Los tiempos actuales traen una carga peligrosa de personajes que han impuesto el autoritarismo como política pública y la presentan como si fuera una propuesta nueva, trascendental e innovadora. Lo más preocupante es que no encuentran límite. Si no fuera por la desgracia que acarrea, sería cómico llamarla progresista.
Personajes que actualmente se apoyan en el absolutismo como forma de ver y hacer política se multiplican en todo el mundo como hongos después de la lluvia. México no podía ser la excepción, menos aún con aquel pasado que acompaña a su historia. En la época moderna fue el PRI; ahora, invocando novedad, son ellos mismos, pero con otro disfraz.
Un disfraz que, no por ser aparentemente diferente, en verdad lo es; utilizan conductas y medios de control social como se los enseñaron sus abuelos. Los políticos de la actualidad que ostentan el poder no tienen ningún empacho en repetir la vieja fórmula.
El expresidente Andrés López Obrador la impulsó presentándola como una corriente ideológica socialista de izquierda para que, con la finalidad de ser aceptada, invocara convenientemente los trazos ideológicos construidos a partir de la mente de Marx y Engels.
Sin embargo, no encontraron una mejor forma para someter al pueblo que a través del engaño, pues utilizan la ideología socialista únicamente como vehículo para lograr sus objetivos. Los programas sociales favorecen ese propósito, ya que son aprovechados como herramienta de control que viene siendo su columna vertebral. “Repartir la riqueza” les funciona como droga dogmática para conquistar conciencias y hacer creer al pueblo desfavorecido que se están viviendo nuevos tiempos de justicia social y que, por primera vez, se les toma en cuenta.
Una vez más se actualiza la frase: “al pueblo, pan y circo” (Panem et circenses; sátira X del poeta Juvenal), frase que se originó en Roma hace siglos y que hoy, de nuevo, adquiere vigencia. Como en aquél entonces, el pueblo se ha olvidado de su derecho a involucrarse en la política, despojándose de su espíritu crítico mientras le regalan comida barata y entretenimiento.
Lo señalado anteriormente es aprovechado por el nuevo régimen, que sigue alimentando su sed de poder. Mientras más tiene, más quiere. Para lograrlo, ocupan iniciativas de ley que son pasadas en automático por la simple razón de contar con una mayoría absoluta inventada a partir de trampas inconfesables; esas iniciativas, a pesar de que debilitan de manera importante a los ciudadanos que no las ven por tantas distracciones que tienen, pasan sin mayor problema. Por eso no terminan por comprender que les están quitando lo más preciado del ser humano en sociedad: la libertad.
Creyendo sin constarles o encontrar acomodo en las más elementales pruebas de conciencia que son víctimas de una sarta de mentiras, aceptan sin cuestionar la presentación de estadísticas manipuladas que bien pudieran contrastar con los datos duros que aún se pueden observar en los sitios oficiales; no obstante, se dejan convencer, como se los han inculcado, de que todo es obra de los adversarios del nuevo gobierno, porque según ellos, todo funciona bien, todo camina en el camino correcto y “la riqueza” se reparte entre todos por igual.
Nada más necio que dejar de confrontar esas falsedades con la verdad, casándose con la idea de un mundo completamente inexistente; eso los mantiene sumidos en la ignorancia, al tiempo que se sigue construyendo lo que se empecina la nueva clase rancia política en llamar “transformación”.
López Obrador dejó escuela apoyado en sus ideales totalitaristas; resulta fácil identificar a los más avezados discípulos que dejó: nombres como el senador Adán Augusto López, Layda Sansores, gobernadora de Campeche, Alejandro Armenta Mier, gobernador de Puebla, y una gran cantidad de personajes de la élite que están dispuestos a imponer a rajatabla, sí o sí, ese ideal del padre político; lo dejan más que claro.
Pero esa condición no se podría manejar como lo hacen si tan solo hubiese la posibilidad de contrastar lo que se dice en las mañanas por parte de la mandataria y lo que pasa en el país; impone su versión y bloquea lo que pudieran reflejar los medios de comunicación. La prensa se encuentra silenciada porque parte está al servicio del poder y la otra, la que es menos y aún sigue siendo crítica, es perseguida sin tregua.
El mejor ejemplo del cinismo que manejan en la 4T es el recién y más grande escándalo de corrupción que todavía no conoce su real alcance: el “huachicol fiscal”, que ha empezado a descubrir una gran red de corrupción desmesurada que amenaza con colocarse en el primer lugar de todas las que se han documentado en la historia de México.
El gobierno de Claudia Sheinbaum se puso una medalla al dejar al descubierto el desfalco ocasionado por el “huachicol fiscal”; sin embargo, los involucrados han sido víctimas de persecución, incluso han pagado con su vida, con muertes que se han dado en condiciones muy sospechosas. ¿Qué dice la presidenta cuando se le pregunta al respecto? Se molesta, se descoloca y defiende lo que es difícil de defender, pretendiendo ocultar lo que ya sabe el pueblo.
Mientras las investigaciones se desarrollan, la suspicacia de muchos mexicanos da rienda suelta a sus conjeturas; el pueblo sabe que será muy difícil ver caer a los responsables que permitieron y protegieron el gran boquete ocasionado a las arcas nacionales.
A pesar de ello, y sin preocuparse por lo que ha salido a la luz, el nuevo sistema continúa con firmeza adueñándose del control sin límite de las instituciones, con el único propósito de implantar lo que empezó a construir López Obrador.