Temprano emprendí mi viaje hacia Addis Abeba. Mi analfabetismo idiomático me impidió establecer comunicación con persona alguna, así que me dediqué a observar un poco más: pieles en color contrastantes, algunos hombres sin camisa, cubiertos con una frazada; mujeres cubiertas con túnicas que dejan sentir la presencia de los fundamentalísimos religiosos.
Hicimos parada en Arabia Saudí, quienes llevábamos como destino Addis Abeba no bajamos del avión, así que únicamente pude ver parte de la ciudad desde el aire. Rodeada por el mar, calles bien trazadas, sobresaliente el blanco de las casas, deduje que es una ciudad de negocios, ya que varios europeos con facha de ejecutivos bajaron en territorio saudí.
Viajé sola en esa parte del recorrido, con una sensación de ganarle un poco de tiempo al tiempo. Doce horas de diferencia con respecto a México al pisar territorio etíope, unos días tan sólo, para luego pasar por la desaceleración y devolver el tiempo y regresar al mío, con mi realidad social, en mi espacio. Con los míos.
Llegué sin ninguna expectativa, con el corazón en la mano para dejarme sorprender por esa tierra etíope, tan africana, tan viva, tan marginada, tan única, como cada tierra.
Es cierto que hablamos de África como si fuera un país, también lo es que nuestros referentes de esta región del mundo son la pobreza, el hambre y la violencia. Sería un pecado reducir África a estos referentes, del mismo modo lo sería no hablar de ellos.
Cuerpos muy delgados, de negros intensos, ropas desgastadas, profundas miradas y cálidas sonrisas. Una joven se acerca para ofrecerme agua y un poco de "colo" (una especie de avena tostada); me llamó la atención el saludo de los hombres, se dan la mano y se chocan hombro contra hombro, vi también mujeres con túnicas de colores y cabezas cubiertas.
Me escapé un poco para ver el ensayo de un grupo de teatro de Oromia, no entendí nada de lo que decían, pero intuí que era un drama, en el descanso intercambiamos algunas palabras, uno de los actores me preguntó por William Levy, como pude le dije que hay actores verdaderamente profesionales en México, sonríe y me dice, pero es muy fuerte y guapo.
En la comida probé el tef, el cereal más tradicional de la región, acompañado con un poco de cebolla roja, su sabor es intenso y un poco picante. Es el menú propio para la cuaresma, porque está desprovisto de proteína animal.
Me sorprende la noche tomándome la bebida tradicional de esta región: té negro con un poco de leche, escribiendo estas pequeñas notas que hoy comparto, que de alguna manera me permitieron estar conectada con mi tierra. El pianista que se encontraba en el fondo del salón, me sorprendió cuando interpretó la famosísima canción de Consuelo Velázquez: Bésame Mucho, con un sabor único, propio de esas tierras rastafari...