiendo que debe satisfacer el ego de aquél llamándolo incluso en repetidas ocasiones presidente López Obrador, que ya no lo es. Pero su compromiso con él limita su accionar, lo que la hace ver débil y termina por encontrarse con una ambigüedad, como ocurre con la reforma al Poder Judicial.
Son varias decisiones de Sheinbaum que se han echado para atrás, como la reforma que envió contra el nepotismo, aprobada para el 2030 y no para el 2027 como fue propuesta. Eso no le ayuda a la imagen de la mandataria, porque le representa una desobediencia frontal a la que no se hubieran atrevido los personeros de López en su sexenio, agregando que fue el Partido Verde Ecologista el que impulsara tal cambio, como cereza en el pastel.
¿En dónde quedaron esas órdenes de pasar todo sin leer y sin quitarles o acomodarles una sola coma? ¿Cómo pretenden que la mandataria se considere como alguien que impone, que toma el control, que se enfrenta como héroe ante el mundo para salvar la dignidad de los mexicanos?
El nepotismo no es nuevo en el país; ha sido utilizado hasta el hartazgo por los anteriores gobiernos, sean del nivel federal, estatal o municipal. De hecho, cualquier condición de poder y control que tenga la posibilidad de incrustar a como dé lugar a sus familiares y amigos, por encima de otros prospectos mejor preparados, arroja cualquier proyecto a la mediocridad.
Nadie que no pertenezca a ese círculo cerrado de beneficiarios logra penetrar y acomodarse en posición de ser electo, si no tiene de antemano un apellido que haga los honores de pase inmediato, como sucedía con el PRI. No es considerado como opción real. En tal sentido, será enviada o enviado a la banca por tiempo indeterminado. Los alcances del nepotismo meten a la pelea a quienes, muchas veces, no garantizan siquiera una mínima lealtad a sus institutos o a quien los impulsó; ejemplos sobran, como lo fue el último gobernador priista en el Edomex, Alfredo del Mazo, al ceder la entidad a López Obrador para salvar su pellejo.
La ley contra el nepotismo será aplicada para cuando convenga. Nada más, y nada menos.