Cuando era niño sus preguntas eran tan sencillas que era imposible contestar con una simple respuesta: ¿porqué las jirafas no tienen cuerdas vocales?, ¿puede alguien ser tres personas al mismo tiempo?
Hoy, que es lo más parecido a un hombre adulto –aunque para mí nunca dejará de ser un niño– sus preguntas siguen siendo tan aparentemente simples, que no pueden no contener el universo.
Me miro, lo miro. Me detengo un poco. Sus preguntas de hoy me hacen pensar en lo que siente y cómo lo siente, en sus dudas, en sus certezas, en sus enfados y en sus desenfados. Me cuestiono a través de sus cuestionamientos. Lo que él se pregunta hoy, es lo que con certeza otros jóvenes en lo simple y lo cotidiano también se preguntan:
– ¿Cómo puede alguien dormirse en el transporte público?
– ¿Cuánto cuesta un cuerpo?
– ¿Qué tan peligroso es soñar?
– ¿Quién aquí tendrá más prisa?
– ¿Quién ya va a casa?
– ¿Te acuerdas cuando vivir no daba miedo?
– ¿A qué sabe mi país?
– ¿Quién va a un bar?
– ¿Llorar es parte del himno nacional?
Estas preguntas surgen al tiempo que comenta acerca de un suceso que se ha hecho habitual desde la última mitad del siglo pasado: fotografiar el momento exacto en el que ocurre “algo interesante”. –No hace daño, pero es innecesario, –afirma. Y es que ese “algo interesante” que nos llamó la atención, inmediatamente es desdeñado cuando la prioridad es capturarle en una pantalla, como si se tratara de un Pokemón.
Me insiste con los ojos y en silencio, me trata de convencer que es irrespetuoso transformar en pixeles un hermoso escenario. Él es partidario de su mirada y de la resolución de su retina, la cual logra visualizar hasta la magia. Él solo puede tomar fotografías una vez que se ha recuperado del golpe inicial de los colores, cuando recuerda qué es la realidad.
Él dice que hay que aprender a palpar el viento, a respirar el aire y a exhalar recuerdos. A ver más allá de la pantalla y a emprender el camino hacía adelante, hacia atrás y hacia los lados. Hay trescientos sesenta grados de posibilidades, dice.
– La comida es muy buena. No estoy en Londres
– No me da miedo caminar en las calles. No estoy en México
– El metro es muy tranquilo. Hacen falta bocineros y asaltantes
– El cielo siempre es color melancolía.
– Que el amor nos ampare
– Que la esperanza no se escape
– Quiero por fin salir tranquilo y no pensar en lo que aqueja
El café no quita el sueño pero es un buen pretexto para quitarte el frío; el café no quita el sueño pero es un buen pretexto para volver a ver a alguien; el café no quita el sueño pero es un buen pretexto para empezar a hablar de todo y nada. El café no quita el sueño, tampoco es un antídoto para no pensar, para no pensarles…
Cuando era niño le gustaba que le arrullara con “Vuela bajo”, esa que dice: no crezca mi niño, no crezca jamás, los grandes al mundo le hacen mucho mal.
El no quería crecer, pero ambos seguimos sin saber porqué las jirafas no tienen cuerdas vocales.