El México olvidado en el primer informe de gobierno
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El México olvidado en el primer informe de gobierno

Miércoles, 10 Septiembre 2025 00:05 Escrito por 
Lo bueno, lo malo y lo serio Lo bueno, lo malo y lo serio Alfredo Albíter González

La lluvia de cifras presumidas por la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo en su Primer Informe de Gobierno contrasta con la condición que tienen que enfrentar millones de mexicanos. Los múltiples anuncios previos, que se repiten copiosamente posteriores al discurso oficial, intentan mostrar un país que la población no percibe.

En la administración del expresidente Andrés Manuel López Obrador, cada mañana él presumía una realidad alterna a la que tenía que enfrentar el pueblo; eso no ha cambiado. Tal vez es por eso que Sheinbaum presume con su gobierno: “la construcción del segundo piso de la transformación”.

¿Qué significa la edificación del segundo piso de una administración basada supuestamente en una ideología? A decir verdad, el paso del tiempo y, sobre todo, los hechos acomodan a cada quien en el lugar que le corresponde. El segundo piso inclina la percepción a sobrevalorar lo hecho por López, sin importar lo que dejó de hacer y cumplir.

La mandataria ocupó gran parte de su mensaje para enaltecer lo que había “logrado” su antecesor. La consigna entonces es clara: colocar al tabasqueño en lo más alto de la historia que sea posible, para que sea recordado como un héroe patrio; invocarlo a cada momento cumple ese propósito, aunque inevitablemente se presentan consecuencias cada vez más recurrentes de sus malas decisiones.

La Cuarta Transformación ha privilegiado, utilizando los programas sociales, la máxima basada en su lema: “primero los pobres”, frase que conectó de inmediato con la sociedad mexicana; sin embargo, al gobierno, cualquiera que sea su origen político, no se le debería confiar ciegamente con base en lo que promete o en lo que se compromete. Siempre, siempre debe ser vigilado.

Los señalamientos que surgen de voces críticas han dado cuenta del uso a discreción de los programas sociales que tanto presume el gobierno federal, que, si bien alivian momentáneamente a un importante sector de la sociedad, también se prestan para desviar recursos, lo que ha sido denunciado por los propios beneficiados y, por supuesto, por las asociaciones que siguen muy de cerca el desempeño gubernamental.

No obstante, levantar la voz en estos tiempos cada vez representa más riesgo. Los ejemplos sobran. En la transformación que presumen, han demostrado dos cosas por su intolerancia: no les gusta la pluralidad, menos aún la crítica.

La persecución de periodistas como Ciro Gómez Leyva, Héctor de Mauleón, Carlos Loret de Mola, Azucena Uresti, entre muchos otros, que son incómodos al sistema, lo demuestra.

Levantar un nuevo régimen, que persigue en su actividad gubernamental prácticas de viejos sistemas con el afán de obtener todo el control del poder, parecía hasta hace ocho años imposible, porque se presumía respeto a la libertad ideológica, a la división del poder y a instituciones fuertes que evitarían cualquier intento contrario a la vocación democrática mexicana.

López Obrador no solo se conformaría con conquistar la banda presidencial; estaba empeñado en desaparecer todo indicio de lo que identificaba como “neoliberalismo”. Para ello, cimentó su estrategia previamente planeada en desaparecer contrapesos que, a siete años de su llegada, ha concretado con la desaparición del poder judicial, la que obtuvo con el apoyo de los gobiernos estatales morenistas, acordeones y de ayuda inconfesable.

Deliberadamente, el discurso de López se dispuso para caminar por el rumbo trazado, fincado en elogiar a unos: el pueblo “bueno y sabio”, aquellos que simpatizan con él y su movimiento, los que comúnmente reciben el apoyo de programas sociales, pues aseguran su apoyo incondicional enalteciendo su imagen; y los otros, los disidentes, los que no están de acuerdo con lo que ha venido sucediendo en el ejercicio administrativo nacional. En esa parte quedan los críticos y sus adversarios.

Inevitablemente se dividió a la población en dos: en buenos y malos. O están con la transformación o no están con la transformación. El resultado es un brutal desequilibrio con una gran cantidad de personas que, aun sin poder elegir, han sido olvidadas. Comunidades enteras fueron desplazadas por la inseguridad; más de un millón de personas murieron a consecuencia de ésta y de la aparición del Covid-19; las madres de los desaparecidos continuamente han sido ignoradas; los padres de los niños con cáncer fueron señalados tan solo por exigir terapias y medicamentos; empresarios que no comulgan con la ideología del movimiento guinda son perseguidos sin tregua, y pronto será peor gracias al nuevo poder judicial.

Todos los mencionados forman parte de ese México olvidado; aquel que no cabe en el discurso oficial. Ellos, que también son mexicanos, continuamente son insultados, perseguidos e injuriados por los incondicionales de la 4T. ¿Su pecado?: no aceptar la transformación, que para ellos significa la destrucción de un sistema democrático construido con base en una ardua lucha que costó sudor, lágrimas y sangre de muchos mexicanos.

La foto que tanto cuidó la presidenta para evitar que “alguien” de la oposición apareciera en ella y mancharla con su presencia marca la soberbia que distingue a la nueva clase política. El domingo 31 de agosto se tenía programada la instalación de la Mesa Directiva de San Lázaro; fue hasta el martes 2 de septiembre, un día después del inicio del segundo año de la LXVI Legislatura, en que Kenia López Rabadán fue elegida como presidenta de la Cámara de Diputados, hasta después de la ceremonia en la que se daba cita al nuevo poder judicial. No antes. ¿No la querían en la foto?

No existe pluralidad, no hay cabida para la diversidad de voces y pensamientos. La mandataria lo señaló antes de asumir su cargo: la oposición puede estar ahí, alegar, gritar, pero no habrá forma de cambiar cosas importantes. Así, la nueva idea de “democracia mexicana”, en la que existe un México olvidado, parece un país de segunda mano.

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Alfredo Albíter González

Lo bueno, lo malo y lo serio