Tema muy escabroso porque, como señala Chantal Delsol en su libro Populismos, el término populista se ha vuelto un insulto antes que un sustantivo. En cambio, el fallecido intelectual Ernesto Laclau prefería considerarlo no como un adjetivo despectivo sino como una estrategia política que mediante la razón populista construye un movimiento que une a las masas: una lógica de la acción política que responde al hecho de que una gran parte de la población no se siente adecuadamente representada por sus actuales gobernantes para satisfacer sus demandas sociales.
El populismo, como categoría de análisis político, enfrenta muchos problemas. De hecho, los populismos(porque los hay de izquierda o de derecha) se consolidan cuando su variedad de demandas logran unificación en un solo reclamo contra un enemigo común, normalmente la élite dominante que falla en dirigir a la sociedad hacia el mejoramiento general.
Visto así, el populismo es simplemente un modo de construir un movimiento político pero varía según el tiempo y el país, desde los primeros populismos de Rusia y Estados Unidos, después los europeos (notoriamente nazismo y fascismos), luego los populismos latinoamericanos del siglo 20 (entre los cuales algunos consideran al Cardenismo en México) y ya desde principios de este siglo el resurgimiento de populismos, unos de izquierda y otros de derecha, en Europa y América.
En el contexto actual, asistimos a una nueva oleada en la que a la estrategia populista y su versatilidad para presentarse en cualquier contexto político, se añade la desconfianza en una globalización generadora de incertidumbres y enormes desigualdades en el plano social y económico.
Este malestar se extiende a las empresas multinacionales, las instituciones internacionales, etc.; básicamente a todo aquello que sea susceptible de rebasar en cierta medida las fronteras del Estado por medio de largas cadenas de burocratización internacional (por ejemplo, el Brexit para salirse de la Unión Europea).
En estos tiempos electorales en México asistimos, en términos de discursos y debates, no tanto al enfrentamiento de un solo populismo contra el elitismo unido (porque la oposición está tan dividida como la élite), como a la competencia entre varios tipos de populismos híbridos, siendo cada vez más difícil de distinguir entre los populismos de izquierda y los de derecha debido a la amalgama en coaliciones de partidos con ideologías antagónicas.
En esta situación, la crisis de los partidos nos proporciona un escenario para analizar a los actores políticos en términos de su cercanía o lejanía con el modelo de elitismo o de populismo, como un eje alternativo y tal vez más informativo que el de izquierda-derecha, que se ha desdibujado.
Aunque hay que tener en cuenta que ninguno de los actores políticos admite explícitamente ser ni elitista ni populista. Es algo que tenemos que deducir del análisis de sus discursos y debates las posiciones políticas.
Así, partiendo del lenguaje que se utiliza en la campaña se puede observar que populismo es usado por algunas coaliciones, que paradójicamente incluyen figuras políticas de ïzquierda¨, como un concepto despectivo que está relacionado con lo que estiman falsas soluciones, esperando causar rechazo de ellas entre los electores.
Otros populistas emplean a su vez el concepto elitismo (¨mafia del poder¨) de modo peyorativo para referirse a esa tecnocracia que rechaza las “soluciones fáciles” del populismo y, por el contrario, proporciona sus opciones como únicas, pero el hecho es que causan una gran frustración entre la mayoría de la población cuando son poco efectivas, sobre todo en el corto plazo y sólo benefician a una minoría.
Eso es lo que parece estar en juego en el combate electoral hoy en México. ¿Cuál coalición resultará al final más efectiva?
(Mayo 2018)