En México el Día de la Madre se celebra el diez de mayo, sin ajustarse a los días de la semana como en otros países. La gran mayoría lo celebra el primero o segundo domingo de mayo, como sucede en nuestro caso con el Día del Padre, donde la fecha varía para coincidir en domingo. En México se trata de una fecha inamovible, tal como sucede con el día de la Virgen de Guadalupe. No es gratuito, por tanto, el vínculo madre-virgen / virgen-madre.
Sí, se trata de una gran celebración. Pienso en el Día de la Madre en México, y no puedo dejar de pensar en una suerte de festividad cercana al día de la mujer-madre, y en ese punto reconozco que no todas las mujeres han tenido un entorno que les permita decidir libremente sobre su maternidad. Hace poco me invitaron a impartir una platica sobre mi experiencia en estos dos ámbitos de la vida, el casi santificado dúo mujer-madre. La mayoría de las invitadas eran mujeres jóvenes, madres, algunas casadas, otras divorciadas.
Lo primero que tuve claro es que se trataba de mujeres muy alejadas del modelo tradicional (cualquier cosa que ello signifique). Estaba más bien frente mujeres “todo poderosas”, que son al mismo tiempo: madres-hijas-esposas-hermanas-amigas-trabajadoras-administradoras-cuidadoras, todo eso que hemos escuchado y por lo cual nos felicitan el mismo día, cada año.
El motivo de la reunión a la que refiero era celebrar el Día de las Madres, porque en el imaginario colectivo sería impensable que alguna escuela no programara algún festejo para celebrar como corresponde ese Gran Día (así con mayúscula).
Entonces recordé cuando mis hijos iban a preescolar o a primaria. Me pregunté si los miles de asuntos pendientes que tenían todas esas mujeres, no les hacia tener su cabeza en otro lado. Para estar ahí, hubo quienes debieron pedir un día económico, o a cuenta de vacaciones; y seguramente a alguna mamá le fue imposible estar presente, y ni modo, tuvo que sumar esa ausencia a su costal de culpas, una más.
Porque si bien es cierto que en nuestro quehacer cotidiano a veces estamos lejos del modelo tradicional, los criterios con los cuales se hace una buena o mala evaluación de nuestro papel como mujeres-madres, siguen siendo básicamente los mismos y a veces más severos.
El papel tradicional asignado a las mujeres-madres dicta que podemos educarnos, podemos trabajar, podemos tener hijos, pero de ninguna manera debemos olvidar nuestros “más altos deberes”: saber llevar una casa, mantenerla limpia y con comida, administrar la economía familiar, educar a los hijos, mantenerlos en forma y sobre todo comportarnos correctamente, para que no vaya a pasar algo malo a toda la familia.
Se dice que los males que aquejan a nuestra sociedad, como la violencia o la delincuencia, tienen hoy un responsable: la mujer-madre. En el imaginario colectivo, persiste la idea que desde el momento en que la mujer-madre se incorporó al mercado laboral, ya no hay quién eduque a los hijos, quién los cuide, quién les prepare la comida, quién los escuche.
Pero ¿cómo explicar? Verán… es que ya no vamos a volver a ese papel tradicional, la familia tradicional se ha desdibujado y con ella el papel de la mujer-madre tradicional. Toca construir nuevos códigos para relacionarnos entre hombres y mujeres. Toca dejar de sentirnos culpables por no estar todo el tiempo en nuestra casa, con nuestros hijos o en el trabajo.
La maternidad se vive de una manera muy diferente según crecen los hijos y uno madura como madre. Que nos les invada una especie de frustración por no ser capaces de anticipar lo qué va a suceder. Son madres no hadas, ni adivinas. Son seres humanos.
Se vale estar agotadas. No se angustien si las abuelas se desagarran las vestiduras porque esas niñas van por la vida sin peinar. No caigan en el masoquismo de compararse con esas personas que tienen todo el tiempo y/o el dinero para que sus hijos vayan por la vida perfectamente almidonados y planchados.
No caigan en la tentación de ser las primeras en escuchar cuando sus hijos quieren ir al baño o jugar un poco, invéntense una llamada, un trabajo urgente. Si tienen a su lado a una persona (hombre, mujer o quimera) que comparta con ustedes la crianza, denle la oportunidad de dedicarle un poco de tiempo a esos chiquillos; ellos lo van a agradecer, los pequeños lo van a agradecer y ustedes lo van a agradecer.
Lo que sí, no duden en dejarlos jugar y jugar con ellos. Olvídense de sus facetas de modelos, déjense despeinar un poco, tirarse al suelo, mojarse de vez en vez, llenarse de lodo, supongo que hasta tragar un poco de polvo debe venir bien para el crecimiento sano de esos seres divertidos.
Hemos comprado el concepto de superwoman, de parecer que tenemos que llegar a todo, que debemos estar perfectamente en todas las situaciones. Y es que las madres son reconocidas como las únicas personas del planeta con “superpoderes”, capaces de trabajar en casa y fuera de ella, tener tiempo para todo sin demostrar cansancio y ser, además de madres, esposas, educadoras de los hijos y el sustento, cuidado y pilar de la economía familiar.
Y resulta que hoy –gracias a la participación de la mujer en el mercado laboral– además de ser madres perfectas se nos pide ser exitosas en el trabajo, mantener un círculo de amistades y una vida de pareja en armonía. Por esa razón es que semejante labor debe ser santificada, de otra forma nadie se animaría a ejercerla.
Por fortuna, los nuevos tiempos, la conciliación laboral y el reparto de tareas también van poco a poco consiguiendo que los superpoderes de las madres estén repartidos al frente de la familia (tradicional o no tradicional). Hacia allá tenemos que enfocar nuestros esfuerzo.
No existen las madres perfectas, aunque lo logren no lo conseguirán. Festejar y honrar el papel protagonista y fundamental en el ciclo de la vida de las madres también tiene que significar, por un lado, responsabilidad para desempeñar esa vital labor y, por otro, educación en la igualdad de oportunidades para conocer su trascendencia y sus consecuencias. Sólo así la maternidad será también un acto de libertad, se alejará de la violencia y no tendrá que ver ni con estatus sociales ni roles económicos.
PD. Vuela un abrazo a esas mujeres que decidieron ser madres, y también a quienes lo son aún sin haberlo decidido. Un abrazo doble a quienes sin ser biológicas, lo son de corazón; otro gran abrazo para los padres-madres, y para los abuelos-madres y abuelas-madres. Uno sumamente solidario a las mujeres que han perdido un hijo y un abrazo de corazón a quien lo tienen desaparecido.